jueves, 7 de agosto de 2014

Capítulo 34.

Ocho días.
Habían sido días duros para todos, y no sólo para Elisabeth quien fue, precisamente, la que comenzó todo aquel tornado de problemas con su vuelta a España. Se sentía culpable por todo lo que había provocado, pero nadie en Londres era consciente de ello, excepto Nanna, que estaba al corriente de todos los cambios que se habían producido en su nieta.
Helen, por su lado, aparentaba haber cambiado o por lo menos lo intentaba, pero en  su interior añoraba a su eterna amiga, que había sido capaz de mantenerla a raya tantos años. Se había creado su propio caparazón e intentaba que nadie más la hiciera sentir tan mal como lo había hecho ella misma durante medio mes. Aunque debía reconocer que después de la última visita de Harry, no tenía ganas de fiesta ni de diversión. Más confundida que nunca, se sorprendía a si misma marcando su número de teléfono y colgando antes del primer toque. Aquella mañana, su amigo había descolgado a tiempo y ella había tenido tiempo suficiente de escuchar su angustiada voz.
- ¿Helen? ¿Eres tú? ... ¿Hel?
Y tan rápidamente como sentía un fuego ardiente de frustración subir desde su estómago, colgó. Necesitaba salir. Necesitaba hacer algo que la antigua Helen haría. Llevaba varios días comiendo en casa de Nanna, que no hacía más que decirle que tenía que empezar a pensar como una mujer adulta de verdad, y no como una adolescente desenfrenada que sólo piensa en estar cada noche con un chico distinto. Y sabía que tenía razón, pero aunque la amaba con locura y le encantaba pasar tardes con ella, no podía permitir que la alimentase todos los días. Porque no era nada justo que la que estuviera cargando económicamente de ella fuera la abuela de su amiga. Así que, entró en la cocina y comenzó a hacer una lista de todo lo que hacía falta poner en las alacenas y en la nevera. Caminó hasta la puerta agarrando su bolso y su chaqueta. Entre las medias que cubrían la piel que su vestido no podía, se colaba el aire invernal londinense. Colocó su paraguas de colores sobre su cabeza sin preocuparse en realidad, de si su pelo se mojaba con la lluvia o no. Adoraba Londres por sus infinitos diluvios y, normalmente dejaba que su ropa se mojara hasta calar sus huesos, pero llevaba un vestido precioso y realmente no quería estropearlo, después de todo, no es que fuera precisamente rica. Agarró un carro y comenzó a meter todo lo que creía necesario mientras la gente la observaba descaradamente. Se miró de arriba a abajo; no es que fuera demasiado provocativa, o algo así. Se encogió de hombros y continuó llenando su carro. Llegó a la caja empujando el carro con el abdomen, con los brazos apoyados sobre la barra del mismo. La cajera le sonrió amablemente y le cobró. Salió de allí con las manos llenas de bolsas de plástico y la boca abierta con el cansancio que le provocaba el peso de su compra. La lluvia caía sobre su cabeza y ropa, pero no podía agarrar el paraguas. Oyó como a su derecha, un coche le pintaba y lo ignoró, acostumbrada a causar furor entre los hombres. Continuó su camino hasta que un tirón de su bolsa le sobresaltó. Con fuerza soltó las bolsas de su mano izquierda y comenzó a golpear al ladrón. Se dio la vuelta preparada para dar una patada cuando reconoció el pelo del chico que se estaba cubriendo de los golpes.
- ¿Qué coño crees que haces? -gruñó.
- Te estaba intentando ayudar, pasaba por aquí.
- No quiero tu ayuda, Harry. Déjame.
El interpelado sonrió profundamente, agarró todas y cada una de las bolsas que en ese momento estaban en el suelo y continuó caminando. Helen suspiró y corrió tras él.
- ¡Devuélveme mi compra, idiota!
Pero las largas piernas de Harry daban grandes zancadas y aunque le alcanzara no podía agarrar lo que era suyo. Estaba furiosa, no quería hablar con él. Suspiró, pero más bien pareció el relincho de un caballo. Inspiró y expiró en un intento de relajarse pero no funcionaba, de modo que le siguió prácticamente corriendo, más enfadada a cada paso que daba.
El inglés esperó pacientemente a que su amiga llegara al portal y le abriera la puerta, pensando que le estaba haciendo un favor y que ella se lo agradecería, pero no le costó darse cuenta de que no era así cuando la vió llegando hasta él, sudorosa y mojada, con su mayor expresión de disgusto. Sin embargo, guardó silencio hasta que llegó sin atreverse a abrir la boca.
- Dame esa puta mierda y aléjate de mí. Te lo digo en serio. No sé de qué vas. La verdad es que no sé ni por qué te estoy hablando -Harry escuchaba con paciencia y el ceño fruncido-. No quiero verte ni a ti ni...
Pero ese era el límite. Se estaba esforzando por acercarse a ella, a pesar de todo, y le decía que no quería verle. ¿Cómo habían llegado a ese punto?
- ¿¡Qué no quieres verme!? ¿¡TÚ A MÍ!? -interrumpió terriblemente enfadado- YO NO SOY EL QUE SE HA VUELTO GILIPOLLAS Y ALEJA A TODOS SUS AMIGOS. ERES TÚ LA BORDE, CREES QUE HAS CAMBIADO PERO NO HAS HECHO MÁS QUE CONVERTIRTE EN UNA NIÑATA QUE SE CREE MADURA POR FOLLAR CON UN TÍO DISTINTO CADA NOCHE -rió irónicamente-. Crees que los demás no tenemos idea de nada, pero nosotros sólo te queremos ayudar a que veas las cosas con claridad y que no te conviertas en... esto. Lo siento pero yo no me voy de aquí hasta que arreglemos esto.
Toda la gente miraba cómo la mandíbula de Helen estaba desencajada con sorpresa. Harry siempre era dulce y risueño, siempre bromeaba y era bastante tímido. Jamás hubiera imaginado que sería capaz de hablarle así y, por alguna extraña razón, no se sentía enfurecida, sino culpable. Todo sobre lo que había construido se acababa de desmoronar. Pero no le daría el gusto de saberlo al inglés que le acababa de gritar. Simplemente no dijo nada. Sabía que tenía razón y eso la frustraba más.
Sacó las llaves del bolso y mientras su acompañante llamaba al ascensor, ella subía por las escaleras sin dejar de darle vueltas a lo que acababa de ocurrir. Abrió la puerta de su piso y la dejó entornada para que Harry entrara cuando llegara arriba. Caminó hasta la cocina y puso agua a calentar para hacer té. Oyó como la puerta se cerraba y unos pasos llegaban hasta donde ella se encontraba, sentada en la encimera y mirando al suelo, avergonzada. Su amigo suspiró y tiró del pelo que quedaba detrás del pañuelo que sujetaba su melena. Éste caminó hacia las bolsas y se puso a colocar las cosas donde pensaba que podían ir. Cuando terminó, dio dos pasos y se sentó en la encimera al lado de Helen, quien al sentirlo al lado, se levantó y retiró el agua del fuego, para vertirla en dos tazas con dos sobres de English Breakfast. Le entregó una a Harry sin ser capaz de mirarle a los ojos y se sentó de nuevo a su lado.
- No quería ser tan brusco Helen, yo... -suspiró dejando la frase en el aire sin saber cómo terminarla.
- Tienes razón. Sé que la tienes. Pero no quería ser la que era antes y se me fue de las manos.
La mano de Harry acarició el brazo de su acompañante y continuó hasta hacerle una caricia en la mano. Le dolía verla así y se sentía extremadamente impotente. No podía hacer nada por mucho que quisiera.
- No huyas de mí, por favor. Déjame pasar tiempo contigo. Me da igual el horario que necesites. Si quieres pasar las noches con otro tío yo pued...
- No. Eso se ha acabado.
Los ojos de ambos conectaron como dos imanes gigantes que llevaban años esperando para ser unidos. Harry sonrió hasta que le salieron arrugas en los ojos y Helen imitó el gesto. Comenzaron a hablar tranquilamente sobre los próximos conciertos que les esperaban a los chicos mientras se bebían a sorbitos sus respectivas tazas de té.
- Déjame que te haga una foto. -dijo de repente Harry, mientras se ponía de pie con el teléfono en la mano.
La italiana interrumpió sus carcajadas por una expresión de desconcierto, sin perder la sonrisa.
- ¿Qué? ¡No!
Pero ya era demasiado tarde, su amigo sonreía mientras miraba la foto que acababa de hacer, mientras la chica llegaba hasta él para ver el resultado. Gritó horrorizada al verse con la boca abierta en plena carcajada y los ojos achinados, su cabeza estaba inclinada hacia arriba y su corto pelo rubio no cubría su rostro como solía hacer, sus manos estaban en las costillas, y sus piernas cruzadas. Se le  veía radiante de felicidad.
Se quedaron en silencio contemplando la imagen. Helen agarró el iPhone que Harry sostenía rápidamente. Activó la cámara interior y se puso de puntillas para acercar el rostro al de su acompañante, sonriendo. Él lo entendió al momento y puso su sonrisa más adorable hasta que la foto fue tomada. Fueron haciendo muecas distintas en cada foto a cada cual más ridícula que la anterior. Se quedaron en silencio mientras las veían una a una.
- Ehmm -Helen carraspeó-... Lo siento mucho. Por todo.
El chico no perdió en ningún momento su sonrisa y la envolvió en sus fuertes brazos, impregnándose del olor de su champú.
- Todo irá bien.

***

Llevaba una hora despierta y los dos pequeños también. Entre los tres estaban preparando el desayuno del enfermo. Unas tortitas, magdalenas, zumo de naranja, leche, bollos de chocolate y un plato con manzana cortada en cuadrados como, según Marcos, preparaba su madre. Apenas cabía todo en la bandeja. Elisabeth la agarró y siguió a los dos amigos hasta la habitación donde Lucas seguía dormido, tapado hasta arriba. La mayor se acercó a la ventana y subió la persiana para arrojar un poco de luz a la habitación. Los tres se sentaron a su alrededor y fue el hermano del chico el que le empezó a zarandear para que despertara. Su cara estaba pálida y tenía parecía peor que el día anterior. Elisabeth llevó su mano a su frente y pudo sentir el calor propio de la fiebre. Se levantó y buscó el termómetro que él mismo se había puesto la noche anterior. Pulsó un botón y esperó a que saliera el símbolo que avisaba de que ya podía ser usado. Se acercó de nuevo a Lucas mientras los chicos se iban de la habitación a jugar con la Xbox. Levantó su brazo y colocó el medidor en su axila. Sus ojos estaban entrecerrados con cansancio.
- Creo que deberías ir al médico. -dijo ella mientras se sentaba con las piernas cruzadas a su lado quitando algunas pelusas de su jersey azul eléctrico.
Antes de preparar el desayuno había ido rápidamente a su casa, se había cambiado de ropa y había echado a lavar la muda que Lucas le había dejado la noche anterior.
- Sólo si tú me acompañas, preciosa.
Su voz era mucho más grave de lo normal y le costaba hablar con claridad. La rubia sonrió. Incluso enfermo era insoportable. Aunque le gustaba la idea de que quisiera que le acompañara.
- Pues claro, estás así por mi culpa.
Ambos suspiraron. Estuvieron unos segundos en silencio hasta que Elisabeth agarró el brazo de su amigo y tiró de él para sacarlo de la cama.
- Vístete y desayuna, voy a llevar a Chris y a Marcos a mi casa.
Le regaló un dulce beso en la mejilla y salió de allí rápidamente. Lucas pudo oír sus botas militares bajando corriendo las escaleras. Se sentó en la cama y bebió un poco de zumo pero lo cierto era que no tenía apetito en absoluto. Sólo tenía mucho frío.

Capítulo dedicado a Carmen.

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