sábado, 2 de febrero de 2013

Capítulo 20.

Elisabeth pugnaba por retener las lágrimas que pronto comenzarían a caer en forma de cascada sobre sus mejillas. Acababa de dejar atrás a su segunda madre. A la mujer que, desde la voz de la experiencia, siempre sabía que decir. A la anciana que cuidaba de ella y de su compañera, a quién trataba como si su propia nieta fuese. Un abrazo había sido el gesto que había puesto fin a sus encuentros semanales. Un simple abrazo. De esos que en España añoraría sin lugar a dudas.
Niall pulsó el botón que indicaba el número doce. Parecía nervioso pues, sus numerosas miradas con agobio  hacia su teléfono móvil, no cesaban. Y la chica rubia se había percatado de ello. 
- Eh Nialler. ¿Estás bien? - preguntó posando su mano dulcemente sobre la nuca del chico.
Éste la miró con asombro, no estaba acostumbrado a recibir tanto cariño por parte de la chica. Tartamudeó un 'sí' como respuesta mientras contemplaba como se abrían las puertas del ascensor. Ella sonrió y dio un paso para salir de aquel cubículo que ascendía o descendía mediante un mecanismo de poleas motorizadas.
Se oían voces en el piso del chico por lo que supuso que sus compañeros de banda estarían allí esperando. El irlandés giró la llave una vez dentro de la cerradura con lentitud, para más tarde dejar paso a su amiga. Ella caminaba en silencio con tranquilidad y tristeza. Intentando que cada detalle de aquel apartamento se quedara grabado en su memoria, pensando que cuando estuviese en su país natal podría recordarlo tal y como era.
Fue entonces cuando se percató de la presencia de cuatro personas. Pero no eran los chicos sino las novias de tres de ellos y Helen.
- Hola...- saludó tímidamente.
Las tres chicas se giraron hacia ella sonrientes, intercambiando miradas en silencio.
- ¡Beth! Ven, siéntate aquí con nosotras.
Elisabeth obedeció, con lentitud. Danielle y Perrie hicieron un hueco en el sofá en el que se encontraban dando a entender que sentase en aquel lugar.  En silencio, escuchaba la conversación que aquellas chicas mantenían, intentando memorizar también lo que decían y archivarlo en el cajón de su cerebro que en España siempre mantendría abierto. Miró a su alrededor, buscando con la mirada al chico rubio que la había llevado hasta allí. Buscando su tierna sonrisa, sus increíbles ojos azul mar, su pelo rubio con la parte delantera hacia arriba. Sus acompañantes parecieron darse cuenta pues se quedaron en silencio. Un silencio que en seguida se rompió. Una suave melodía comenzó a sonar, haciendo que las notas musicales rebotasen en las paredes del salón llegando como música a sus oídos. Sin mediar palabra, la chica que se encontraba a la izquierda de Elisabeth, que en ese momento era una de las cantantes de un cuarteto británico, agarró la mano de la española y tiró de ella, haciéndola subir por las escaleras a riesgo de caerse. Sus amigas las seguían de cerca a paso rápido, esperando ver la reacción de la homenajeada cuando abriese la puerta. Se pararon frente a la sala de música. Aquella mágica sala. Elisabeth agarró el pomo dorado con cuidado, como si éste fuera a romperse y abrió.
Cinco adolescentes con micrófonos entre las manos, esperándola para comenzar a cantar.
Whenever I close my eyes
I picture you there
Comenzó Liam.
I'm looking you at the crowd
You're everywhere
En ese momento, Elisabeth reconoció la canción que su compañera le había obligado a escuchar. En ese momento, la letra tenía más sentido que nunca. Escuchó con atención cada palabra que, con talento, los labios de aquellos chicos escupían.
Los ojos se le inundaron de lágrimas. ¿Cómo era posible que en tan sólo cuatro días se hubiese encariñado tanto de ellos? ¡Cuatro días! Cualquiera lo diría. Aquello era demasiado para ella. No se quería ir. Quería quedarse y disfrutar de su adolescencia como nunca lo había hecho. Era en ese momento en el que se arrepentía de haber tenido la cabeza sobre los hombros desde su niñez. Era cuando se odiaba a sí misma por no haber gastado bromas pesadas. Por no haberse escapado nunca del instituto. Por no haber fingido estar enferma para no ir a clases. Por no haber desobedecido a sus padres. Pero lo que más le dolía, de lo que más se arrepentía era de no haberse acercado antes a hablar con aquel chico rubio del autobús que en esos momentos le cantaba una canción con sus compañeros. Se arrepentía de no haberle conocido antes.
Apoyó la espalda contra la pared que había frente a los micrófonos y se dejó caer al suelo, quedando sus rodillas a la altura de su cabeza, la cual enterró entre éstas. Tan sólo oía la música de fondo, en esos momentos escuchaba sus sollozos fuertemente en su cabeza. ¿Acaso había hecho ella algo malo? ¿Y Helen? ¿Qué haría Helen?
En cuanto esa pregunta se cruzó en sus pensamientos, unos brazos rodearon sus hombros fuertemente. Pero no era la italiana. Para su asombro era la pareja del mayor de sus amigos, Eleanor. Sonreía dulcemente. Las chicas restantes de la sala se sentaron de la misma forma que Elisabeth, quedando todas frente a los cantantes.
So I'm coming back for you,back for you, back for you, you. 
Terminó la canción.
Todos se quedaron en silencio contemplando a la chica rubia, dejando que tan sólo el gotear de sus lágrimas  provocase sonido en la habitación.
- Muchas gracias, por todo.