jueves, 26 de marzo de 2015

Soy consciente de que a estas alturas nadie leerá este blog, soy culpable de ello. Sin embargo, en vista de todo lo que ha ocurrido en esta última semana respecto a Zayn, necesito un poco de desahogo personal. 
Comencé como "directioner" a mediados de 2012, como la mayoría de nosotras, en realidad. Hoy en día y desde hace bastante tiempo soy incapaz de emplear esa etiqueta para referirme a mí misma. Este fandom se ha convertido en una masa de personas que hemos sabido crecer junto a nuestros ídolos, hemos sabido demostrar nuestro apoyo incondicional y hemos sabido cuándo defender aquello que creíamos correcto. En estos tres años que han pasado, he madurado de la mejor manera posible, he tenido etapas en las que realmente no me gustaba lo que era, hasta llegar a mi yo actual, con el que estoy bastante conforme. 
Mucha gente opina que ser fan, significa apoyar a un ídolo siempre. Yo, en cambio, creo que no hace falta apoyar siempre las decisiones de una persona para demostrar que te importa, de hecho, en varias ocasiones he sentido que alguno de los chicos no estaba haciendo lo correcto y me sentía mal, porque soy incapaz de apoyar aquello que me resulta incorrecto. Cada una de nosotras estamos metidas en esto hasta el fondo, inmiscuidas en un nivel altamente personal, y puede que parezca que eso es algo friki, e incluso inmaduro, pero es lo más bonito que puede pasar. Muchas de nosotras, especialmente las que hemos madurado en el fandom, a la par que ellos, podemos ser tachadas de infantiles y de miles de adjetivos que la gente nos pone por no ser simplemente alguien más en el montón, por tener como afición a cinco personas y su música, en lugar de un deporte o cualquier otra cosa. Sin embargo, la mejor parte de todo esto, es que eso no nos ha achantado. Es cierto que yo ya no me llamo a mí misma directioner, es cierto que no estoy tan pendiente de las noticias, de las fechas, de los acontecimientos y de todo lo relacionado con ellos y con su vida, pero creo que eso también es algo esencial y es un paso que todas debemos dar. Siempre, siempre van a ser un pilar fundamental en nuestra vida, porque unidos o separados, han hecho de nosotras personas increíbles, nos han acompañado durante años en los que hemos vivido muchísimas cosas y nos han permitido conocer a un montón de gente absolutamente genial, pero después de todo eso que, sin duda, no olvidaremos, nos toca vivir a nosotras. 
Es bastante radical decirlo, pero para mí, ya no habrá más One Direction. Obviamente estoy en esto, sigo dentro de este gran proyecto que ha sido nuestro fandom, básicamente porque creo que es algo que está en mi interior, pero sin Zayn, no hay One Direction, y todos estamos de acuerdo en eso. Para mí, así como para ellos, ha terminado una etapa, la mejor de nuestras vidas hasta ahora, y comienza otra. Quiero agradecer todo lo profundamente que puedo, haber formado parte de esto, haber formado parte de una familia muy grande y haberme sentido que era alguien. Estaba muy perdida cuando comencé, pero ahora, esto ha influido tanto en quien soy, que no podría decir todos los aspectos de mi vida que han cambiado. Somos afortunadas por haber conocido a esos cinco chicos, que no son más que personas normales que se han abierto paso en la música, somos afortunadas porque los hemos conocido tanto que casi los sentimos como si fueran nuestros amigos de la infancia. Somos afortunadas porque los hemos visto juntos, porque juntos es como han llegado a lo más alto y para eso no hay recompensa posible. No habrá nada que ocupe el lugar que ellos ocupan en mí, absolutamente nada. Y sé que viviré mi vida, y pasarán los años y yo no podré olvidar este minúsculo pedazo de mi vida del que ellos han formado parte. Así que adiós a aquello que me ha hecho crecer y sentirme alguien que podía con todo, gracias porque he crecido y me siento alguien que puede con todo. 

miércoles, 20 de agosto de 2014

Capítulo 38 + aviso.

Dos días.
Una presión no demasiado fuerte sobre la parte superior de su cuerpo la despertó. Cuando sus oídos se afinaron y se centraron en los sonidos de la realidad, pudo percibir la risa de su hermano, que sin abrir los ojos, supo que estaba tumbado sobre ella, con los brazos extendidos como si fueran las alas de un águila planeando alrededor de su presa. Entreabrió sus párpados y miró a Chris, intentando averiguar por qué la sacaba de sus profundos sueños.
- ¿Qué haces? -preguntó dejando caer su cabeza sobre su almohada de nuevo, cerrando los ojos para conciliar el sueño.
Notó como las pequeñas manos de su hermano se arrastraban hasta su cara y trataba de abrirle los ojos tirando de sus cejas hacia arriba. Elisabeth rió y le agarró las manos, se puso sobre él, cambiando posiciones. Empezó a mover sus dedos enérgicamente sobre su vientre satisfecha al oír las carcajadas del pequeño. Cuando ambos pudieron dejar de reír, Chris abrazó con fuerza a su hermana.
- ¡Feliz tumpleañoooooos! -gritó.
No hicieron falta más que dos palabras para hacer que algo picara en los ojos de Elisabeth, unas gotitas de agua salada que trataban de salir como un perro cuando intenta abrir una puerta con las patas. Abrió los brazos y abrazó a su hermano lo más fuerte que pudo, agradecida porque a pesar de todo, había podido pasar tiempo con su verdadera familia y aunque le costara admitirlo, se sentía realmente ayudada por ella. Quizás no había elegido la mejor manera de prosperar como persona, ella lo sabía, pero no le importaba, porque se había solucionado todo y, ahora volvía a Londres, renovada, cambiada y en su interior, un poco más completa que cuando llegó.
Se levantó de un salto con su hermano en brazos, lo sentó en la mesa del escritorio mientras se ponía ropa más calentita que su pijama de Mafalda. Agarró un jersey de lana color granate y sus vaqueros, acompañados por sus eternas botas militares. Su hermano saltó de la mesa mientras ella se atusaba el pelo frente al espejo y se quitaba las ojeras con el corrector. La verdad, es que anoche le había costado mucho dormir, no sólo por la emoción, sino porque sabía que su vuelta traería más consecuencias malas que buenas. Salió tras su hermano mientras se colocaba un mechón casi rizado tras su oreja, dejando limpio su campo visual. Oía el choque de los platos de porcelana que su madre debía estar usando aquella mañana para colocar el desayuno. Olía realmente bien.Olía de la misma manera que su piso en los fines de semana en los que Helen despertaba con hambre. Inspiró el aroma que tantos recuerdos le traía e intuyó lo que su madre le estaba preparando para desayunar. Cruzó el umbral de la puerta y se sentó en una silla de la mesa de la cocina. Frente a ella, su madre colocó un plato repleto de alimentos grasientos que, estaba segura, le proporcionarían energía para todo el día y parte del siguiente. Clara le plantó un fuerte beso en la mejilla a su hija y le deseó un feliz cumpleaños en inglés. Contempló su desayuno, más propio de la tierra a la que volvía que de la que pisaba en esos momentos. Se comió con lentitud la panceta, las salchichas, los dos huevos, las dos rodajas de tomate a la parrilla, la rebanada de pan tostada y su té. No sólo acabó satisfecha, sino que sentía que su madre podía haber alimentado a todo un ejército sólo con aquel plato. Levantó la mirada en busca del reloj de pared para consultar la hora y se sorprendió al ver que eran las doce. Gimió frustrada imaginando lo tranquila que estaría ella durmiendo a esa hora. Bueno, quizá era muy tarde, pero ella tenía sueño.
Su padre asomó la cabeza por el salón y sonrió al encontrarse con su hija viendo la televisión. Acababa de llegar de trabajar, con mucho apetito, pero también con ganas de felicitar a su pequeña. Sin embargo, tenía que seguir el plan y hacer como si no se acordara. En su opinión era un plan absurdo, pues la noche anterior ya le habían dado su regalo, pero su esposa estaba emocionada y no sería él quien le quitara la ilusión. Se dirigía a la cocina, de donde procedía un olor a lasaña que hacía que sus entrañas rugieran, cuando el timbre sonó. Giró el pomo mientras se quitaba la corbata que le estorbaba y miró quién llamaba. No se sorprendió al ver a Lucas allí, con las manos en los bolsillos en una actitud despreocupada; últimamente pasaba mucho tiempo con su hija.
- Hola muchacho.
- Hola Carlos, venía a ver a Beth.
El hombre asintió y dejó la puerta abierta para que pasara, volviendo a su camino hacia su mujer. Lucas cerró y caminó hasta el salón donde se encontró a su novia sentada en el suelo viendo una basura de programa.
- Vaya buena manera de empezar los dieciséis: sentada en el suelo viendo una mierda en la tele. -le comentó con su sonrisa vacilona, mientras se sentaba a su lado.
Elisabeth soltó una carcajada. Miró a ambos lados asegurándose de que no había nadie cerca que pudiera descubrirlos y le besó en la boca, lentamente, saboreando la sensación de tener a Lucas pegado a ella. Estaba gratamente sorprendida de gustarle a alguien como él, alguien al que odió desde el principio y que de todas las chicas despampanantes que probablemente habrían estado en su cama, se quedara con ella. Sin embargo, no podía evitar sentirse mal por ocultarle su viaje de vuelta. Había pensado mil maneras de darle la noticia y ninguna sonaba bien, hasta que optó por dejarlo para un momento en el que estuvieran realmente solos. Temía por la reacción de Lucas, tan impulsivo como era. No evitaba darle vueltas al hecho de que ella era la única con la que había estado y que nada los ataba.
El chico la cogió de la mano y la arrastró a su habitación, donde cerró la puerta para darles más intimidad. Elisabeth se sentó en su cama, acunando el peluche de su jirafa entre sus brazos. Lucas se sentó a su lado y se tiró del pelo, nervioso. Ella le miró con inquietud, sin estar demasiado segura de qué le preocupaba. Esperaba que nadie le hubiera contado lo de Londres, o que no fuera a preguntar de qué era de lo que querían hablar sus padres con ella. Se le daba muy mal mentir, enseguida sus mejillas se volvían rojas y no podía parar de mover sus pupilas,  buscando un punto fijo al que mirar.
Cuando iba a darse por vencida y confesarle que se marcharía de España, su teléfono sonó, sobresaltando a ambos.

***

Estaba nerviosa. Realmente no sentía que tuviera el valor para pulsar aquel botón. Llevaba una hora con el teléfono en la mano y no tenía fuerza de voluntad. Harry, que había llegado cinco minutos atrás, le acariciaba la pierna animándola a llamar. Tenía miedo de que no quisiera hablar con ella, de que no la echara de menos, de que estuviera enfadada. No estaba segura de si aquello era buena idea, pero después de todo, era su hermana, era Beth y era su cumpleaños. No podía evitar recordar las fiestas que se montaban mutuamente y las sorpresas que se daban en sus días favoritos, pero por primera vez, no estaban juntas en aquellos momentos y Helen anhelaba comer a besos a su compañera de piso, despertarla con un gran desayuno, preparar juntas la tarta y pringar toda la cocina porque nunca eran capaces de hacerla bien.
Suspiró y tocó el botón verde de su pantalla táctil. Esperó unos cuantos tonos y cuando estaba segura de que su amiga no se lo iba a coger, una voz con acento español la saludó. Harry estuvo a punto de levantarse para darles intimidad, pero ella agarró con más fuerza que nunca su camiseta y tiró de él hacia abajo, para que se sentara de nuevo.
- ¿Beth?
Pudo oír su sonrisa al otro lado del teléfono y eso la ayudó a soltar el aire que había contenido sin darse cuenta. Sus pulmones se ensancharon y su rostro brilló con alivio.
- ¡Hola Helen! Tenía muchas ganas de hablar contigo.
Su estancia en España estaba haciendo un gran efecto sobre ella, pues no quedaba nada de su acento británico y cerrado tan propio de Londres.
- Fe-felicidades. Espero que no te pille en mal momento.
Notó como Elisabeth guardaba silencio y luego volvía hablar.
- En absoluto. Tengo que decirte algo muy importante.
Su tono de voz fue bajando conforme decía la última frase, como si hubiera alguien cerca que no quisiera que oyera la conversación. Helen arrugó el entrecejo con confusión sin saber qué podía ser aquello tan importante que la española quisiera decirle. Estaba a punto de responderle cuando oyó unas voces en español. Parecía una voz masculina, la que hablaba con ella. Intercambiaron algunas palabras hasta que por fin oyó de nuevo a su amiga hablar en inglés.
- Tengo que ir a comer, que mi madre quiere llevarme de compras esta tarde temprano. Si... puedes... pues t-te podría llamar y-yo. Si te parece bien. -habló apresuradamente.
La italiana se alegró de saber que no era la única que estaba nerviosa. Sonrió con tanta dulzura que Harry no pudo evitar contagiarse al verle el rostro.
- Claro. Estaré pendiente. Adiós Beth.
- Adiós Helen... Hmm... Te quiero, espero que no lo hayas olvidado.
Su corazón se iba a salir del pecho, no sabía si del alivio, la sorpresa o las ganas de llorar que le estaban dando. No podía evitar que las lágrimas formaran una capa brillante y salada en sus ojos. Se sentía culpable por no haber llamado antes, pero se sentía terriblemente feliz por saber que todo iba bien, que no todo había cambiado. Que ambas se echaban de menos y que lo mejor que podía haber hecho había sido llamar. Se alegraba de haber contratado una tarifa para poder hablar desde distintos países a un coste normal, porque no tenía ninguna gana de colgar.
- Nunca lo haría. Te quiero Beth.
Lo último que oyó fue un suspiro por su parte. Miró la pantalla de su nuevo iPhone para asegurarse de que la llamada había terminado y dejó que las lágrimas cayeran por sus mejillas y se acumularan en las cuencas de sus ojos, sin darse cuenta de que había estado reteniéndolas. Con su dedo índice lleno de anillos, bloqueó el móvil. Levantó la mirada buscando los ojos verdes de Harry que tenía los codos apoyados en las rodillas y sus manos entrelazadas por sus largos dedos. Estaba sonriente, mirándola llorar de emoción. Le pasó el brazo por los hombros y la abrazó, besándola en la parte superior de la cabeza.

***

Lucas se había ido a casa a comer cuando ella todavía hablaba con su amiga por teléfono. Se sentía más aliviada que nunca de saber que las cosas iban bien y que cuando llegara a Londres, no se encontraría con una Helen enmarañada y descuidada que le dijera que la abandonó y que la hiciera sentirse culpable por todo lo que había pasado como soñó en el hospital. Oyó como su madre le pedía a su padre que pusiera los platos en la mesa mientras ella subía. Miró como uno a uno subía los escalones con una torre de ropa de Elisabeth en los brazos. La chica siguió a su madre hasta su habitación.
- Lucas me ha dicho que te había dejado su regalo sobre la cama, cariño.
Dirigió la mirada hacia allí y vio un paquete envuelto en papel de regalo, tenía forma alargada y estrecha y parecía proteger un modesto papel detrás de ella. Se acercó y leyó el papel, con la letra desordenada de su novio.
"Todavía queda lo mejor"
Se sentó en el colchón con su madre al lado, muerta de curiosidad, y rasgó el papel. Abrió lentamente la caja y casi se le cae al ver el regalo. Debía de haberle costado una fortuna. Se trataba de un reloj de oro blanco, pequeño, con la correa formada por redondos eslabones. Se fijó en los pequeños colgantes que brillaban bajo aquellos aros entrelazados. Uno era una cabina telefónica propia de Reino Unido, a su derecha un pequeño avión en dirección contraria a la cabina telefónica, y seguido de éste una pequeña bandera de España. Les vio un claro sentido a aquellas pequeñas figuritas, lo cual le enterneció más, pues eso significaba que Lucas había pensado en ella y no lo había comprado simplemente del escaparate.
- Es precioso. -dijo Clara fascinada.
Elisabeth, que casi se olvidaba de que su madre estaba allí, sonrió, con unas ganas tremendas de decirle que estaba saliendo con aquel chico que poco a poco estaba conquistando su corazón. Sin embargo, ella sabía que había una espinita que seguía clavada en su interior, y esa espinita era Niall. Aunque Lucas quisiera hacerla olvidar, le dolía mucho que no lo estuviera consiguiendo, teniendo en cuenta que ella era su primera novia.
- Lo es.
Se lo puso con cuidado en su muñeca izquierda y después siguió a su madre hacia la cocina donde la mesa estaba puesta y los dos hombres de la casa estaban sentados esperándolas. Elisabeth estaba un poco extrañada de que su padre no recordara su cumpleaños. Pero más aún de que su madre no se lo hubiera recordado. Sin embargo, no le daba importancia, porque si no se había acordado ese día, se había acordado el anterior al darle su billete de avión.
Comieron deprisa para que a su madre le diera tiempo a echarse una siesta antes de salir. Aprovechó que en Londres quedaría poco para la hora del té y subió a la buhardilla para llamar a Helen. Se sentó en el sofá bajo el cual se encontró las revistas que tanto daño le hicieron pero de las que ya no había ni rastro y marcó el número.
- Hola Beth. -habló ella nada más descolgar el teléfono.

***

Estaban en el sofá viendo Doctor Who en la televisión mientras comentaban la existencia sobre alienígenas en dicha serie, cuando el teléfono de Helen sonó. Ambos quedaron en silencio mientras la italiana respondía.
- Hola Beth.
Harry estaba hablando con su madre por WhatsApp mientras su amiga hablaba por teléfono. No quería que ella se sintiera incómoda porque él estuviera escuchando así que no prestó ninguna atención a lo que decían. Llevaban ya media hora hablando cuando Helen se puso un poco tensa.
- Tienes que prometerme que no se lo vas a decir a Niall.
La mención del irlandés no le daba buena espina. Pero prometió lo que ella pidió y escuchó atentamente a lo que estuviera a punto de decirle.
- Vuelvo a Londres.
- ¿¡Qué!?
No estaba segura de querer saber si era una broma o lo decía en serio. Bueno, quería que volviera a Londres y que viviera con ella de nuevo, que las cosas fueran como siempre. Pero si se trataba de una broma, estaba claro que no tenía ninguna gracia. Miró a Harry, que estaba sobresaltado, con el ceño fruncido, esperando por una explicación.
- ¿Lo dices en serio? - dijo deprisa, pensando que probablemente Elisabeth pensaría que le molestaba que volviera por como había reaccionado.
- Sí. ¿T-te molesta?
- ¡En absoluto!
Comenzaron a hablar a toda prisa, haciendo planes para cuando volvieran, organizándose para verse en el aeropuerto. Las dos pensaron que era buena idea que la española se quedara en casa de su abuela si lo que no querían era que Niall la viera, pero Helen detestaba tener que mentirle y ocultarle que su amiga había vuelto. Realmente era lo peor que podía hacer, pero también era lo único, al fin y al cabo, lo había prometido.
Colgó y lo primero que hizo fue lanzarse a Harry y abrazarle con todas sus fuerzas.
- ¡Va a volver! ¡Va a volver! ¡Pasado mañana vuelve! -gritó.
Harry abrió la boca, asombrado por la noticia. Realmente no sabía que hacer, así que simplemente abrazó a su amiga con fuerza, mientras sonreía por su entusiasmo.
- Me alegro muchísimo, de verdad.
Helen se levantó de un salto y empezó a decir las cosas tan rápido que dejaron de tener algún sentido después de un minuto. Daba vueltas y saltaba por todo el salón con tanta prisa que a Harry le costaba seguirla con la mirada. Le estaba poniendo histérico. Ella le daba vueltas a sus anillos mientras hablaba, y sólo paraba de hacerlo cuando gesticulaba moviendo ambas manos. Llevaba un buen rato así y el chico estaba mareado sólo de mirarla. Caminó hasta ella y le colocó las manos sobre los hombros, frenándola. Helen le miró sorprendida y en silencio, tan cerca como estaban sus rostros pudo apreciar lo verdes que eran aquellos grandes ojos que tanto le encantaban.
- Lo siento. -murmuró al darse cuenta de que se había comportado como una histérica.
Harry era demasiado alto y ella tenía que echar hacia atrás la cabeza para verle bien. Estaban tan cerca que su cerebro les tentaba a ambos con los labios del otro. Fue él quien se atrevió a acercarse primero. Al ver que no se apartaba, continuó agachando la cabeza despacio, hasta quedar a un escaso centímetro que no se atrevía a cruzar. Se moría por besarla, pero no quería estropearlo todo y menos ahora, que estaba eufórica por la vuelta de su amiga... Sus pensamientos fueron interrumpidos porque ella se puso de puntillas y le besó. Con cuidado, con lentitud, con miedo y con gratitud.

***

Llevaban dos horas comprando y a la chica le dolían muchísimo las plantas de los pies. Gimoteaba detrás de su madre, suplicándole que volvieran a casa. Clara, harta de su hija, la llevó en coche a casa de Lucas, asegurándose de que hasta dentro de dos o tres horas no volviera a casa. Acababa de hablar con la madre de éste y le había pedido que la entretuviera lo suficiente como para prepararlo todo. Estaba satisfecha por cómo estaban marchando las cosas y porque su hija no sospechaba nada.
Elisabeth se sentó junto a Lucas en la cama y le miró. Estaban en la misma situación que aquella mañana, él estaba muy nervioso y ella no dejaba de mirarle. Levantó la mano y le acarició la nuca con cariño, haciendo resonar el choque de los colgantes de su reloj, que llamó la atención del chico. Se aseguró de que ella realmente llevaba puesto su reloj y sonrió. Se acercó a su novia y la besó con dulzura. Sin embargo trató de no alargarlo mucho, porque debía darle su otro regalo y no podía esperar a ver su reacción. Sacó un sobre azul de su bolsillo y se lo entregó, mientras se rascaba la cabeza avergonzado. Ella le miró con curiosidad mientras lo abría.
Lo primero que se dejó ver fue otro colgante, igual que uno que ya brillaba en su reloj, era otro avión. Elisabeth estaba sorprendida. Lo primero que pensó era que se había equivocado y había comprado dos aviones sin darse cuenta, pero al ver lo otro que había en el sobre, su mandíbula se abrió más que nunca. Era un billete de avión a Londres para dos semanas después. No se lo podía creer. Enseguida entendió el significado del otro avión. Su cabeza no dejaba de dar vueltas y no quedaba ni rastro de todas las maneras de las que había pensado decirle que volvería a Inglaterra.
- Antes de que digas nada, no es que quiera que te vayas o algo así... Es que sé que lo que más quieres en este mundo es volver allí, así que... bueno.
Estaba tan nervioso que no podía fijar la vista en un sólo punto y eso, enterneció a Elisabeth, que no era capaz de mover un músculo. ¿Realmente aquello estaba pasando? Antes de darle la mala noticia de que sus padres ya habían tenido su idea, no pudo evitar avalanzarse sobre él. Se colocó a horcajadas y le besó con tanta efusividad como pudo. Lucas sonreía con tristeza, pero sonreía. Se incorporaron de nuevo después de un rato en aquella posición y ella se apresuró a colocar el avión al lado de la bandera de España, en dirección a la cabina telefónica.
Quedaron en silencio, hasta que ella aprovechó para ser sincera.
- Ehmmm... ¿Recuerdas que mis padres querían hablar conmigo anoche? -esperó a que asintiera para continuar- Pues... me regalaron... esto. Hmm... Tengo un billete para volver a Londres... pasado mañana.

Holaaaa. Bueno a ver, no sé por dónde empezar. Sé que estas no son horas de publicar y se qué dije que acabaría la novela antes de irme, pero esta última semana no he tenido nada de tiempo para subir. Ya sabéis que no tenéis de qué preocuparos porque yo tengo todo planificado hasta el final. Hoy me voy a las cinco de la madrugada y bueno, quería que supiérais que este capítulo iba a ser mucho más largo, pero no doy a basto. Este en concreto, me ha costado más de un día escribirlo y no estoy nada orgullosa de cómo me ha quedado. 
Sé que a algunas de vosotras os aviso por WhatsApp de que he subido y que normalmente me dais vuestra opinión por ahí, pero hasta Septiembre no tendré el móvil y no podré leer ninguna opinión. Sé que vais a pensar que es un coñazo, pero os agradecería que me criticarais por aquí. No porque quiera más comentarios, sino porque quiero saber qué pensáis. No os pido parrafazos, con una línea me sobra. En fin, si estáis leyendo esto, os doy mil gracias por estar ahí. 
Quiero dedicarle este capítulo a Lia Tomlinson. Creo que es la lectora más fiel y más dulce que tengo. Le agradezco muchísimo que se tome tiempo para leerme y comentarme, bueno, por hacerme caso en general. Esto es muy muy importante para mí. 
Espero que disfrutéis vuestras vacaciones como yo lo voy a hacer, que ya me toca. 
Muchos besiiiis <3

lunes, 11 de agosto de 2014

Capítulo 37.

Tres días.
Se colocó frente al espejo, al tiempo que se rascaba la palma de la mano, pensativa. Llevaba un vestido azul eléctrico con flores turquesas y unas zapatillas del mismo color. En sus dedos, tantos anillos como siempre solía llevar, sin dejarse ni uno sólo desnudo. En su muñeca una única pulsera con una cruz, la misma que su madre le había regalado antes de volver a Italia en la que estaba inscrito su nombre. Llevaba el pelo suelto, por encima de los hombros y los ojos pintados. No hacía más que repasarse con la mirada frente al espejo. Se veía demasiado elegante, pero no lo suficiente como para los que iban a ser sus acompañantes en el centro de Londres. Suspiró y se volteó para mirar su espalda, los tirantes cruzados dejaban ver su piel pálida que desentonaba un poco con los colores oscuros.
Decidió dejar de pensarlo tanto, al fin y al cabo, seguían siendo sus amigos y no la iban a juzgar por la ropa que llevara. Aunque quizás debería ponerse unos altos tacones como cualquier chica que fuera con ellos. A lo mejor si la prensa les hacía fotos pensarían que ella era una enana que no pegaba nada al lado de cinco estrellas de la música. A lo mejor, los chicos pensaban eso. Y si no lo hacían, seguro que la verían como la hermana pequeña a la que hay que cuidar porque es la obligación, pero con la que nadie quiere pasar el tiempo. El interfono sonó y supo que la esperaban. Cogió la chaqueta que más abrigaba de las que tenía y en sus bolsillos metió lo que creyó que necesitaría; dinero para pagar su parte de la cena, el móvil, un par de libras sueltas para pagar el autobús de vuelta y pastillas para la ansiedad en el caso de que todo fuera mal. El interfono volvió a sonar y ella se dio cuenta de que estaba tardando demasiado. Agarró las llaves y le dio dos vueltas a la cerradura al salir, no sin antes comprobar que todas las luces habían quedado apagadas y que nada estaría gastando energía en el tiempo que ella estuviera fuera. No pudo evitar dirigir una rápida mirada al calendario de la cocina, que tenía una visible cruz roja destacando el día siguiente.
Bajó corriendo las escaleras y pudo ver un rostro conocido a través del cristal del portal. Sonrió al instante cuando le vio, después de todo lo que había pasado. Sentía como si llevara siglos sin verle cuando, en realidad, eran cuatro semanas escasas. Su pelo castaño seguía siendo corto y su sonrisa de ternura al verla, tampoco había cambiado. Helen se acercó lentamente con miedo a su rechazo, con miedo de que no quisiera abrazarla o hablarle, o algo así. Pero Liam se adelantó unos pasos y la abrazó con tanta fuerza como sus ejercitados brazos le permitían. Ella le correspondió enseguida, tratando de aguantar las lágrimas que esperaban a salir impacientes de sus ojos.
- Liam, me estás ahogando. -murmuró cuando la fuerza de sus brazos le impedía respirar correctamente.
- No nos vuelvas a hacer esto, Helen. Nunca más. Te he echado muchísimo de menos. -respondió él cuando vio sus ojos brillando por culpa de las lágrimas.
Ella simplemente asintió y se dio la vuelta para entrar en el coche, saludando con una sonrisa a Harry que se encontraba en el asiento del copiloto y la ventanilla bajada.
Abrió la puerta trasera del Audi negro y se encontró con los ojos grises que le encantaron desde el primer día que los vio, y a su lado, un muchacho moreno con los brazos llenos de tatuajes y una tímida sonrisa a modo de saludo. Se sentó en el asiento libre, en silencio, sin saber exactamente qué decir. La verdad es que no se había sentido tan avergonzada nunca. Era muy incómodo no saber si realmente les alegraba su presencia o en realidad preferirían que se quedara sola en casa. Por un momento pensó que debería haberse ido de discotecas y buscar algún tío dispuesto a cualquier cosa por tenerla, pero tan rápido como eso surgió en su mente, desapareció. Prefería mil veces aquella compañía, aunque la odiaran y ni si quiera quisieran hablarle. Miró a Louis, vestido con unos pantalones negros y una camisa azul. Se le hacía raro verlo vestido tan elegante. Él captó su mirada, pero ella la retiró tan rápido como pudo. El chico pasó su brazo por encima del hombro de Helen y la achuchó cariñosamente.
- Te ha sentado jodidamente bien ese convento en el que has estado.
La italiana soltó una carcajada, reconociendo toda la ironía que había puesto en esa frase. Todos los del vehículo se unieron a la risa, pero la chica pudo observar como Harry se revolvía incómodo en su asiento y como se extendía una sonrisa triunfal en el rostro de Louis.
- ¿Dónde está Niall?
- Nos dijo que llegaría un poco tarde. -respondió Zayn.
Helen tarareaba bajito la canción que estaban poniendo en la radio en ese momento, mientras veía Londres pasar a través del cristal. No le podía gustar más esa ciudad, pero no podía evitar pensar que ella no seguiría allí de no ser porque los padres de su amiga la cuidaron. Y a pesar de todo, se había quedado sola, porque estaba segura de que Elisabeth no volvería, y menos después de lo que le había pasado. No podía culparla por necesitar un cambio, de la misma manera que ella. Pero la suerte era que a ella la había ayudado Harry a salir del agujero y a su amiga, nadie. O al menos eso era lo que pensaba, lo último que había sabido de Elisabeth era que había dejado de comportarse como la chica tímida y responsable que todos pensaban que era y que el cambio había tenido las peores consecuencias que habrían podido imaginar. Después de enterarse de que había estado en el hospital, Helen la había llamado incontables veces, pero en el momento en el que se había dado cuenta de que la española no quería hablar con ella, había desistido. Sin embargo, no estaba enfadada, simplemente decepcionada. La echaba de menos y había perdido todas las esperanzas de verla de nuevo.

***

- Tengo que irme, mis padres tienen que hablar conmigo. -dijo levantándose del regazo de su... novio.
Él frunció el ceño preocupado. La verdad es que no esperaba que los padres de Elisabeth entendieran que él quisiera salir con ella, al fin y al cabo, eran sus vecinos y le habían visto con muchas chicas distintas. Si no habían aceptado al "inglesito", cómo le iban a aceptar a él. Se puso tenso enseguida. Sólo llevaban dos días saliendo, no era posible que la chica le hubiera hablado ya de la relación en la que se encontraban. Carraspeó incómodo mientras veía como su chica se ponía sus botas por encima de los pantalones y colocaba la manta con la que se habían tapado para ver la película correctamente doblada.
- ¿De qué?
Ella se encogió de hombros sin darle realmente importancia al nerviosismo de Lucas. No sabía de qué querían hablar sus padres pero no les había visto demasiado preocupados cuando le habían pedido que volviera temprano esa tarde.
- No creo que sea nada malo.
Lucas se levantó y miró aquellos grandes ojos verdes. Acarició los brazos de la chica mientras adoraba su mirada. Se inclinó hacia abajo y le besó con dulzura. Cada beso que le daba le gustaba más que el anterior y le preocupaba que no fuera un sentimiento mutuo. Estaba muy pillado y no le importaba admitirlo, en su interior.
- No creo que a tus padres les guste... esto.
Elisabeth sabía que se refería más a él mismo que a la relación en sí. Pero realmente no le importaba. Sus padres habían aprendido la lección y estaba segura de que la dejarían escoger su propio camino a ella misma. Al menos eso esperaba.
Sonrió contra sus labios y le besó intentando darle algo de tranquilidad.
- Me da igual. -añadió al separarse.
Caminó hasta el recibidor, dejándolo allí parado, observando cada uno de sus movimientos. Lo perdió de vista mientras agarraba su chaqueta y caminó de nuevo a la estancia en la que él se encontraba, para terminar de ponérsela. Cogió su bolso y se lo colocó sobre el hombro. Lucas se acercó a ella y la besó con fuerza, sin delicadeza, sólo sus bocas, una contra la otra. Se separó algo sonrojada y le besó en la mejilla, antes de salir corriendo hacia su casa.
Fuera llovía y hacía muchísimo viento, así que se dio toda la prisa posible para llegar a casa. Sus pulmones pudieron coger aire caliente sin dificultad en cuanto pisó la moqueta de su casa. Se deshizo de la ropa mojada y se puso un chándal cómodo y calentito. Bajó deprisa las escaleras con dos capas de calcetines cubriendo sus pies y provocando que casi resbalara en los escalones desnudos de las escaleras. Llegó jadeando y se dejó caer sobre el sofá, sintiendo las miradas tranquilas de sus padres sobre ella.
- Venga, de qué queréis hablar. -dijo dando palmas sobre sus rodillas con excitación.
Tanto Clara como Carlos se intercambiaron una mirada.
- Ya sabes que sentimos mucho todo lo que ha pasado...
Elisabeth dirigió miradas a ambos intermitentemente con la curiosidad pinchando en su estómago. Se mantuvo en silencio esperando a que su padre continuara la frase, pero fue su madre quien lo hizo.
- Así que, bueno... Nos has demostrado que después de todo lo que ha pasado... Sabes llevar bien las cosas y... En fin, sabemos que no estás cómoda aquí y mañana es tu cumpleaños...
- ¡Dilo ya, Mamá!
La chica estaba de los nervios, no se estaba enterando de nada y quería saber que era eso que hacía que sus padres se comportaran de manera tan extraña. Su padre le entregó un sobre blanco y ella, estresada por tanto misterio, lo rasgó con rapidez. Un grito salió de su garganta como acto reflejo y se lanzó con los brazos abiertos a sus padres. No podía creerlo, realmente estaba pasando. No podía parar de dar saltos, las lágrimas recorrían sus mejillas y sus padres la abrazaban con fuerza. Elisabeth miró de nuevo el contenido de aquel sobre, y tuvo la sensación de que aquel billete de ida a Londres, no sólo le iba a traer alegría.

domingo, 10 de agosto de 2014

Capítulo 36.

Cinco días.
De nuevo, una llamarada subió por su garganta hasta su boca, produciendo una desagradable tos, que estaba reduciendo poco a poco con el paso de los días. Ahora no tenía frío, ni fiebre, pero su amiga no dejaba de preocuparse, como si estuviera muriendo. A ver, reconocía que se había encontrado muy mal cuando fue al médico, pero éste le había recetado medicamentos y ya se sentía mucho mejor. De hecho, casi necesitaba salir de allí y estar tranquilo, aunque el hecho de que Elisabeth estuviera pendiente de él no podía evitar sacarle una sonrisa. Él quería que fueran algo más, quería no tener que sentir celos si algún chico se acercaba a ella, pero estaba claro que el sentimiento no era mutuo. Suspiró. Estaba atento al silencio de su casa, todos estaban fuera; el pequeño con la abuela y sus padres trabajando. Llevaba una hora esperando a su amiga para que vieran una película, pero no sólo ella se retrasaba, sino que él no tenía ganas de quedarse en casa. Cogió las llaves y se abrigó bien antes de salir.
No estaba más lejos de dos pasos de su porche cuando vio a Elisabeth corriendo hacia allí, con el pelo enmarañado, la bufanda casi rozando el suelo y sus pequeños y suaves labios entreabiertos buscando un poco de oxígeno que respirar. Se quedó quieta con sorpresa mientras veía a Lucas caminar hacia ella, preguntándose qué hacía.
- Estás enfermo, deberías estar en casa. -dijo intentando recobrar el aliento.
- Ya, venga, vamos, que se nos escapa el autobús.
Agarró el brazo de su amiga y tiró de ella hacia la parada del autobús mientras ésta no dejaba de repetirle que debería estar delante de la chimenea o tapado con una interminable capa de mantas. Llegaron justo a tiempo para coger el autobús, con la suerte además de tener dos asientos libres juntos. Ella aprovechó que estaba sentada para colocarse bien la bufanda y atusarse el pelo con las yemas de los dedos.
- ¿A dónde se supone que vamos?
Lucas retiró la mirada de la ventana y sonrió a su acompañante.
- Al parque de atracciones.
Los ojos de la chica casi salieron de sus órbitas. Empezó a negar rápidamente con la cabeza y se levantó de su asiento. Su amigo la miró con gesto interrogante, un poco asustado de su reacción.
- Odio lasatracciones. No puedo. Tengovértigos. Odiolasalturas. No quiero ir. Me bajaré en la próxima parada. Yono puedo, no, no, no.
Hablaba tan rápido que era un poco difícil comprender lo que decía. Lucas se levantó de su asiento y se puso a su lado, agarrando la misma barra que ella. Pasó su mano por la mitad de su espalda y la acarició.
- Vamos, será divertido. Además vas conmigo, preciosa. No te va a pasar nada.
Elisabeth se empezó a sentir muy incómoda. No quería que la viera como una niña estúpida que no se atreve a montar en atracciones, pero la verdad es que se mareaba mucho y veía las cosas distorsionadas cuando se encontraba en lugares altos, pero si esos lugares estaban en movimiento...
No podía mirar a Lucas a la cara, se sentía tan avergonzada. El estómago se le revolvía sólo de pensar en la imagen que le daría, de una cobarde.
El autobús paró y el chico le agarró la mano con suavidad y tiró de ella para salir del vehículo.

***

- Deberías estar ensayando, idiota.
- Es más divertido ir al cine. -dijo mientras agarraba una palomita y ponía los pies en el respaldo del asiento de delante.
Tan sólo había dos o tres personas en la sala. Harry supuso que si escogían la sesión más temprana, no habría mucha gente y además tendrían tiempo de tomar algo después y, la verdad es que era cierto. Estaba aliviado de poder pasar tanto tiempo a solas con ella, con un poco de suerte conseguía "conquistarla" como decía Niall. Sin embargo, a su parecer, ella estaba un poco reacia a ser algo más que amigos, pero no le importaba, estaba conforme mientras pasaran el rato juntos.
- Yo odio el cine. -dijo seriamente la italiana.
La sonrisa de Harry se borró inmediatamente. La había cagado pero bien. Intentaba gustarle a Helen y ni si quiera sabía que odiaba el cine. No podía haberla llevado de compras o algo así, se supone que eso es lo que les gusta a las chicas. Era tan estúpido. Podría haberlo pensado más detenidamente.
Las carcajadas de la chica le interrumpieron. La miró sorprendido mientras las lágrimas y las risotadas salían a borbotones.
- ¡Te tenías que haber visto la cara! -dijo con voz aguda mientras se agarraba el abdomen, que le empezaba a doler de la risa- Es broma tonto, adoro el cine.
Harry no sabía que decir. Acababa de hacer un ridículo espantoso.
- Me vengaré, que lo sepas. -comentó cruzándose de brazos.
Helen se inclinó y le regaló un suave beso cerca de la comisura de los labios. El inglés agradeció que las luces se apagaran en ese momento porque las mejillas pasaron a un color rojizo en cuestión de segundos. Realmente, ella había querido besarle la boca, pero por su mente no dejaban de pasar todas las reacciones que había podido tener su amigo si lo hubiera hecho. Seguramente se habría apartado y habría dejado de hablarle en lo que quedaba de tarde. O en cuanto hubieran salido, se habría excusado y habría salido corriendo. El corazón de la chica latía a mil imaginando la sensación de juntar los labios con los del inglés. Cerró los ojos y respiró profundamente intentando que el aire alejara aquellas estúpidas ideas de su mente.

***
Habían subido a demasiadas atracciones como para contarlas y Elisabeth sentía que lo poco que había ingerido durante la comida iba a acabar en el suelo en pocos minutos. Su cara ya no estaba pálida, sino que tenía un color amarillento y sus manos no se podían despegar del vientre.
- Necesito un descanso. -murmuró.
Caminaron juntos hacia un banco un poco alejado del ruido y se sentaron. Lo cierto era que la chica se lo había pasado rematadamente bien, pero su miedo a las alturas no iba a desaparecer por montarse en varias montañas rusas un poco más pequeñas que la atracción estrella del parque, la cual, si no le fallaba su instinto, estaba segura de que Lucas subiría en ella también.
- Perdona por estropearte la tarde, no era mi intención.
El chico la miró con ternura, la había arrastrado hasta allí y aún así pedía disculpas. No podía más. Quería besarla. Y no hizo más que seguir su instinto. Porque necesitaba intentarlo definitivamente, necesitaba hacerla olvidar a ese inglesito que era un obstáculo para él porque, por muy egoísta que sonara, él no había estado con ella cuando peor lo había pasado.
Pasó su mano por su mejilla sonrosada por el frío y le acarició la mandíbula hasta dejar sus dedos en su barbilla y levantarla para poder mirar con claridad su rostro. Acercó su nariz hacia la de ella y la miró a los ojos, esperando ver algún rechazo en ellos, pero se sorprendió al ver que estaban cerrados, esperando por su beso. Así que los rozó con los suyos y la besó. De la manera en la que no había besado nunca a nadie, despacio y por una vez con sentimientos verdaderos, transmitiéndose con dulces movimientos. Pero como siempre, lo bueno acaba y ella fue quien decidió separarse.
- Quiero que lo intentemos. -dijo Lucas anteponiéndose a lo que ella tuviera que decir.
- ¿Qué?
- Eres la primera tía que de verdad me gusta y quiero salir contigo.
Ella sonrió con ternura, pero realmente no estaba segura de que fuera buena idea. Le gustaba Niall, no Lucas. Era consciente de que a él no le había dicho eso hacía tres días en el parque, pero no esperaba que se hiciera ilusiones. Por otro lado, tenía bastante claro que no iba a volver a Londres. Sus padres no lo permitirían y allí nadie querría verla. Añoraba su ciudad, pero no tenía esperanzas de volver a pisarla. Eso significaba que no vería al irlandés y que por tanto Lucas tenía vía libre. Si salía con él, se acabaría enamorando y todo iría bien, pero ella no había tenido nunca novio y seguro que no se le daría bien, lo último que quería era hacerle daño a él. Estaba decepcionada con la situación. En las películas las cosas no eran así de complicadas. Pero en las películas, los personajes estaban enamorados.
Su cerebro dejó de pensar en el mismo instante en el que vio el rechazo en el rostro del chico. Se acercó de nuevo a él y le besó, susurrando contra sus labios que lo intentaría.

Para mi musa Cris.

viernes, 8 de agosto de 2014

Capítulo 35.

Siete días.
Abrió los ojos y escuchó el silencio que reinaba en su nueva casa de las afueras de Londres. Se rascó el torso desnudo mientras observaba la luz que se colaba por la ventana. Deslizó las rodillas por debajo del edredón y se sentó en el borde del colchón. Una mueca de dolor cruzó su rostro cuando notó un fuerte pinchazo en su pierna mala, visible por debajo de sus pantalones de baloncesto. A pesar de ser invierno y estar en Inglaterra, se sentía muy cómodo durmiendo tan sólo con sus pantalones de deportista. Sus ojos azules escocían del cansancio y agradecía mentalmente que se pudiera dar esa semana de descanso antes de ir a Nueva York. Le encantaba aprovechar esos días viendo fútbol en la televisión, jugando al golf con algún amigo o quizás, dando vueltas con la bicicleta. Caminó descalzo por la madera del suelo hasta el armario para agarrar una sudadera y mantenerse en calor. Llevaba varios días de mal humor, pero precisamente ese, había despertado con tranquilidad en su interior. El estómago no le daba vueltas, sino que le rugía de hambre. Y no tenía ganas de quedarse sólo todo el tiempo.
Se dirigió a la cocina, la estancia más pequeña de su casa, y se preparó un poco de café junto con tostadas. Abrió la alacena más alta, donde guardaba la bollería, y sin fijarse realmente, agarró algo para acompañar el desayuno. Le apetecía ir al gimnasio, hacer un poco de ejercicio y relajarse después, pero le dolía demasiado la rodilla como para eso. Mientras leía el periódico, apuró lo que le quedaba de café en la taza y decidió ponerse a tocar la guitarra.
Tarareaba una melodía al azar cuando el timbre le desconcentró. Chistó y dejó la guitarra a un lado. Le aliviaba pensar que siempre había algo que podía ayudarle a ordenar cada idea de su interior. Se sorprendió mucho cuando abrió la puerta; encontró a una chica bastante cambiada pero cuyo rostro era difícil de olvidar, acompañada de Harry. Sonrió ampliamente y abrió sus brazos para estrechar a la pequeña italiana entre ellos.
- Te he echado mucho de menos.
Se separó un poco y la miró fijamente, sus ojos color miel estaban inundados en lágrimas que no eran de otra cosa más que felicidad y culpabilidad. Dirigió la mirada a su amigo quien le devolvió una sonrisa y un suave "hi".

***

- ¡Buenos días! -dijo alegremente al otro lado del teléfono.
- Harry, sólo son las once y quiero dormir, hablamos después... -su tono adormilado cada vez se alejaba más de la percepción del inglés, al tiempo que ella retiraba la oreja del dispositivo para colgar.
Había pasado la noche más tranquila que había podido tener en las últimas cuatro semanas, en las que si no era por un chico, o una fiesta, su conciencia la castigaba hasta altas horas de la madrugada en las cuales, sin más remedio, caía en los brazos de Morfeo.
Escucho la voz de su amigo gritando, desesperado por evitar que terminara con la llamada.
- ¡Helen! ¡No cuelgues!
La chica gimió con sueño, esperando a que se callara de una vez y la dejara dormir.
- Qué quieres... -su tono de derrota hizo sonreír al interlocutor.
- He pensado que te apetecería acompañarme a casa de Niall.
Helen abrió los ojos con sorpresa y no movió ni un músculo, aún a sabiendas de que nadie la estaba mirando y que eso no cambiaría lo que había oído. No estaba enfadada con el irlandés en absoluto, al contrario, era el que mejor se había portado, pero ella no había hecho lo mismo con él. De hecho, era, junto con Harry, el que más había pagado su frustración, pero el que menos se lo merecía. Le dolía pensar que seguro que Niall lo había pasado mal cuando su amiga se fue y ella no estuvo ahí para darle su apoyo o cuando se enteró de que Beth estaba en el hospital y tuvo que coger el primer avión a Málaga, con la suerte de no tener que hacer escala en Madrid. Recordaba el momento en el que le explicó todo lo que había ocurrido y ella no había sabido hacer otra cosa que colgarle el teléfono y no volver a dirigirle la palabra, ni a él, ni a nadie. Sólo había cogido dinero, había ido a la peluquería, se había cortado el pelo y después, al volver a casa, había sacado de su armario toda la ropa que se pondría para salir de fiesta. Ahí comenzó todo para ella.
Sacudió la cabeza recordando que Harry seguía al teléfono, aguardando una respuesta.
- No sé si es buena idea. No creo que quiera verme.
Colocó el teléfono entre el hombro y su oreja y se levantó de la cama. Sacó del armario unos pantalones negros y un jersey amarillo. Comenzó a vestirse mientras escuchaba a su amigo hablar.
- Vamos Helen, los dos necesitáis hablar. Él también ha estado mal. Estoy seguro de que se alegrará mucho de verte.
Un suspiro aterrizó en el oído del inglés. Sonrió, sabiendo que aunque le costara, su amiga estaba tan dispuesta como él a arreglarlo todo.
- ¿Cuánto tiempo me queda hasta que vengas a por mi?
- Una hora. Luego te veo. Adiós.
- Adiós. -respondió ella, notando como algo en su estómago se empezaba a remover con nerviosismo.
Tuvo tiempo suficiente para ducharse y vestirse. Se encontraba delante del espejo del pasillo, a punto de dibujar una línea negra en el párpado superior cuando algo hizo latir su corazón con fuerza. La puerta del cuarto de estudio estaba entreabierta. No recordaba haber entrado en esa habitación tras haber hecho su cambio radical. Ahora estaba vacío, pues todos los libros que llenaban las estanterías eran de Elisabeth. Casi sonrió al recordar como su amiga era incapaz de estudiar o leer en la misma habitación que ella. Siempre la sacaba de quicio porque no podía estar en silencio incluso cuando estudiaba.
Suspiró y volvió al espejo para pintar la línea de su ojo.
No había demasiado tráfico en Londres pero se necesitaban más de diez minutos para salir del centro y dirigirse a la zona en la que vivía en ese momento Niall. Helen jugaba con los numerosos anillos que adornaban sus manos.  ¿Y si no quería verla? ¿Y si les cerraba la puerta en las narices?
Harry parecía saber todo lo que estaba pensando.
- Seguro que se alegra de verte, con lo guapa que estás con ese corte de pelo. -añadió en tono burlón.
Helen suspiró. Su estómago daba vueltas como una lavadora a máxima potencia.
El coche paró y su corazón también. En su cabeza no hacía más que castigarse por haber sido tan estúpida de fastidiarlo todo. Estaba claro que Elisabeth y ella tenían la misma capacidad para estropear las cosas, una en España y otra en Inglaterra.
Harry seguía sentado sin salir del coche, mirándola fijamente a los ojos, alhéntandola con sus grandes esmeraldas. Ella simplemente asintió y dejó de darle vueltas a los anillos para abrir la puerta y situarse detrás de su amigo, acobardada por el miedo de enfrentarse a su propio desastre.

***

Los tres entraron en casa sin decir una palabra y se sentaron en los sofás del salón. El rubio se apresuró a quitar la guitarra de la la silla de madera y a deshacerse de todos los papeles que estorbaban en la mesa. Harry no quitaba la mirada de la chica, que seguía llorando abrazada a Niall, derrumbada por el poco rencor que le guardaba su amigo.
- No llores más, por favor. -pidió el irlandés en un intento desesperado de calmarla.
Jamás se habría esperado aquella reacción de Helen, es decir, no es que no fuera expresiva, que ciertamente a veces lo era de más, sino que siempre se la veía sonriendo y divirtiéndose. Claro que eso fue, antes de que su mejor amiga se fuera del país. Cada día después de la marcha de la española, había sido un problema o un cambio. Todos sabían que cuando se fuera, las cosas cambiarían, pero nunca imaginaron cuánto. Vio como sacaba un pañuelo de su bolso marrón oscuro y se limpiaba las lágrimas. Se sorbió un poco la nariz y levantó la mirada hacia sus ojos azules. Niall vio tanta culpabilidad en ellos que la abrazó aún con más fuerza si cabía.
- Lo siento. -murmuró ella.
Los dos chicos no pudieron evitar que unas sonrisas escaparan de sus rostros.
- No lo hagas, no tienes nada que sentir. -dijo con sinceridad.
Helen se separó de Niall y se puso en pie, tan sorprendida por su respuesta como sus acompañantes por su reacción. Comenzó a masajearse la nuca mientras caminaba dando vueltas por la estancia, con el único sonido de sus botas de tacón chocando con la suave madera. Un nudo apoderaba su garganta y ella no podía entender que Niall no le gritara como había hecho Harry la tarde anterior. Ambos la miraban como si estuviera desquiciada. El moreno se levantó del sofá haciendo que los otros dos presentes le observaran.
- ¿Alguien quiere un té? Voy a preparar té. Espero que tengas algo que me agrade Niall.
Y sin dar lugar a que nadie le respondiera, salió del salón. La chica suspiró y comenzó a darle vueltas a sus anillos como había hecho en el coche, en silencio y sin moverse de su sitio. Dirigió un rápido vistazo a su amigo y lo vio sentado, con los codos apoyados en sus rodillas y las manos unidas, sin quitar la mirada de sus uñas. Helen caminó hasta él y se sentó a su lado.
- ¿Por qué no me gritas? ¿No tienes ganas de pegarme? ¿Me sigues considerando tu amiga? ¿Crees que soy estúpida? ¿Por qué narices me perdonas, Niall?
Los dos océanos del chico no dejaron de contemplar las puntas de sus dedos. Parpadeaba constantemente asimilando en su cabeza cada una de las preguntas.
- Porque no mereces que te grite, ni que te pegue, ni que deje de considerarte mi amiga. Claro que eres estúpida, deberías haber venido a verme mucho antes. Y no te perdono Hel -levantó la mirada hasta conectar los dos pares de ojos-, porque no tengo nada que perdonar. A todos nos ha venido grande lo que ha pasado y Beth era tu mejor amiga, lo único que supe hacer fue echarle más leña al fuego, debería haberte contado las cosas en persona, con tranquilidad. Fui a verte mucho después, pero no abriste, y comprendí que si hubiera ido antes, habría sido de más ayuda. En realidad, si hubiera desmentido todos los rumores de la prensa, ella -pronunció sin atreverse a nombrarla de nuevo-, seguiría aquí. Todo esto es culpa mía y si hay alguien a quien hay que perdonar, es a mí. He tenido mucho tiempo para pensarlo y, no estoy enfadado con nadie más que conmigo mismo.
Algo despertó en la italiana, algo que no supo lo que era hasta mucho tiempo después. Era alivio. Estaba aliviada porque después de pasar tanto tiempo asustada de que todo el mundo la odiara, se dio cuenta de que no era así. Pero también era sorpresa, de que Niall se culpara a si mismo por el hecho de que ella los evitara a toda costa. No sabía exactamente como explicar que las cosas no eran así.
- No, te habría gritado y te habría hecho odiarme más de lo que deberías si hubieras ido a verme. Escucha, Beth se ha portado como una estúpida allí y no tenemos por qué cargar con la culpa de ello. Era... Es -rectificó-, mi mejor amiga, y no me importa decir que ella ha jodido muchas cosas. Pero no niego que yo también lo haya hecho. Confío en ella y sé que volverá y que todo será como antes.
Y entonces el irlandés se sorprendió a si mismo con lo que dijo.
- No sé si quiero que todo sea como antes.
Todo quedó en silencio. Harry, que desde la cocina lo había escuchado todo se dio cuenta de que, en realidad, él tampoco estaba seguro de ello. Es decir, quería que Elisabeth volviera, pero no sabía cómo irían las cosas con Niall después de todo lo que había pasado.

La novela está llegando a su fin y estoy orgullosa de estos últimos capítulos. No estoy muy pendiente de avisar a las lectoras porque no quiero perder demasiado tiempo y ilusionarme con que lean xd. El caso es que voy a intentar subir todos los días antes de que me vaya de vacaciones. Antes de acabar me gustaría ir dedicando capítulos a quienes todavía están ahí, pero eso no quita que añada una entrada de agradecimientos cuando acabe. El caso es que estoy contenta de saber que aún hay gente que me lee y de saber que seré capaz de acabar lo que empecé hace casi dos años. Lo siento porque sé que no soy una gran escritora y aún así llevo tanto tiempo para 35 capítulos. Este curso me he centrado al máximo y he evitado a toda cosa distracciones de este tipo, por eso no quiero dejaros colgadas y os digo que acabaré este viaje, sola o con lectores, pero lo haré. Espero que no seáis capaces de imaginar un final, porque entonces, no tendría tanta emoción. Muchas gracias por seguir ahí. 
Este capítulo es para Helen, porque en ella basé el personaje de esta historia y en estos momentos se encuentra en tierras inglesas. A ella le debo estar en este fandom así que creo que es demasiado importante para no nombrarla aquí.

jueves, 7 de agosto de 2014

Capítulo 34.

Ocho días.
Habían sido días duros para todos, y no sólo para Elisabeth quien fue, precisamente, la que comenzó todo aquel tornado de problemas con su vuelta a España. Se sentía culpable por todo lo que había provocado, pero nadie en Londres era consciente de ello, excepto Nanna, que estaba al corriente de todos los cambios que se habían producido en su nieta.
Helen, por su lado, aparentaba haber cambiado o por lo menos lo intentaba, pero en  su interior añoraba a su eterna amiga, que había sido capaz de mantenerla a raya tantos años. Se había creado su propio caparazón e intentaba que nadie más la hiciera sentir tan mal como lo había hecho ella misma durante medio mes. Aunque debía reconocer que después de la última visita de Harry, no tenía ganas de fiesta ni de diversión. Más confundida que nunca, se sorprendía a si misma marcando su número de teléfono y colgando antes del primer toque. Aquella mañana, su amigo había descolgado a tiempo y ella había tenido tiempo suficiente de escuchar su angustiada voz.
- ¿Helen? ¿Eres tú? ... ¿Hel?
Y tan rápidamente como sentía un fuego ardiente de frustración subir desde su estómago, colgó. Necesitaba salir. Necesitaba hacer algo que la antigua Helen haría. Llevaba varios días comiendo en casa de Nanna, que no hacía más que decirle que tenía que empezar a pensar como una mujer adulta de verdad, y no como una adolescente desenfrenada que sólo piensa en estar cada noche con un chico distinto. Y sabía que tenía razón, pero aunque la amaba con locura y le encantaba pasar tardes con ella, no podía permitir que la alimentase todos los días. Porque no era nada justo que la que estuviera cargando económicamente de ella fuera la abuela de su amiga. Así que, entró en la cocina y comenzó a hacer una lista de todo lo que hacía falta poner en las alacenas y en la nevera. Caminó hasta la puerta agarrando su bolso y su chaqueta. Entre las medias que cubrían la piel que su vestido no podía, se colaba el aire invernal londinense. Colocó su paraguas de colores sobre su cabeza sin preocuparse en realidad, de si su pelo se mojaba con la lluvia o no. Adoraba Londres por sus infinitos diluvios y, normalmente dejaba que su ropa se mojara hasta calar sus huesos, pero llevaba un vestido precioso y realmente no quería estropearlo, después de todo, no es que fuera precisamente rica. Agarró un carro y comenzó a meter todo lo que creía necesario mientras la gente la observaba descaradamente. Se miró de arriba a abajo; no es que fuera demasiado provocativa, o algo así. Se encogió de hombros y continuó llenando su carro. Llegó a la caja empujando el carro con el abdomen, con los brazos apoyados sobre la barra del mismo. La cajera le sonrió amablemente y le cobró. Salió de allí con las manos llenas de bolsas de plástico y la boca abierta con el cansancio que le provocaba el peso de su compra. La lluvia caía sobre su cabeza y ropa, pero no podía agarrar el paraguas. Oyó como a su derecha, un coche le pintaba y lo ignoró, acostumbrada a causar furor entre los hombres. Continuó su camino hasta que un tirón de su bolsa le sobresaltó. Con fuerza soltó las bolsas de su mano izquierda y comenzó a golpear al ladrón. Se dio la vuelta preparada para dar una patada cuando reconoció el pelo del chico que se estaba cubriendo de los golpes.
- ¿Qué coño crees que haces? -gruñó.
- Te estaba intentando ayudar, pasaba por aquí.
- No quiero tu ayuda, Harry. Déjame.
El interpelado sonrió profundamente, agarró todas y cada una de las bolsas que en ese momento estaban en el suelo y continuó caminando. Helen suspiró y corrió tras él.
- ¡Devuélveme mi compra, idiota!
Pero las largas piernas de Harry daban grandes zancadas y aunque le alcanzara no podía agarrar lo que era suyo. Estaba furiosa, no quería hablar con él. Suspiró, pero más bien pareció el relincho de un caballo. Inspiró y expiró en un intento de relajarse pero no funcionaba, de modo que le siguió prácticamente corriendo, más enfadada a cada paso que daba.
El inglés esperó pacientemente a que su amiga llegara al portal y le abriera la puerta, pensando que le estaba haciendo un favor y que ella se lo agradecería, pero no le costó darse cuenta de que no era así cuando la vió llegando hasta él, sudorosa y mojada, con su mayor expresión de disgusto. Sin embargo, guardó silencio hasta que llegó sin atreverse a abrir la boca.
- Dame esa puta mierda y aléjate de mí. Te lo digo en serio. No sé de qué vas. La verdad es que no sé ni por qué te estoy hablando -Harry escuchaba con paciencia y el ceño fruncido-. No quiero verte ni a ti ni...
Pero ese era el límite. Se estaba esforzando por acercarse a ella, a pesar de todo, y le decía que no quería verle. ¿Cómo habían llegado a ese punto?
- ¿¡Qué no quieres verme!? ¿¡TÚ A MÍ!? -interrumpió terriblemente enfadado- YO NO SOY EL QUE SE HA VUELTO GILIPOLLAS Y ALEJA A TODOS SUS AMIGOS. ERES TÚ LA BORDE, CREES QUE HAS CAMBIADO PERO NO HAS HECHO MÁS QUE CONVERTIRTE EN UNA NIÑATA QUE SE CREE MADURA POR FOLLAR CON UN TÍO DISTINTO CADA NOCHE -rió irónicamente-. Crees que los demás no tenemos idea de nada, pero nosotros sólo te queremos ayudar a que veas las cosas con claridad y que no te conviertas en... esto. Lo siento pero yo no me voy de aquí hasta que arreglemos esto.
Toda la gente miraba cómo la mandíbula de Helen estaba desencajada con sorpresa. Harry siempre era dulce y risueño, siempre bromeaba y era bastante tímido. Jamás hubiera imaginado que sería capaz de hablarle así y, por alguna extraña razón, no se sentía enfurecida, sino culpable. Todo sobre lo que había construido se acababa de desmoronar. Pero no le daría el gusto de saberlo al inglés que le acababa de gritar. Simplemente no dijo nada. Sabía que tenía razón y eso la frustraba más.
Sacó las llaves del bolso y mientras su acompañante llamaba al ascensor, ella subía por las escaleras sin dejar de darle vueltas a lo que acababa de ocurrir. Abrió la puerta de su piso y la dejó entornada para que Harry entrara cuando llegara arriba. Caminó hasta la cocina y puso agua a calentar para hacer té. Oyó como la puerta se cerraba y unos pasos llegaban hasta donde ella se encontraba, sentada en la encimera y mirando al suelo, avergonzada. Su amigo suspiró y tiró del pelo que quedaba detrás del pañuelo que sujetaba su melena. Éste caminó hacia las bolsas y se puso a colocar las cosas donde pensaba que podían ir. Cuando terminó, dio dos pasos y se sentó en la encimera al lado de Helen, quien al sentirlo al lado, se levantó y retiró el agua del fuego, para vertirla en dos tazas con dos sobres de English Breakfast. Le entregó una a Harry sin ser capaz de mirarle a los ojos y se sentó de nuevo a su lado.
- No quería ser tan brusco Helen, yo... -suspiró dejando la frase en el aire sin saber cómo terminarla.
- Tienes razón. Sé que la tienes. Pero no quería ser la que era antes y se me fue de las manos.
La mano de Harry acarició el brazo de su acompañante y continuó hasta hacerle una caricia en la mano. Le dolía verla así y se sentía extremadamente impotente. No podía hacer nada por mucho que quisiera.
- No huyas de mí, por favor. Déjame pasar tiempo contigo. Me da igual el horario que necesites. Si quieres pasar las noches con otro tío yo pued...
- No. Eso se ha acabado.
Los ojos de ambos conectaron como dos imanes gigantes que llevaban años esperando para ser unidos. Harry sonrió hasta que le salieron arrugas en los ojos y Helen imitó el gesto. Comenzaron a hablar tranquilamente sobre los próximos conciertos que les esperaban a los chicos mientras se bebían a sorbitos sus respectivas tazas de té.
- Déjame que te haga una foto. -dijo de repente Harry, mientras se ponía de pie con el teléfono en la mano.
La italiana interrumpió sus carcajadas por una expresión de desconcierto, sin perder la sonrisa.
- ¿Qué? ¡No!
Pero ya era demasiado tarde, su amigo sonreía mientras miraba la foto que acababa de hacer, mientras la chica llegaba hasta él para ver el resultado. Gritó horrorizada al verse con la boca abierta en plena carcajada y los ojos achinados, su cabeza estaba inclinada hacia arriba y su corto pelo rubio no cubría su rostro como solía hacer, sus manos estaban en las costillas, y sus piernas cruzadas. Se le  veía radiante de felicidad.
Se quedaron en silencio contemplando la imagen. Helen agarró el iPhone que Harry sostenía rápidamente. Activó la cámara interior y se puso de puntillas para acercar el rostro al de su acompañante, sonriendo. Él lo entendió al momento y puso su sonrisa más adorable hasta que la foto fue tomada. Fueron haciendo muecas distintas en cada foto a cada cual más ridícula que la anterior. Se quedaron en silencio mientras las veían una a una.
- Ehmm -Helen carraspeó-... Lo siento mucho. Por todo.
El chico no perdió en ningún momento su sonrisa y la envolvió en sus fuertes brazos, impregnándose del olor de su champú.
- Todo irá bien.

***

Llevaba una hora despierta y los dos pequeños también. Entre los tres estaban preparando el desayuno del enfermo. Unas tortitas, magdalenas, zumo de naranja, leche, bollos de chocolate y un plato con manzana cortada en cuadrados como, según Marcos, preparaba su madre. Apenas cabía todo en la bandeja. Elisabeth la agarró y siguió a los dos amigos hasta la habitación donde Lucas seguía dormido, tapado hasta arriba. La mayor se acercó a la ventana y subió la persiana para arrojar un poco de luz a la habitación. Los tres se sentaron a su alrededor y fue el hermano del chico el que le empezó a zarandear para que despertara. Su cara estaba pálida y tenía parecía peor que el día anterior. Elisabeth llevó su mano a su frente y pudo sentir el calor propio de la fiebre. Se levantó y buscó el termómetro que él mismo se había puesto la noche anterior. Pulsó un botón y esperó a que saliera el símbolo que avisaba de que ya podía ser usado. Se acercó de nuevo a Lucas mientras los chicos se iban de la habitación a jugar con la Xbox. Levantó su brazo y colocó el medidor en su axila. Sus ojos estaban entrecerrados con cansancio.
- Creo que deberías ir al médico. -dijo ella mientras se sentaba con las piernas cruzadas a su lado quitando algunas pelusas de su jersey azul eléctrico.
Antes de preparar el desayuno había ido rápidamente a su casa, se había cambiado de ropa y había echado a lavar la muda que Lucas le había dejado la noche anterior.
- Sólo si tú me acompañas, preciosa.
Su voz era mucho más grave de lo normal y le costaba hablar con claridad. La rubia sonrió. Incluso enfermo era insoportable. Aunque le gustaba la idea de que quisiera que le acompañara.
- Pues claro, estás así por mi culpa.
Ambos suspiraron. Estuvieron unos segundos en silencio hasta que Elisabeth agarró el brazo de su amigo y tiró de él para sacarlo de la cama.
- Vístete y desayuna, voy a llevar a Chris y a Marcos a mi casa.
Le regaló un dulce beso en la mejilla y salió de allí rápidamente. Lucas pudo oír sus botas militares bajando corriendo las escaleras. Se sentó en la cama y bebió un poco de zumo pero lo cierto era que no tenía apetito en absoluto. Sólo tenía mucho frío.

Capítulo dedicado a Carmen.

miércoles, 6 de agosto de 2014

Capítulo 33.

Nueve días.
Estaba sentada en su cama con sus manos agarrando fuertemente la guitarra. Se sentía muy incapaz de tocarla. Había atravesado un argumento de telenovela sin tomar cuenta de ello. Pero se había prometido a sí misma que en esos nueve días tenía que enmendar todo lo que había hecho mal en esas últimas semanas. O por lo menos intentarlo.
Ahora que las cosas iban bien con sus padres, estar en casa se hacía mucho más fácil. Intentaba estar todo el tiempo posible con su hermano, aprovechando que eran vacaciones y estaba apunto de llegar la mejor época del año. Sin embargo, cuando el pequeño estaba ocupado en casa de su mejor amigo -también hermano de Lucas- ella trataba de hacer las tareas que su madre solía hacer; cocinar, tender, limpiar. De hecho, se había aficionado un poco a la hostelería. No se cansaba de hacer magdalenas y galletas, las cuales a veces decidía repartir entre sus vecinos, entre los cuales estaba Lucas, que aunque siempre dijera que eran un asco, se las acababa comiendo con gusto. Pero después del beso de la noche anterior, no se atrevía a coger sus llamadas.
- He oído que tu novio actuará en el Madison Square Garden. -habló el chico. 
- No es mi novio. - había respondido ella.
- Entonces, ¿Por qué no me das lo que me debes, preciosa? 
- Si te refieres a ese beso que llevas esperando desde que me conociste, ni en tus sueños, guapo. 
- ¡Te gusta! - contraatacó de nuevo él.
- No me gusta. 
- Demuéstralo. 
Y se besaron. ¡Cómo se había podido dejar besar! Se llevó las manos a la cabeza y siguió recordando lo ocurrido.
Poco a poco se separaron y Lucas miró fijamente al ceño fruncido de Elisabeth. Acercó sus dedos hacía él y tensó su piel para deshacerlo. Sabía lo que significaba y no quería oírlo. 
Y no lo hizo, porque ella, como una estúpida, salió corriendo de allí. ¿Se sentía mal? Por supuesto, pero no se sentía capaz de afrontar el rostro burlón de su amigo al haber conseguido su objetivo. Y de todos modos, estaba casi segura de que si iba a hablar con él, ya estaría con otra chica, mucho más guapa, más lista, más divertida y con un cuerpo mucho más bonito que el suyo. Se acercó al espejo y se observó; no estaba gorda pero no tenía unas piernas despampanantes y unos pechos grandes como todos los chicos desean.
Suspiró. No estaba segura de qué quería hacer. Lucas le atraía bastante a pesar de todo. Pero ella a él no. Y luego estaba Niall. Le gustaba muchísimo el irlandés, pero él estaba enfadado con ella. Aún no había sido capaz de abrir la carta que dejó para ella en el hospital.
Inspiró con fuerza, buscando algo de ánimo en el aire. Pero lo único que percibió era un olor a quemado... ¡Sus magdalenas! Bajó corriendo las escaleras sin importarle lo que se llevara a su paso, que en ese caso sería su madre y fue a la cocina. A la velocidad de la luz se puso unas manoplas y sacó su bandeja del horno. Estaban...
- Lo que yo decía, un asco. -dijo una voz tras ella.
Cerró los ojos con fuerza deseando que no fuera él, pero estaba muy claro. Dio media vuelta y lo vio apoyado en el marco de la puerta. Con un poco de timidez se acercó hasta ponerse delante de él.
- ¿Qué haces aquí? -preguntó un poco azorada.
- Pues la verdad, venía a merendar pero... se me han quitado las ganas -respondió dirigiendo una rápida mirada a las magdalenas quemadas con su sonrisa de siempre.
Elisabeth tuvo la impresión de que había olvidado lo ocurrido, lo cual la habría aliviado de no ser por el hecho de que sabía que eso no pasaría. Lucas, al sentir su silencio iba a hablar, pero Clara apareció por el pasillo y le miró extrañada.
- Lucas, ¿cómo has entrado? ¿Vienes a por Chris?
Éste apartó la intensa mirada de las mejillas sonrosadas de su amiga y la dirigió hacia su vecina.
- Entré por la ventana del salón, estaba abierta -se encogió de hombros como si fuera algo normal-. En realidad sí, pero también esperaba que se pudiera venir Beth, que me aburro un poco cuidando de los dos alborotadores.
Y sonrió. Joder, que si sonrió. Era de esas sonrisas que tanto le gustaban a la chica que tenía en frente. De esas que decían "soy un poco travieso, pero lo hago con la mejor intención". Una sonrisa con la que cualquier chica se desmayaría y con la que Elisabeth sintió una solitaria mariposa dando vueltas por su estómago.
La mujer le devolvió una amable sonrisa y añadió una mirada inquisidora hacia su hija, que se mantenía al margen de la conversación. Cuando ésta comenzó a hablar, agarró con fuerza el cesto de la ropa y subió los escalones llamando a voces a su hijo menor.
- Ehmm... Sí... Yo... n-no tengo otra cosa que hacer.
Su acompañante levantó la ceja con burla ante su nerviosismo, a lo que Elisabeth respondió encogiéndose de hombros.
- Deberías cambiarte de zapatos.-comentó al ver sus zapatillas de elefantes para andar por casa.
Ella asintió y señaló con la cabeza las escaleras para que la acompañara a su habitación y no se quedara allí sólo. Ambos atravesaron el umbral y mientras la chica abría el armario y sacaba las botas que más abrigaran, Lucas caminó lentamente observando cada detalle. En la estantería, una foto de su amiga en Londres con otra chica rubia sonriendo; en el corcho, el horario de lo que asumió que sería su instituto en Inglaterra pues todo estaba en inglés. Se detuvo junto a la cama, al ver una guitarra entre los cojines. La agarró para colocarla bien y leyó la pequeña inscripción que había bajo las cuerdas: I will always find you. Pese haber cateado inglés varios cursos, entendía lo que ponía. No le hizo falta pensarlo mucho para saber quién había escrito eso.
Elisabeth percibió enseguida el silenció y se dio la vuelta para ver qué hacía Lucas. El miedo a que se fuera de allí enfadado por haber visto la frase de Niall escrita en su guitarra le invadió. Pero al segundo se le pasó pues ella no era nada para él. O al menos no alguien tan importante como para que se viera afectado por saber que ella guardaba esa guitarra.
Posó su mano en el antebrazo de Lucas y tiró de él para que salieran de allí.

Se encontraban sentados en el césped del parque contemplando a sus respectivos hermanos jugar en los columpios. Hacía muchísimo frío en la calle, pero no corría demasiado viento. Conversaban animadamente como si nada hubiera pasado pero Lucas se calló de pronto.
- Tenemos que hablar. -susurró ella.
El español levantó la vista y miró aquellos grandes ojos verdes, sorprendido de que fuera ella quien iniciara la conversación. Pero él no quería estropear la tarde escuchándola decir que estaba enamorada de otro chico. Alguien que, en realidad, era inalcanzable para él.
- No debí besarte. Fui un estúpido. Sé que te gusta el chaval ese inglés. El que te regaló la guitarra. Y bueno, lo entiendo, yo no soy nada comparado con él. Da igual, tengo a miles de chicas a mis pi...
Pero no pudo terminar la frase porque una valiente Beth había juntado sus bocas sin previo aviso. Pero ella misma se separó rápidamente al darse cuenta de lo último que iba a decir Lucas. Se levantó y comenzó a andar lejos de allí pero hablando lo suficientemente alto como para que él la escuchara
- Es cierto, tienes a miles de chicas a tus pies. Yo soy una más. En realidad, no sé qué hago aquí. Debería haberme quedado en casa, seguro que dentro de cinco minutos tú estás en la cama con alguien mejor qu...
- ¿Qué? ¿Eso es lo que crees? -preguntó mientras la seguía rápidamente.
Pero ella no respondía. Seguía andando cada vez más rápido demasiado enfadada consigo misma por tener razón al pensar que ella no era más que cualquier otra chica. Los dos pequeños, al verlos irse, corrieron hasta Lucas para no quedarse allí solos, mientras miraban asustados la discusión de sus hermanos.
- Eso no es así... Beth... Espera... - cada vez caminaban más rápido y se estaba quedando sin aliento. Agarraba con fuera la mano de los dos amigos para que no se quedaran sin vigilancia y prácticamente tiraba de ellos, ya que los pobres no podían seguir el ritmo que llevaba la mayor.
Lucas trataba de correr pero Elisabeth estaba demasiado alejada de ellos y él no tenía fuerzas para seguirla. Miró a los dos niños y decidió acompañarlos a su casa y decirle a Clara que Chris se quedaría allí a dormir, cuando pasara para buscar a su amiga o lo que en esos momentos fuera.
Como siempre sus padres no estaban, pero se sentía mucho más seguro si los dejaba en un espacio cerrado. Lucas caminó hacia la puerta de su vecina de al lado y le explicó con muchas prisas y pocos detalles que los niños se encontraban solos y que necesitaba que se pasara de vez en cuando, puesto que era una urgencia y él no sabía cuanto iba a tardar. La vecina, una chica más o menos de su edad, que coqueteaba con él cada vez que le veía desde que estaban allí, asintió guiñándole un ojos y observó como salía corriendo.
Quizás Beth tenía razón y no se tomaba en serio lo de tener relaciones, pero había visto a muchos de sus amigos jodidos por mujeres y él no iba a ser lo mismo. Después de confirmar su teoría de que su "amiga" no estaba en su casa y avisar a su madre que sus dos hijos dormirían en su casa, continuó caminando calle por calle, sin tener la más remota idea de donde podía estar. Llevaba dos horas buscándola y ya se había adentrado en la noche. La oscuridad cubría los recovecos que las farolas no conseguían alumbrar y la temperatura seguía bajando. Temblaba cada vez que el viento se colaba entre los huecos que su fina y rota chaqueta dejaba expuestos y, para mejorar su situación, comenzó a llover como si un ser superior estuviera terriblemente enfurecido. No podía más, pero no se quería rendir. Dio la tercera vuelta a la manzana y llegó hasta el parque en el que comenzó todo aquel desastre. Se adentró en él sólo para reflexionar un poco antes de que su cabeza explotara. No había dejado de gritar el nombre de la chica en esas dos horas y ahora la garganta le castigaba. Se dio por vencido y se sintió lo suficientemente estúpido y frustrado como para comenzar a llorar. Tiraba de su pelo mojado hacia arriba, estresado y frustrado. Una vez más, gritó:
- ¡¡ELISABETH!! Joder, por favor, vuelve. -iba bajando el tono de voz mientras que sus sollozos insonorizados por la lluvia tomaban control de él.
- Odio que me llamen por mi nombre completo, pero cómo lo vas a saber si te intereso lo mismo que cualquier otro rollo tuyo.
Se limpió las lágrimas e intentó buscar a la dueña de esa voz entre la oscuridad. Y allí estaba, sentada en el mismo sitio donde él la había cagado. Corrió hacia ella y la abrazó con tanta fuerza que la levantó del suelo, a lo que ella respondió con un grito de sorpresa.
- ¿Se puede saber qué haces, imbécil?
Pero aunque se hiciera la dura, sabía que aquello le había sorprendido tanto como alegrado.
- Sólo te permitiré que me insultes porque me lo merezco, pero no te acostumbres, preciosa.
Ella estaba bastante más seca y con la piel caliente, como si hubiera estado todo el tiempo metida en algún sitio.
- Estás tiritando, Lucas. Vamos a mi casa y te preparo algo calentito...
- Le dije a tu madre que dormiríais en mi casa.
Ella frunció los labios, pero sintiéndose culpable al verle calado hasta los huesos y helado de frío, asintió. Separados y avergonzados caminaron hasta casa de Lucas sin cruzar palabra.

Elisabeth estaba muy preocupada. Habían llegado a casa, ambos se habían duchado y cambiado, pero a pesar de todo, Lucas no dejaba de dar tiritones. Sus labios estaban morados y su piel demasiado fría. Pero insistía en que estaba bien. Se tomó la libertad de preparar la cena para todos, incluso dejando un poco para los padres de su amigo en un recipiente. Unos filetes de pechuga de pollo y un poco de caldo. Puso la mesa para los pequeños, pero dejó la parte de Lucas en una bandeja en su habitación.
- Vamos, tu cena está arriba y Chris y Marcos están ya cenando.
Sorprendentemente no puso ninguna queja y subió con ella a su habitación. La luz de su mesita estaba encendida y su cama estaba preparada para que él se metiera en ella. Elisabeth se sentó a su lado y le entregó la bandeja, observando en silencio como se tomaba el caldo.
- Lo siento. -susurró ella.
- No, fui yo el que dijo lo que no tenía que decir. Pensa-pensaba q-que yo... Bueno que y-yo no te gustaba y... Y... -suspiró y se quedó en silencio.
- ¡No! Yo no debería haberte besado, sé que no te gusta estar en relaciones con chicas y yo pensé que era diferente. Ahora mismo no tengo nada claro lo que siento por ti, ni por Niall.
El rostro de Lucas se entristeció notablemente al oír aquello y Elisabeth comenzó a sentirse mal.
- Creo que... Debo irme, tienes que descansar.
Hubo un silencio hasta que ella se levantó y se dirigió hasta la puerta. Pero desde la cama, él le detuvo.
- Entonces... ¿Vas a dejar que me muera del aburrimiento? No tengo nada de sueño...
Ella rió y se sentó a su lado mientras hablaban como si nada hubiera ocurrido. De nuevo.
Pero le miraba y no podía evitar querer sentir sus labios unidos de nuevo, aunque estuviera hecha un lío. Sus ojos se cerraban cada vez más y estuvo a punto de levantarse e irse al sofá.
- Puedes dormir aquí conmigo.
Elisabeth levantó las cejas en un gesto significativo.
- Lucas...
Él lo entendió enseguida y levantó las manos con inocencia.
- ¡Vamos! ¿Crees que después del día de hoy haría... eso... contigo? Que no es que no quiera pero...
- ¡Vale! No quiero oír más. De todos modos no tengo pijama.
Lucas puso los ojos en blanco y se levantó a pesar del escalofrío que le recorrió al salir del calor de entre sus sábanas. Caminó hasta su armario y sacó una sudadera y unos pantalones de chándal que le estaban pequeños.
- Te estarán grandes pero son muy cómodos.
Elisabeth asintió y caminó hasta el baño. Después de cambiarse, bajó al comedor y recogió lo que los pequeños habían dejado. Ambos estaban dormidos en el sofá con el televisor encendido. Agarró el mando a distancia y lo apagó. Después los cogió uno por uno y los acostó en las dos camas que había en la habitación de Marcos. Estaba terminando de ordenar la planta de abajo un poco cuando oyó llegar a los padres de Lucas.
- ¡Beth! Qué sorpresa. ¿Qué haces aquí? -dijo la madre de su amigo contemplando la ropa de su hijo que ella llevaba puesta.
Brevemente explicó que se les había hecho tarde en el parque y encima les había llovido, sin dar muchos más detalles. También les explicó que les había dejado algo de la cena en la cocina y que Lucas también se había ido a dormir porque se encontraba mal.
- ¿Y dónde dormirás? -preguntó el padre con una sonrisa.
- Bueno... Ehmm... Si no les importa, Lucas me dijo q-que podía...
- Seguro que a él no le importará que duermas a su lado. -apoyó la mujer con su sonrisa más amable.
Elisabeth lo agradeció un poco avergonzada. Caminó hasta la habitación después de despedirse y se encontró a su amigo adorablemente dormido, con el único sonido que sus leves ronquidos. Se dirigió hacia el lado de la cama que él no estaba ocupando y se sentó con el máximo cuidado de no despertarle. Le miró con dulzura y le quitó su enredado pelo de la frente con una caricia, dejado su mano sobre su mejilla. Todo su rostro era paz, pero su piel estaba muy fría. Suspiró preocupada sin mover su mano. Los ojos de Lucas se abrieron lentamente. Elisabeth retiró rápidamente su mano pero él la agarró de nuevo sonriendo y la dejó donde estaba anteriormente. Ella se tumbó del todo quedando cara a cara con el, apoyada sobre la almohada.
- Buenas noches Beth.
- Buenas noches Lucas.
Y con un dulce beso en la mejilla de la chica, y la mano de ésta reposando en la mejilla del chico, ambos quedaron profundamente dormidos.