miércoles, 28 de agosto de 2013

Capítulo 28.

Inspiró y exhaló con fuerza. Paciencia era lo que se pedía a sí misma. Acababan de llegar sus padres y, por tanto, Lucas ya se había marchado. Había sido un día demasiado largo. Se miró fijamente en el espejo del baño, subida a la balanza de peso con el ceño fruncido. Aquello marcaba 53kg. Era imposible que pesase menos pero continuara estando así de... gorda. Ahora entendía por qué no le gustaba a Niall. Dirigió la mirada hacia su antebrazo, donde el hueso de la muñeca ahora era más notable.
Durante toda la noche se había dedicado a ignorar los gritos silenciosos de su estómago exigiendo algo para digerir. Había intentado disimular los mareos que le daban cada vez que se levantaba o hacía movimientos bruscos. Lucas parecía no haberse dado cuenta de nada. Había cenado y se había dedicado a ver la televisión mientras soltaba alguna que otra mirada hacia Elisabeth.
Caminó hacia su habitación pesadamente. Iba a meterse entre las sábanas cuándo vio algo que le llamó la atención junto a su armario. Se había olvidado de su guitarra. Se acercó hacia el instrumento y se sentó en la cama con él, tras sacarlo de su funda. La observó con mucha cautela hasta que se topó con una inscripción bajo la sexta cuerda. Una inscripción que traía consigo un recuerdo.
"- Oye Beth, te aseguro que lo que decíamos en la canción iba completamente en serio. Volveremos... - dudó unos segundos - Volverá a por ti. Ese rubio que está ahí fuera intentando retener las lágrimas irá a buscarte a España.Y si no lo hace, le obligaré yo.
El mayor de los chicos consiguió arrancar una sonrisa en el rostro de Elisabeth. Ésta cerró la caja de la mudanza tras meter la foto y se dirigió al salón junto a Louis, donde se encontraban los demás. Niall, sentado en un sofá para dos, con una guitarra entre las manos, le hizo una señal a la chica para que se sentase con él. Ella obedeció.
- ¿Y esta guitarra? - preguntó contemplando la cinta de color azul celeste que se agarraba a la guitarra.
Ese no era el instrumento de Niall pues el del chico tenía la cinta negra.
- Es tuya."
Colocó los dedos correctamente sobre las cuerdas del mástil de la guitarra y rasgó provocando que el sonido inundase la habitación mientras las lágrimas recorrían su rostro.
"I will always find you".
Tras unas horas en silencio, con el único sonido del gotear de sus lágrimas, dejó el instrumento sobre su cama y se dirigió al piso de abajo. Sus padres se habían acostado, por lo que todas las luces estaban apagadas. Caminó hasta el salón y se sentó en el sillón en el que anteriormente un descarado chico había estado observándola. El mueble todavía desprendía el olor de Lucas. Le costaba reconocerlo pero era un perfume agradable. Llevó la mano a su vientre cuando su estómago emitió un largo quejido. Pero sus pensamientos seguían rondando sobre la imagen de un español de ojos oscuros. Pese a lo maleducado que era, muy en el fondo de su mente debía reconocer que le atraía. Pero no, ella no caería en sus redes, no era tan tonta.
En el suelo, algo llamó su atención. Alargó el brazo para coger con mucho cuidado aquello que había captado el interés de todos sus sentidos. Una cajeta de cigarrillos. Sus padres no fumaban por lo que a la única persona a la que le podía pertenecer era a Lucas. Elisabeth abrió la caja con curiosidad y sacó uno. ¿No se suponía que los cigarrillos quitaban el estrés y también el hambre? Por un momento, el cáncer de pulmón le pareció un problema secundario a aquella chica, hasta que el sentido común le golpeó con fuerza. ¿Cómo iba a fumar alguien como ella? Nunca se metía en problemas, siempre estudiaba, sacaba buenas notas, no bebía, no iba a fiestas. Pero por otro lado, esa era su vida en Londres. Ahora estaba en España, siendo arrastrada por sus padres a juntarse con quien no quería y a alejarse de su felicidad. Ellos habían causado todos sus problemas desde que había llegado a Málaga. Así que, agarró con fuerza la caja y la guardó en la sudadera que solía ponerse por encima del pijama, cogió la caja de cerillas que había en la estantería y salió al jardín.
El frío le azotó con fuerza haciendo que su melena volase tras sus hombros dejando su cara desprotegida. Se sentó en los escalones del porche y abrió el pequeño cajoncito con cerillas. Sus manos que temblaban por el frío y el vaho que provocaba su respiración entrecortada impedían que pudiese encender la cerilla correctamente. Suspiró. La curiosidad, el estrés y el hambre habían conseguido convencer a Elisabeth de que quizás fumar era una buena idea, pero a lo mejor aquello era una señal de lo contrario.
- ¿Quieres fuego?
Frunció el ceño. Aquella voz de nuevo. Serían las dos de la madrugada y sin embargo, allí estaba, parado frente a ella.
- Venía a por eso, pero creo que tú lo necesitas más que yo. -señaló su caja de cigarrillos.
Agarró el que la chica tenía en la mano y lo puso entre sus labios ante su atenta mirada. Sacó un mechero del bolsillo y, tras encenderlo y darle una larga calada, se lo devolvió. Ella lo cogió con cuidado, intentando parecer segura pero sin conseguirlo. Se lo llevó a la boca aunque hubiese estado en los labios de Lucas con anterioridad. Inspiró con fuerza hasta que el tabaco llegó a sus pulmones, los cuales lo rechazaron rápidamente provocando su tos. Lucas rió mientras se sentaba a su lado.
- No esperaba que fueses a convertir en fumadora.
Esperó a recuperarse y dio otra calada.
Durante un largo silencio, ambos miraban la calle que tenían en frente, las farolas iluminando el vacío y el silencio que reinaba en ella. Se intercambiaron el cigarro hasta que se consumió y Lucas repitió su acción anterior encendiendo otro.
- ¿Siempre eres tan gilipollas con las chicas? -se atrevió a preguntar Elisabeth.
El español se asombró de la dureza con la que pronunció aquellas palabras. Se asombró de que por fin decidiera comportarse como una verdadera chica de dieciséis años y no como una adulta responsable de veintidós. Pero aquello no iba a cambiar su actitud.
-Sólo con las que quiero conocer a fondo. -levantó las cejas dando a entender así el doble sentido de la frase.
Los ojos de ella se abrieron como platos. ¿Quería tener algo con ella? ¡Pero si estaba gorda y era fea!
- Y tú ¿siempre eres una niña buena?
Elisabeth dirigió todos sus pensamientos hacia la respuesta de esa pregunta.
Sí.
Siempre lo era. Le habían educado así ¿Qué podía hacer? Provenía de un país donde los modales y la educación siempre iban por delante. Nunca había hecho ninguna locura. Nunca se había escapado de casa. Nunca había suspendido. Nunca había ido de fiestas. Y hasta hacía prácticamente una hora, nunca había fumado. Pero estaba harta. Estaba harta de ser la persona que sus padres querían que fuera. A partir de ese momento, las cosas iban a cambiar para Elisabeth Black.
- No, ya no.
Y así, sin más, se levantó con la caja de cigarrillos y la de cerillas en sus bolsillos aún, y se marchó a su habitación., haciendo, sin darse cuenta, un juramento.

jueves, 15 de agosto de 2013

Capítulo 27.

Había pasado dos horas hablando con Niall por teléfono y ya eran las nueve de la noche. En su interior se notaba la tranquilidad que no tenía desde que había vuelto de Londres. Se había dado una ducha, lo que había contribuido a olvidar los malos acontecimientos de la tarde. Apenas se dirigía la palabra con sus padres y sentía que era lo mejor pues, no sería capaz de mantener una conversación con ellos sin echarles en cara haberla arrastrado hasta su país natal.  En el piso de abajo no se oía absolutamente nada, lo cual era extraño. A esas horas, su madre solía estar terminando de preparar la cena. Elisabeth salió de su habitación despacio. Iba a comenzar a bajar las escaleras cuando vio algo que le llamó la atención. Retrocedió dos pasos y miro fijamente hacia la pared. Con cautela, contempló fijamente el rostro de una chica muy parecida a ella, con su misma ropa, el mismo pelo. La diferencia era que esa chica tenía el rostro mucho más pálido y grandes ojeras bajo los ojos. Se atrevió a bajar la mirada por su cuerpo. Vaya, estaba mucho más gorda que ella. Levantó el brazo para tocar el cuadro, pero entonces, la imagen se movió. De hecho, imitó el gesto. Elisabeth dió un paso atrás. No era un cuadro, era un espejo. ¿Realmente era ella así? ¿Tanto le había afectado el cambio? Sacudió la cabeza y bajó las escaleras mientras miraba a su alrededor en busca de algún movimiento que delatase dónde se encontraban sus padres. Se asomó por todas las habitaciones hasta que llegó a la cocina. Sobre la mesa había una nota.
"Nos hemos ido a cenar, coge algo del frigorífico. -Mamá"
Se dirigió hacia el electrodoméstico y, cuando lo iba a abrir, retiró el brazo rápidamente, recordando su imagen en el espejo. No podía permitir que la gente viese su cuerpo de aquella manera. El timbre sonó mientras iba a beberse un vaso de agua para llenar su estómago. Se dirigió hacia la puerta en silencio, ella no esperaba ninguna visita. Se puso de puntillas y miró por la mirilla. ¡Otra vez él! ¿Qué hacía en su casa? Se deslizó hacia el suelo en silencio deseando que no supiera que ella estaba allí.
- ¿Elisabeth? Te he oído caminar hacia la puerta. ¿Estás disfrutando las vistas por la mirilla? - se burló con esa actitud tan estúpida de nuevo.
Suspiró y se levantó para abrir.
- ¿Qué quieres tú ahora?
Lucas la miró de arriba a abajo como hizo cuando ella fue a su casa. En ese momento no sintió asco por él, sintió verdadera vergüenza de que estuviese contemplando un cuerpo como el suyo. Se escondió tras la puerta. El chico frunció el ceño un segundo, pero más tarde se convirtió en una sonrisa burlona.
- Si la montaña no va a Mahoma, Mahoma va a la montaña.
¿Con montaña se refería a que estaba gorda?
- ¿Qué? - preguntó confundida.
- He traído comida china.
Lucas pasó por el lado de Elisabeth con una sonrisa, adentrándose en la casa sin el permiso de nadie. Ella contemplaba como se dirigía a la cocina e iba sacando platos y cubiertos con tanta soltura que cualquiera pensaría que estaba en su propia casa.
- Nadie te ha invitado y yo estoy enferma, no voy a cenar. Fuera de mi casa. - Habría deseado que su voz saliese con más firmeza, pero ya no podía echarse atrás.
El español caminó hacia ella con esa sonrisa que no parecía desaparecer. Sus caras estaban a muy escasos centímetros. La distancia iba acortándose mientras Lucas acercaba sus labios a los de Elisabeth con rapidez. Ella sin embargo, dio varios pasos hacia atrás mirándole con el ceño fruncido profundamente. Se podían ver destellos de rabia en sus grandes esmeraldas.
- ¿Qué haces? ¿Te crees que puedes llegar aquí e intentar besarme porque a ti te da la gana? Yo no soy tan estúpida como para caer en tus trampas.
Elisabeth pensaba que con eso le quedaría claro y que le afectaría. Nada más lejos de la realidad, pues él comenzó a reír a carcajadas. Ella tenía los ojos tan abiertos que parecía que saldrían de sus órbitas. Pero ¿¡De qué narices se estaba riendo!? Se cruzó de brazos y se apoyó contra la pared esperando pacientemente a que terminase de reírse de ella o de lo que se estuviese riendo.
Las sonoras carcajadas que retumbaban en las paredes comenzaron a cesar y el chico inspiró profundamente antes de mirarla a los ojos.
- Perdona, es que me han dicho eso tantas veces que no las puedo ni contar. Y te diré algo -avanzó un paso hacia donde ella se encontraba-; todas acaban cayendo. ¿Por qué estás tan segura de que tú serás diferente?
Porque yo estoy enamorándome de un chico que no eres tú. 
- Porque no soy tonta. - optó por responder mientras se dirigía a la puerta y la abría. - ¿Te puedes ir?
De nuevo, el rió.
- Tus padres me han pedido que venga. Si tú no vas a cenar, cenaré yo, pero no me pienso ir. - afirmó rotundamente marchándose hacia la cocina.
Elisabeth continuaba perpleja. ¿Qué les pasaba a sus padres? ¿Qué problema tenían con su vida social? ¿Quienes se creían que eran? Si pensaban que ella iba a cambiar a Niall por Lucas iban por mal camino.

***

- Lo siento Niall. No puedes viajar en estas fechas. Os necesitamos a todos en Londres durante estos dos meses. Y tampoco podemos permitir que se te vea por las calles de Málaga como si nada y todos aquí trabajando. No estás de vacaciones. Las reglas son las reglas. - comunicó Tom seriamente.
El rubio le miró frustrado. ¡Sólo estaba pidiendo un día! ¡Un puto día! Nunca podían hacerles un favor a ninguno de los chicos y siempre eran muy egoístas. Entendía que fuera su trabajo pero... pero...
- ¡Agh! - gritó mientras salía de la estancia.
Ya le habían dicho sus cuatro amigos que era muy probable que no le dejasen ir a España pero no entendía el porqué. ¿En dos meses no podría ir a ver a Elisabeth? ¿Y sus vacaciones de Navidad? ¿No les iban a dejar tiempo para relajarse? No podía estar más enfadado. Todo su plan se había ido a la mierda y ahora seguro que su amiga se olvidaría de él y de su vida en Londres. Una parte egoísta de sí mismo deseaba que ella no estuviese cómoda en el lugar dónde estaba para que desease volver. Pero su parte dulce siempre sacudía ese deseo, a sabiendas de que él lo único que haría junto ella, sería hacerle daño y provocar peleas de sus padres. Sin darse cuenta había llegado a Abbey Road.

- ¡Hola Niall! - saludó la italiana con sorpresa mientras dejaba paso para que él entrase.
- Hola Helen.
Ambos se dirigieron al salón donde ella se estaba preparando para cenar. Sonrojada caminó hacia la cocina y preparó un filete de pollo para su invitado mientras éste le contaba lo ocurrido. Helen escuchaba con atención. La verdad era que le asombraba que él creyese que Elisabeth estaba a gusto en España.Y mucho más que creyese que se olvidaría de su vida en tierras británicas. Ella tenía algo muy claro; Niall no se daba cuenta de nada.

martes, 13 de agosto de 2013

Capítulo 26.

- Hola Beth. - dijo una voz cálida en cuanto descolgó el teléfono.
La voz que Elisabeth más añoraba, la que más deseaba escuchar. El corazón comenzó a latirle con tanta fuerza que ella pensaba que haría un agujero en el pecho y saldría dando saltos de emoción.
- Hola.
Aceleró el paso hacia casa para poder hablar en la tranquila privacidad de su habitación o de la buhardilla. Todavía notaba como algunas chicas se giraban para mirarla. El estrés que Lucas había provocado se había esfumado. En esos momentos sólo sentía esa paz interior que podía disfrutar cada vez que hablaba con él.
- ¿Qué tal?
Interesante pregunta. 
¿Qué tal estaba? Podía decirle la verdad. Podía contarle que sus padres habían guardado revistas que hablaban sobre ellos y que, peor aún, habían creído todas las mentiras que aquellos papeles albergaban. Podía contarle que el vecino era un gilipollas que esperaba que ella se derritiese ante sus encantos y que conseguiría algo más que un beso suyo. Podía contarle que cada vez sus padres se cerraban más a la idea de dejarla volver a casa, a Londres. Podía contarle que las chicas de la calle la miraban como si ella hubiera hecho algo malo y con muchísimo odio. Podía contarle las ganas que tenía de que alguien se la llevase de allí. Pero en lugar de todo eso, se limitó a responder todo lo contrario.
- Estoy bien, Niall. ¿Cómo estás tú? ¿Qué has estado haciendo hoy?
Y sonrió ampliamente al saber que las cosas seguían tranquilas allí. Al saber cada una de las gamberradas que hacían como si tuviesen ocho años. También al saber que habían ido a ver a Helen y a entretenerla.

***

Llevaba dos horas hablando con ella y se sentía realmente feliz cada vez que la escuchaba soltar una carcajada. Toda la timidez que creó un muro entre ellos desde que se conocían había desaparecido. Aquello era tan reconfortante. Se alegraba mucho de que ella estuviera aparentemente bien, pero había un dolor punzante que le molestaba. ¿Acaso Elisabeth no le echaba de menos? ¿No quería volver a Londres? A lo mejor Beth ya se había acostumbrado a España. Si tres días habían bastado para que se sintiese cómoda allí, quizá dentro de una semana ya no se acordaría de que en Inglaterra le esperaba una vida... y un estúpido a punto de enamorarse.
- Hey, creo que debo colgar, aquí es la hora de cenar y a ti te va a salir carísima la llamada. Esta noche te mandaré un WhatsApp ¿vale?
- Claro. Adiós Beth. Te echo de menos.
Pero la llamada se había cortado impidiendo a la española escuchar las cuatro últimas palabras que llevaban dos horas intentando salir.
Aún recordaba el primer día que la vió. Con las mejillas sonrosadas.
Había cogido el autobús porque no tenía tiempo para que ningún guardaespaldas fuese a recogerle y varias chicas ya habían corrido el rumor de la zona en la que se encontraba. No las culpaba, sabía que sus fans sólo querían cumplir sus sueños. El autobús acababa de parar y fue lo único que se le ocurrió. Dejó unas libras frente a la ventana del conductor y se agarró a una barra del final del vehículo. Cruzó los dedos porque nadie se fijase en su presencia y así ocurrió. En la segunda parada del recorrido un grupo bastante grande de personas entró y se quedó estancado en medio del autobús. Podía oír una voz suave pidiendo disculpas por hacerse paso entre la gente. Intentando pasar entre dos señoras mayores y rechonchas apareció una figura pequeña, de movimientos torpes. Era una chica de grandes ojos verdes que hacían resaltar su pálida piel. Una nariz pequeña y unos labios finos y rosados. Las cejas cuidadosamente perfiladas y las mejillas llenas de pecas. Parecía tener unos años menos que él. Tenía el pelo casi rizado, muy largo, prácticamente un palmo por encima de su trasero y de un rubio oscuro. Le llamó la atención que no llevase nada de maquillaje, eso dejaba claro la sencillez de esa chica que había caminado hasta el final del autobús y se había agarrado a la misma barra que él. Algo en ella le llamaba la atención, algo especial hacía que no pudiera dejar de observarla. Tenía la sensación de haberla visto antes pero no sabía donde. Desde su lugar podía oler su aroma a vainilla. Era reconfortante y extrañamente familiar. Continuó contemplándola hasta que ella se bajo del bus, ajena a su mirada. 
Lo recordaba como si fuera ayer. Desde aquel día que había visto a Elisabeth no había podido olvidarla. Aún no sabía por qué le había resultado tan familiar, la verdad es que desde que tuvo la oportunidad de devolverle su teléfono y poder conocerla, no se lo había preguntado mucho. Ahora que ya no estaba, la pregunta volvió a rondar por su cabeza. Pero eso no era en lo que quería pensar en esos momentos. Quería pensar en la manera de volver a verla. Y la solución a aquello era muy sencilla. Se dirigió a su portátil con las intenciones claras, un viaje. Pero antes tenía que llamar a los chicos.