sábado, 25 de enero de 2014

Capítulo 32.

Diez días. Comienza la cuenta atrás.
- Bueno pequeñaja, cómo van las cosas en casa, con tus padres y amigos. -dijo Alba con la sonrisa de siempre mientras sacaba las mangas de su chaqueta verde caqui de sus delgados brazos.
Se acomodó mientras la española cogía aire suavemente contemplando sus pies avergonzada. Alba era la enfermera que le había atendido hacía dos semanas en el hospital. Le había dado su teléfono a Elisabeth y cada vez que podía quedaba con ella para ayudarla. Había sido un grandísimo apoyo para la pequeña, quien progresaba notoriamente.
- Mejor, Papá me pidió perdón por haberme traído a España y Mamá procura que cada día coma un poco más. Respecto a Lucas, he decidido que voy a ir a hablar con él cuando terminemos. -explicó un poco sonrojada.
Alba rió conmovida su inocencia exterior. Ella sabía cuán madura era Elisabeth en realidad, aunque a veces su timidez no dejara que los demás lo vieran también.
- Eso está genial. Tienes mejor cara también. ¿Me cuentas lo de Lucas? -añadió moviendo las cejas con ojos pícaros.
Elisabeth rió con ganas. Le encantaban los gestos que hacía su amiga -si es que se la podía llamar así a esas alturas-.
- Llevo mucho sin verlo, eso es todo.
- Ya, eso decía yo con mi primer novio. Lo recuerdo perfectamente. Era un chico muy pesado. A mí al principio no me gustaba, era mi amigo, me hacía reír muchísimo. Después me confesó que le gustaba  y yo, que era tan tímida como tú dejé de hablarle.
La pequeña soltó una fuerte carcajada. Pobre chico.
- El caso -continuó- es que aunque le dije que no, no me dejó tranquila y me decías cosas muy cursis. Al final acabamos saliendo.
Las dos sonrieron. Quedaron en silencio. Elisabeth miraba como la gente reía y hablaba tan cómodamente en aquella pequeña y acogedora cafetería. Como era normal allí, hablaban muy fuerte. Casi podía saber por qué reían las dos chicas sentadas en la mesa más alejada de ella.
- ¿Por qué acabó vuestra relación? -preguntó mientras colocaba los codos sobre sus rodillas y apoyaba la barbilla sobre sus nudillos.
- Era inseguro y eso le hacía tener una actitud a la defensiva.-dijo encogiéndose de hombros mientras daba un sorbo a su chocolate caliente.
Todos sus pensamientos estaban centrados en una sola persona. Alba hablaba de su primer novio tan felizmente que daba la sensación de no haber sufrido nunca una ruptura en su corazón, ella en cambio, nunca había tenido novio y ya le estaba doliendo demasiado el hecho de no tener a Niall a su lado.
Un fuerte pitido resonó a través del bolso de su acompañante y lo reconoció en seguida. Era la alarma de su móvil advirtiendo que la reunión debía terminar. Nada más oírlo, una manada de elefantes pisoteó el estómago de Elisabeth con  los nervios de ver a Lucas. Por supuesto, la enfermera se dio cuenta en seguida del motivo de la preocupación en su rostro.
- No te preocupes Beth, ya verás como te alegras de verlo. Creo que aunque sea tan estúpido como tú siempre dices, lo consideras alguien especial. Anda, vamos.
Recogieron sus cosas y se dieron un fuerte abrazo como despedida.

***

El timbre sonó y Helen se levantó de su silla de estudio extrañada. Llevaba mucho tiempo sin recibir visitas. Bueno, la abuela de Elisabeth de vez en cuando iba a verla, pero tenía llaves propias. Se revisó en el espejo. La linea negra en sus párpados seguía resaltando sus ojos miel. Su pelo, ahora cortado por encima de los hombros, estaba brillante. Sus uñas, pintadas cada una de un color, a cada cual más vistoso. Había decidido cuidarse más que nunca y cambiar de aires. Había hecho un cambio de estilo, tanto por dentro, como por fuera. Incluso vestía de una manera más provocativa. Nanna, la abuela de su amiga y prácticamente la suya, decía que no le gustaba pero que seguro que así encontraría un buen mozo. Y era así. Ahora iba de flor en flor, acostándose con aquellos que le interesaran, teniendo simplemente rollos de una noche.
Abrió la puerta y se sorprendió al encontrarse allí a Harry. Llevaba sin verlo desde que le propuso ir a Nueva York con ellos. Había llamado varias veces por teléfono y le había mandado mensajes innumerables veces, pero ella sencillamente le ignoraba. Una camiseta azul marino y unos vaqueros le cubrían, en su rostro, el ceño fruncido y en los ojos confusión.
- Creo que tú y yo tenemos que hablar seriamente.-dijo de una manera muy seca y pasando al piso.
Helen puso los ojos en blanco y cerró la puerta para apoyar su espalda en ella después. Se cruzó de brazos y le miró intensamente.
- Yo creo que no.
Harry suspiró. Aquello no le gustaba nada. Todo se estaba poniendo patas arriba. Niall "odiaba" a Beth, Helen estaba... así y se estaban distanciando.
- ¿Se puede saber por qué me ignoras? ¿Por qué te vistes así? ¿Por qué me tratas así? ¿Qué coño te he hecho yo?
-Nada. -Susurró.
No quería que pasara lo de la última vez. No quería acabar llorando en sus brazos. No quería ceder y ceder. Estaba cansada de ser el comodín. Ya no iba a permitir que nadie le hablara mal, que nadie le tratara mal, que nadie le pisoteara. Si querían olvidarse de ella, pues muy bien, pero que lo hicieran para siempre. Ella no iba a darse la vuelta porque no le importara a nadie.
- ¡Que me lo digas! -insistió él.
- ¡Nada! ¡Nadie me ha hecho nada! ¡He cambiado! ¡Entendedlo todos de una puta vez! ¡Estoy harta de que me veáis como una niña dulce y buena y que penséis que no me entero de las cosas! Me cansa que todo el mundo crea que soy tonta, joder. -gritó con fuerza.
El silencio se hizo muy profundamente. Pasaron unos minutos. Harry sabía perfectamente todo eso. Había ido a verla varias veces pero cada vez que se acercaba a su puerta, un chico distinto salía de su apartamento. Estaba al tanto de su nueva "vida".
- Supongo que eso quiere decir que te olvidas de mí, de nosotros. Que como ahora eres una mujer madura, prefieres ir acostándote con cualquier tío antes que centrarte en un gilipollas que lo único que quiere es que te fijes en él. De acuerdo. En ese caso, no hago nada aquí.
Y así, tan rápido como había llegado, Harry se fue, dejando a la italiana más confundida que nunca.

***

Ya había anochecido a pesar de que apenas eran las ocho de la tarde. Caminaba hacia la casa de su vecino para saber de su vida, ya que él no se interesaba por la suya. Le costaba reconocerlo, pero echaba mucho de menos a Lucas. Ella sabía muy en el fondo, que en realidad era un gran chico y que la mujer que le hiciera recapacitar y sentar cabeza, sería una mujer muy afortunada. Llamó a la puerta y esperó pacientemente a que alguien abriera. Tras dos minutos allí, escuchó una voz sobre ella.
- ¿Te has perdido, preciosa?
Dirigió su mirada hacia arriba para encontrarse con los ojos de su "amigo" apoyado en la ventana de su habitación.
- Ojalá. Vengo a verte a ti. -respondió con burla.
Pudo ver como Lucas esbozaba una sonrisa mientras daba una calada a su eterno cigarro.
- ¿Qué me ofreces para que te abra la puerta?
- Comida mexicana. -dijo tras una carcajada.
Vale, sí que lo echaba de menos. Se había acostumbrado a esa actitud tan estúpida. Todas las luces de la casa estaban apagadas incluso la de la habitación del chico, por lo que supuso que, como normalmente, estaba sólo en casa. Volvió a levantar la mirada para buscarle pero ya no estaba allí. Comenzó a mirar alrededor buscando algún indicio de que se encontrara por allí.
- Yo esperaba que me ofrecieras un beso preciosa, pero comida mexicana también vale. -dijo en su oído provocando que Elisabeth soltara un grito por el susto.
Ésta se dio la vuelta dándole un fuerte abrazo que ninguno de los dos esperaba. Aquello era muy incómodo, pero Lucas se recompuso fácilmente y la agarró por las piernas cogiéndola como una princesa.
- Esto no te pega nada, que lo sepas. -comentó ella mientras se reía muy divertida por lo surrealista que era la situación.
Ambos entraron y Elisabeth fue soltada en el sofá como si fuera una muñeca de plástico que no importa si se rompe, haciendo que rebotara y después cayera sobre la alfombra con un grito.
- Eso me pega más ¿verdad, preciosa? -preguntó mientras sacaba los platos del estante.
- Deja de llamarme preciosa. -respondió ella.
Entró en la estancia arreglándose el pelo y quitándose una pelusa de la alfombra que se encontraba pegada a su jersey de lana. Se acercó a la encimera y agarró un cigarro de la cajetilla de Lucas. A pesar de todo, no podía dejar de fumar, le ayudaba a relajarse. Sabía lo malo que era pero no podía dejarlo, no era capaz. Se sentó en la misma encimera y dio una calada mientras observaba a su acompañante. Él cuando se dio cuenta de que estaba fumando se acercó y se puso frente a ella.
- No deberías fumar en tu estado.
- Le dijo la sartén al cazo. No estoy embarazada Lucas, y fumar me ayuda.
Pero la ignoró; le quitó el cigarro de la boca para darle una calada y después apagarlo en el cenicero. Elisabeth suspiró y se bajó de donde estaba sentada. Por lo menos sabía todo lo que había pasado. Antes de llegar, pensaba que Lucas era ajeno a todo lo que había ocurrido. Si hubiese sido así le habría dejado fumar. En parte eso la aliviaba pero también la avergonzaba. Ayudó a poner la mesa y juntos se sentaron en el salón para cenar.
- He oído que tu novio actuará en el Madison Square Garden. -habló el chico.
Elisabeth se atragantó con la comida al escuchar aquello. Bebió un poco de agua y después estalló en carcajadas. Si él supiera lo patético que suena eso después de todo lo que había pasado.
- No es mi novio. -interrumpió sus propias carcajadas.
Miró a Lucas y vio un atisbo de sonrisa.
- ¿Estás segura? -Elisabeth asintió mirando fijamente sus ojos castaños- Entonces, ¿Por qué no me das lo que me debes, preciosa?
- Si te refieres a ese beso que llevas esperando desde que me conociste, ni en tus sueños, guapo.
Se levantó con su plato vacío en una mano y el de su amigo en la otra.
- ¡Te gusta! -oyó desde la cocina mientras metía los platos en el lavavajillas.
Rió bajito para que no la oyera. Sabía que Lucas lo decía en serio y no quería que se enfadara si ella se reía. Caminó de nuevo hasta el salón y le vio sentado en la misma posición. Se acercó a él y se acomodó a su lado.
- No me gusta.
Si te gusta dijo su subconsciente.
- Demuéstralo. -dijo Lucas.
Elisabeth le miró en silencio. Sabía a qué se refería y no lo iba a hacer. ¿Cómo habían llegado a este punto? Ella sabía que él iba de chica en chica, simplemente teniendo rollos y que ella no le interesaría en absoluto. ¿A qué venía todo eso?
Pero era demasiado tarde para pensarlo. Lucas se acercaba a sus labios mirándola a los ojos y ella, cansada de resistirse, cansada de pensar, se dejó llevar y permitió que sus bocas se juntaran por primera vez.