viernes, 13 de septiembre de 2013

Capítulo 29.

El frío aire invernal se hacía notar cada vez más en aquel solitario Noviembre. Había pasado un mes desde la noche en que Elisabeth había hecho un juramento consigo misma y las cosas no iban a mejor en ninguno de los dos países.
La música hacía que apenas escuchase sus propios pensamientos. Sabía que aquel no era su ambiente, que aquellos no eran sus amigos y que ese chico sólo la quería para un rollo de una noche. Pero había cambiado. La parte inocente de su mente se había quedado en un baúl cada vez más polvoriento. Movía sus caderas al ritmo de la música, podía sentir las manos del chico que acababa de sonreírle agarrándola fuerte. El calor sofocante no descendía pese a aquel diminuto vestido que llevaba. Se separó un poco, con los pies doloridos y se dirigió hacia la barra para beber algo.
- ¿Qué quieres, preciosa? -preguntó el camarero guiñándole el ojo derecho.
Elisabeth pensó. La verdad es que no había bebido nunca, bueno, excepto las anteriores veces que se había ido de discotecas con los amigos de Lucas, pero siempre pedían por ella. El camarero al ver su cara de confusión sonrió. Iba a abrir la boca para sugerirle algo cuando una mano se posó en su hombro. Un chico alto, de pelo corto y ojos azules le hizo un gesto para que se retirase y se apoyó en la barra para acercarse a Elisabeth.
- ¿Cómo te llamas, cielo? - preguntó con una dulzura espeluznante.
- Beth.
- Hmmm... Beth. Te apetece quizás... ¿Un vodka negro con lima?
Asintió amablemente y se sentó en el taburete a esperar que aquel chico le trajese su bebida. Apenas sentía los pies gracias aquellos altísimos y brillantes zapatos. Había decidido ir a dar una vuelta con Sandra, la amiga con "derecho a roce" (término que ellos mismos habían establecido) de Lucas, con tal de salir y no seguir escuchando a sus padres obligándole a comer. Se sentía muy bien con su cuerpo, aunque durante un mes debería haber perdido más de 5 kilos y medio. Clara, su madre, la había encerrado en una habitación con llave con el pretexto de que hasta que la bandeja repleta de comida estuviese vacía, no abriría la puerta. Aún no entendía como su estómago había soportado tanto alimento de pronto, pero lo había hecho.
Contempló como el chico de ojos azules salía de la barra y se sentaba a su lado con lo que parecía ser sus respectivas bebidas.
- ¿Cuánto te debo? - preguntó Elisabeth hurgando en el bolso para encontrar el dinero.
El desconocido soltó una carcajada. Recobró la compostura y miró fijamente a aquellos ojos verdes. Con tranquilidad se acercó hasta su oído.
- Creo que a mi no me puedes pagar con dinero, preciosa. - murmuró en su oído. Inspiró el aroma de su champú y comenzó a mordisquearle el lóbulo de la oreja.
Elisabeth estaba paralizada. De acuerdo, llevaba un mes yendo a discotecas y, de acuerdo, no era la primera vez que se le insinuaban pero, nunca habían llegado a sus condiciones actuales. Agarró el vaso de tubo en el que se encontraba su bebida y la bebió de un trago. Cerró los ojos con fuerza dejando que el alcohol atravesase ásperamente su garganta. Apartó con fuerza al camarero y salió de aquel sitio lo más rápido que pudo. Su casa estaba a un par de calles de distancia, si se daba prisa llegaría sin caídas hasta allí.
- ¡Eh! ¡Oye!
Caminó aún más rápido. Miró a su alrededor, no tenía ni idea de dónde se encontraba, todo daba vueltas. ¿Qué llevaba esa bebida? De repente notó una fuerte sacudida en brazo izquierdo. Miró hacia atrás y se topó con las fuertes manos de aquel chico de ojos azulados. Tiró con todas sus energías intentando zafarse pero era imposible.
- ¿A dónde crees que vas, cariño? -preguntó colocando sus grandes manos alrededor de su cintura.
La vista de Elisabeth se nublaba cada vez más y más. Abrió la boca para gritar pero los labios del desconocido se lo impidieron. Sentía cómo él la arrastraba sin que pudiera hacer nada para evitarlo. Las pequeñas manos de la chica hacían fuerza contra aquel pecho tan trabajado pero él ni se inmutaba. Dejó salir una lágrima de dolor cuando notó que su espalda chocaba contra la pared de un edificio con tanta fuerza que creyó notar un crujido en sus vértebras. Las manos de aquel extraño apretaban sus costillas con fuerza, asegurándose de que si no conseguía su propósito, unos hematomas se encargarían de recordarle a Elisabeth por todo lo que estaba pasando en esos momentos. Los labios del español se dirigieron a su cuello, donde comenzó a mordisquear la suave piel de su víctima. Fue entonces cuando ella encontró la oportunidad para gritar tanto como sus pulmones le permitieron. El chico rió y levantó la cabeza, mantuvo su mirada en la oscuridad y continuó dejando marcas por su clavícula tras darle a la pequeña una bofetada tan fuerte que su cabeza chocó contra la pared. Podía notar algo humedecerse en el lugar en el que había recibido el golpe del cemento. Abrió los ojos de nuevo pero apenas veía nada. Estaban en un lugar muy oscuro, sus lágrimas le nublaban la vista y sentía un aturdimiento muy extraño. Quizás fuera el alcohol, o quizás fuera el golpe. Intentó gritar de nuevo, pero nada salía de sus labios más que respiraciones fuertes y asustadas. Las manos del camarero estaban explorando cada rincón de su cuerpo, en zonas dónde nadie se había acercado nunca.

***

El timbre hizo que Helen se levantase de la cama. Llevaba varios días sin dormir bien y eso hacía sus ojeras mucho más notables. Sus ojos color miel no tenían apenas brillo y su bronceada piel propia de su país natal ahora tenía un tono muchísimo mas claro.
- Buenos días Helen, te traigo el desayuno. - dijo Harry con una pequeña sonrisa tras besarle la mejilla.
La italiana se hizo a un lado en la puerta para que su amigo pudiera pasar mientras ponía especial interés en frotarse el ojo derecho lleno de legañas. Le siguió sorprendida hasta el salón dónde el inglés dejó la bolsa de la panadería.
- ¿Te he despertado? No era mi intención.
La sonrisa seguía presente en el rostro de Harry creando así sus profundos hoyuelos. Llevaba por lo menos un mes sin pisar su piso. En realidad, ninguno de los chicos había estado allí desde que Niall discutió con los managers. De vez en cuando le mandaban algún WhatsApp o le llamaban, pero nunca iban a verla. A partir de la segunda semana, Helen dejó de responder a las continuas interacciones. Estaba claramente molesta. Sentía que desde que su amiga se fue, aquellos chicos ya no tenían intención de mantener la amistad.
-¿Quieres algo? Elisabeth se fue a España, si quieres verla deberías ir al aeropuerto, no aquí. - dijo de la forma más seca posible intentando ocultar el escozor que comenzaba a crearse en sus grandes ojos.
La sonrisa de Harry desapareció y fue reemplazada por su ceño fruncido. La confusión se podía ver en sus ojos esmeraldas a kilómetros de distancia.
- Vengo a verte a ti.
El silenció inundó la estancia. La tensión era palpable e incluso visible. Helen no quería visitas. No quería verle. No quería hablarle. Ni si quiera sabía por qué había abierto.
Se dirigió hacia el recibidor y giró el pomo. Abrió la puerta bajo la atenta mirada de Harry y le señaló a este el frío pasillo que conectaba el piso con el ascensor.
- Vete, por favor.
El gesto de la italiana hizo que Harry abriese la boca con sorpresa. ¿Qué estaba pasando? ¿Dónde estaba la sonrisa de su amiga? ¿Dónde estaba el brillo de sus preciosos y grandes ojos? Y ¿Sus uñas de colores? Incluso su cabello parecía más descuidado ¿Dónde estaba Helen?
- ¿Qué te ocu...?
- Nada. -interrumpió evitando escuchar el resto de la pregunta.
Las piernas del chico por fin decidieron moverse pero no para salir. Se colocó delante de su amiga, quitó sus manos de la puerta con mucha delicadeza y la cerró sin apartar el contacto de su fría piel. La arrastró con cuidado hasta el salón y la ayudó a sentarse sin apartar la mirada de sus ojos. Helen continuaba en silencio, con las lágrimas recorriendo sus mejillas y las manos temblorosas. Llevaba un mes odiando a esos chicos por no preocuparse por ella. Llevaba un mes saliendo de casa sólo para ir al instituto y comprar comida. Llevaba un mes sin salir de fiesta como solía hacer los fines de semana. Llevaba un mes intentando contactar con su mejor amiga, sin embargo, ésta no respondía ni a las llamadas ni a los mensajes. No tenía a nadie. Incluso llevaba un mes planteándose volver a Italia.
Harry se sentó a su lado y acunó a su amiga entre sus brazos, escuchando como sollozaba. No entendía nada, pero allí estaba. Intentando que se diese cuenta de que él estaría a su lado.
Pasó una hora hasta que Helen se calmó. El chico bajó su mirada y contempló como ella tenía los ojos hinchados y la mejilla y la punta de la nariz sonrosados.
- Es la primera vez que un chico me abraza mientras lloro. -comentó apartándose las lágrimas.
Harry mostró una gran sonrisa.
- ¿Qué te pasa?
La sonrisa que anteriormente se le había contagiado, se le borró al escuchar esa pregunta.
- Desde que Beth se fue, nadie se preocupa por mí. - respondió tras un largo silencio encogiéndose de hombros intentando transmitir una seguridad en sí misma inexistente.
Harry se separó con cuidado para mirarla a los ojos con más facilidad. ¿De verdad era eso lo que pensaba?
- Escucha Helen, el día 3 de Diciembre, actuaremos en el Madison Square Garden. Hemos estado todo el mes de ensayos y preparativos. Pretendía venir antes pero no he podido. Queremos que vengas a ese concierto con nosotros.
Los ojos de la chica se abrieron tanto que parecía que se iban a salir de sus órbitas. ¿Ella? ¿Nueva York? ¿Harry? ¿Los chicos? ¿Concierto?
- Hmm... Agradezco la oferta pero prefiero quedarme aquí. Hmmm, ya sabes, estudios y... eso.
Harry suspiró.
- Mira, vente con nosotros el domingo y el lunes 3, te vuelves de madrugada cuándo terminemos. Sólo perderás un día.
La cabeza de Helen daba vueltas y más vueltas. No quería ir pero no sabía que excusa poner. No quería estar con los chicos. No quería pasar tiempo con Harry. Lo único que quería era olvidarse de todo. Olvidarse de que quizás, esos elefantes que en esos momentos estaban bailando sobre su estómago, significasen que se empezaba a sentir atraída.
- Hay diferencia horaria, aquí amanece cinco horas antes. No llegaría a las clases del martes... Lo siento.
Harry estaba muy confundido. Estaba sorprendido. ¡Le estaba ofreciendo un concierto en el mejor estadio del mundo! Decidió que lo único que podía hacer era marcharse y dejar a su amiga reflexionar un poco. Se sentía abatido y decepcionado. Realmente él deseaba que Helen fuese a ese concierto. Que le viese llegar a la cima del mundo de la misma manera que lo harían su familia y sus fans.

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Antes de cerrar este capítulo, aunque sé que casi nadie va a leer esto, quiero daros las gracias por seguir apoyándome en esto, realmente siento que funciona, que lo hago bien. Ayudáis mucho. Y también gracias a mi @siemprelovg y a ese grupito de alcohólicas anónimas que tengo en WhatsApp, que andan por ahí emborrachándose y viviendo la vida loca.
También iba a decir que...
FELIZ CUMPLEAÑOS A NUESTRO NIALLER, QUE SE NOS HACE VIEJO YA. Por lo menos en la novela seguirá teniendo 19 porque están en Noviembre de 2012 JAJAJA. Es Forever Young.
Pues nada más. Gracias por leer. No os acostumbréis mucho a mis muestras afectivas que las reservo para ocasiones especiales ¡OS QUIERO LECTORCILLOS!
Att- Colorida(: