domingo, 29 de diciembre de 2013

Capítulo 31.

HOLA PEQUEÑOS Y CASI INEXISTENTES LECTORES. Vale, a ver, ya he solucionado lo del Tuenti, soy Elena Simply Love Again o Elena Simply Again, no sé como os  saldrá. Si estáis leyendo esto y no podéis mandarme la petición, podéis dejarme vuestro twitter/tuenti en un comentario y yo me encargo de agregaros/seguiros a todos y ya, si queréis que os avise cuando publique, me lo decís también. Es mucho más preferible el twitter, pero como me digáis. Si me dais vuestro tuenti, dejad detalles como la ubicación que tengáis puesta y esas cosas. Por favor, no me ignoréis, ES MUY IMPORTANTE. Mi twitter es: @1d_1dream1band. Y ya os dejo aquí con el capítulo, os quiero.

De nuevo la chica rubia estaba en la habitación. Esta vez, se encontraba revisando todos esos extraños cables que estaban conectados a Elisabeth. Ésta la miraba, pidiendo una explicación con sus ojos, a lo que ella sólo respondía con sonrisas.
- ¿Cómo está? - se atrevió a preguntar su madre cuando su hija abrió la boca, preparada para soltar algún comentario respecto al silencio de la enfermera.
- Todo en ella está un  poco magullado, sobre todo las costillas. También se debió de dar un buen golpe en la cabeza porque casi se fractura el cráneo. Me veo obligada a resaltar el detalle de la gran falta de vitaminas y las bajas defensas que tiene. ¿Su hija tiene problemas con la comida?
Al instante Elisabeth se puso tensa. No tenía ningún problema. Sólo había sido una... dieta.Un poco radical, pero una dieta, al fin y al cabo. Además todo aquello no era culpa suya. Todo habría estado genial de no haber sido por su padre y su manía de creerse todo lo que decían en las revistas. Por haberla traído a España y encima obligarla a estar con Lucas.
Clara no contestó y su padre la observaba con el semblante serio.
- ¿Me permiten hablar con su hija a solas? - preguntó la chica rubia sin perder la sonrisa.
Los padres asintieron y manteniendo el silencio, salieron de la habitación. Elisabeth esperó con paciencia, intentando encogerse lo máximo posible entre las sábanas de aquella fría cama de hospital. Sintió como la enfermera se sentaba a su lado, con las piernas cruzadas cual indio, haciéndola rejuvenecer unos años.
- Escucha Elisabeth, hay muchas maneras de perder peso y te puedo decir por propia experiencia, que esta no es la adecuada. Estás a tiempo de pararlo porque por lo que he visto, tu "problema" -dijo con una sonrisa triste mientras hacía el gesto de las comillas- no está muy avanzado, y podemos pararlo. ¿Has tenido algún problema con tu pareja?
Ese era el último tema que quería tratar. Abrió la boca para soltar un comentario grosero cuando algo se trastocó en su cabeza. Algo la calló. Una imagen pasó ante sus ojos. Un recuerdo. En ese mismo lugar, pero con una cara conocida ante sus ojos. Su estómago se encogió. Sus ojos recorrieron cada centímetro de la habitación. Y, de repente, se sintió tan humillada como estúpida. ¿Qué estaba haciendo? No sólo había tenido al chico del que, si no lo había hecho ya, se estaba enamorando delante de sus narices, esperando una explicación por su comportamiento, sino que también había estado a punto de ser violada. Se sintió como una cobarde que solo era capaz de culpar a los demás por sus actos. ¿Era eso lo que quería? ¿Decepcionar a la persona que la había hecho valorarse? Desde que se había alejado de Niall se había sentido vacía y... Quizás un poco presionada, también.
- No tengo pareja. -dijo intentando esconder su remordimiento.
La chica rubia inclinó la cabeza mientras arrugaba su nariz con su sonrisa coqueta. No era tonta, estaba claro.
- ¿Y ese chico rubio tan guapo que vino hace unos días? Mira -fue sacado un papel blanco un poco arrugado conforme iba hablando-, me dejó una cosa para ti. Te la daré, pero antes, quiero que sepas que, si me cuentas lo que está pasando por tu cabecita, podremos ser amigas, si no, tendré que llevarte al psicólogo del hospital y, no es demasiado agradable. Les diré a tus padres que estás dormida para que puedas ver con tranquilidad el sobre.
Sin despegarse de su, al parecer, eterna sonrisa, salió y cerró la puerta dejándola a solas con el sobre. Lo cogió como si de un monstruo se tratara y observó la letra curvada y claramente de zurdo, de Niall. En su cabeza se organizaba una verdadera batalla entre las dos opciones que tenía al ver la carta doblada que contenía el sobre: no leerla y volverse completamente ajena a toda su vida en Londres y a su amor, probablemente no correspondido, o abrirla y averiguar lo que la persona que había provocado el ritmo frenético de los latidos de su corazón, quería decirle.
No tenía valor en absoluto. No había tenido valor de quedarse en Inglaterra, de buscarse un trabajo en España, de acarrear con todo lo que había causado con sus actos. La culpabilidad era demasiado pesada en su interior. Le había dado más problemas a sus padres que su hermano pequeño y eso no era justo. Así, con la carta en la mano y en el silencio de la habitación se hizo una promesa a sí misma, una promesa que iba a cambiarlo todo de nuevo. Guardó el papel de nuevo en el sobre y decidió que la leería cuando no se comportara como una cría.

***

- Niall, por favor, espabila un poco. Tu vas ahí, cuando termina el estribillo te vas hacia la izquierda con Louis.
- ¿Podemos hacer un descanso de cinco minutos?
El coreografo suspiró y asintió lentamente mientras se alejaba un poco. No estaba acostumbrado a que alguno de los chicos tuviera un mal día, y menos Niall, que era el despreocupado, que era la alegría de la huerta como más de una vez había afirmado Harry. Sus cuatro mejores amigos se acercaron a él mientras se sentaba en el suelo. Louis fue el primero en arrastrarse a su lado y ponerle una mano en el hombro. Mas tarde, los cinco se encontraban en circulo esperando a que alguien dijera algo.
- Tíos, no lo entiendo. No, no entiendo nada. Yo... pf.
Sus manos frotaban su cabeza revolviendo el cabello rubio con agobio una y otra vez. Un suspiro salió de entre sus labios y los cuatro compañeros se miraron entre sí decidiendo quién de ellos debía decir lo que era evidente ante sus ojos. En la cabeza del irlandés todo parecía descomponerse. Todas sus ideas y todo lo que pensaba que estaba yendo relativamente bien, se estaban deshilachando. Todo había cambiado y él no entendía lo que había hecho mal. Bueno, sí lo entendía. Debería haberse alejado en cuanto supo que el padre de Beth se la quería llevar a España por su culpa.O quizás debería haber desmentido el rumor. O mejor, debería no haberse hecho ilusiones.
- Hey, Niall, no pasa nada, sólo estás...- Zayn dejó la frase en el aire durante unos segundos.
- Enamorado. - completó Liam.
Los ojos del interpelado se abrieron como platos dejando ver sus dos grandes y preciosos océanos. ¿Enamorado? ¿Él? ¿De Elisabeth? No. No, no, no y no. Enamorado... Ja, ja. ¿Estaban locos?¿Cómo iba a enamorarse? Además, se había vuelto una caprichosa, había cambiado. Puede que le gustara la Beth de antes, pero esa chica ya no existía para él. Le había decepcionado de la manera más dura posible. Si hubo una pizca de amor en su corazón hacia ella, había desaparecido. Ya no estaba la pequeña tímida cuyo rostro no identificaba cuando la vio por primera vez en el autobús.
- Yo no estoy enamorado de esa... desconocida. Ha cambiado, estuvieron a punto violarla ¿vale? Esa no es mi amiga, esa no es nadie en mi vida.
Unas palmadas interrumpieron la conversación dando por terminado el descanso de cinco minutos. Todos se pusieron en pie y se fueron separando de nuevo, sin embargo Niall seguía contemplando el grisáceo suelo que había a sus pies. Liam se agachó y apoyó su brazo en el hombro de su amigo.
- Si ella está mal, no necesita que tú se lo eches en cara. Necesita que le recuerdes que sigues ahí, pase lo que pase. No te engañes, hermano.

lunes, 9 de diciembre de 2013

AVISO MUY MUY IMPORTANTE.

Hola queridos lectores, lo siento muchísimo, de verdad. Me he cambiado de instituto y la verdad me está costando mucho adaptarme así que ya no tengo tanto tiempo para escribir como tenía antes. Mi novela ha cumplido un año y yo no he hecho nada para conmemorarlo así que, cuando empiecen las vacaciones, os prometo un maratón o un capítulo extra-largo. La verdad es que los 0 comentarios en el último capítulo no ayudaron nada, pues consideré que era uno de los capítulos mejores escritos de toda la novela y además EL REENCUENTRO DE NIALL Y ELISABETH. Pensé que os gustaría ese capítulo. Pero no os preocupéis que volveré pronto con novedades. Además querría deciros algo importante.
ME HAN QUITADO EL TUENTI Y YA NO SOY ELENA SIMPLY LOVE. A algunas lectoras les mandé una petición y no me reconocieron así que no la aceptaron, he decidido hacerme uno distinto al que tenía ahora provisional, me llamaré Elena Simply Again pero aún no está creado. El actual es Colorida Wherever I Am. Por favor, necesito que deis señales, estoy intentando que mi novela vuelva a tener lectoras e incluso me he hecho un Twitter específico: @1DYoungWriters y @1d_1dream1band.
Os quiero mucho y siempre os agradeceré que me leáis. Es lo más importante para mí, que os sintáis a gusto siendo lectoras.

sábado, 19 de octubre de 2013

Capítulo 30.

Todo estaba oscuro. Oía voces muy lejanas. Una oleada de imágenes llegaron de pronto como si alguien las hubiese metido a presión en su cabeza.
Recordaba la discoteca. El alcohol. El chico... Y el callejón. La última imagen que podía asignar a los acontecimientos ocurridos era la de aquel desconocido intentando subirle la falda de su vestido. 
La oscuridad seguía sumiéndola en los recuerdos. España, Londres, el tabaco, Lucas, Niall, Helen. La anorexia. La guitarra, las lágrimas. 
Los sentimientos. Todos los sentimientos que habían estado confundiéndole durante tanto tiempo. El fuerte amor que sentía hacia el irlandés provocó un pitido más repetido que el que, sin darse cuenta, había estado escuchando desde que volvió a tener consciencia. ¿Qué era ese pitido? 
De pronto, notó algo moverse. De pronto, pudo sentir. Todo el dolor hizo acto de presencia tan rápido como sintió que sus párpados podían moverse y abrirse poco a poco. La luz evitó que no viese con nitidez lo poco que sus ojos le permitiesen. Su corazón seguía latiendo con rapidez. Por fin había aclarado su mente. Por fin lo había admitido. Se estaba enamorando de Niall. 
Sus ojos consiguieron abrirse por completo inspeccionando el lugar donde se encontraba. Una habitación blanca, con una televisión en la pared. Un sofá marrón a su derecha junto a... ¿Una bolsa de suero? Y el aparato que causaba aquel ruido tan molesto, el que controlaba sus constantes vitales. Dirigió la mirada hacia el movimiento que la había despertado. Entonces se topó con aquellos ojos. Más azules que el mar, más bonitos que el cielo. Aquella sonrisa que pese a unas cuerdas que intentaban alinearla, le parecía la más bonita que jamás había visto. Iba a sonreír cuando el dolor más fuerte que jamás había sentido, retumbó en su cabeza haciendo que cerrase los ojos. Esperó unos segundos para volverlos a abrir. Inspeccionó de nuevo aquel lugar en busca de la imagen que había hecho a todos sus sentidos palpitar. No estaba. Volvió a cerrarlos.
Por supuesto. ¿Cómo iba Niall a estar en España? ¿Por qué iba a ir a verla a ella? Aún estando en el hospital, sin saber cómo había llegado allí y qué había ocurrido, el irlandés protagonizaba todos sus pensamientos. 
Oyó cómo se abría la puerta.
- Hola Elisabeth. -dijo una voz femenina con dulzura. 
Abrió los ojos con rapidez y se topó con una chica joven, rubia y de pelo rizado bien recogido en su coleta alta, vestida con una bata blanca sobre un uniforme azul. Con cautela abrió la boca para articular.
- ¿Qué ha ocurrido? 
Intentó incorporarse cuando un dolor en su cabeza y en el costado provocó que gimiera del auténtico sufrimiento. ¿Qué estaba pasando?
- Creo que no soy la más indicada para explicártelo todo. Hay alguien que quiere verte. Luego vendré a revisarte. 
Y tras un guiño de ojo, salió de la habitación. De nuevo, escuchó cómo la puerta se abría. Un rostro serio, preocupado y pálido la observaba. Su corazón se aceleró cómo momentos antes y, la máquina emitió aquellos molestos pitidos que la delataban. Niall se dio cuenta, dirigió una fugaz mirada al aparato y, menos de un segundo después, hacia su amiga. 
- ¿Se puede saber en qué coño estás pensando, Beth? -espetó. 
Elisabeth frunció el ceño y pudo notar como sus ojos se cristalizaban y el dolor aparecía de nuevo. 
- ¿Qué...?
- ¿Qué te has hecho Elisabeth Black? Me has decepcionado de la manera que nunca pensé que tú lo harías.
Aquello le dolió. ¿Decepcionar? Él no tenía ni idea de lo que estaba sufriendo en España. Ni si quiera ella misma sabe qué mierda hace en el hospital. La ira llenó todo su interior a la par que sus lágrimas hacían carreras por sus mejillas con auténtica rapidez.¿Dónde estaban sus padres?
- ¿Qué haces a...?
- ¿Aquí? No respondes a las llamadas de tu mejor amiga, a las mías, a las de los chicos, pero te vas de discotecas y bebes lo que un extraño te pone por delante. Anoche me llamaron a las cuatro de la madrugada porque mi número era el único que tenías guardado. Me empezaron a hablar en español, entendí poco, pero entendí. Salí corriendo de allí y tuve que pedir el próximo vuelo que hubiese, que era a las seis de la mañana. Llego aquí lo más rápido que puedo, me encuentro que tus padres no saben nada, que tienes que prestar declaración porque casi te violan, que te han pegado, que te diste un golpe tan fuerte en la cabeza que perdiste la conciencia y que de no ser por una señora que vivía cerca de allí y oyó un grito, tu podrías haberte desangrado y estar muerta en un puto callejón. ¡¿SE PUEDE SABER EN QUÉ ESTÁS PENSANDO?! Por no hablar de que tienes ¿cuántos? ¿diez kilos menos? ¡Joder!
Las lágrimas no dejaban de caer, le daba igual todo el dolor. No era nada comparado con lo que los trozos de su corazón estaban provocando en su interior, desgarrando lo poco que quedaba limpio y puro.
El pitido de aquel molesto aparato comenzó a aumentar al igual que el corazón de Elisabeth. Niall la miraba con decepción, pero también con ira. Nunca le había visto así. La respiración comenzó a faltarle, el aire de aquella habitación le parecía insuficiente. Abrió la boca y comenzó a inspirar, pero seguía sin el oxígeno necesario para los pulmones. Los ojos del irlandés se tornaron preocupados y salió de la habitación corriendo, trayendo con su vuelta una larga fila de médicos. Los ojos de la chica se cerraron con fuerza cuando alguien apretó una mascarilla de oxígeno contra su nariz y boca, al mismo tiempo que sentía un fuerte pinchazo en el brazo y que la vista se nublaba.
Una sola frase flotaba en su mente. "Te quiero." Pero no era su voz la que la recitaba, sino una voz masculina, desconocida para ella. ¿Qué estaba pasando? ¿Dónde se encontraba? Abrió los ojos y miró a su alrededor. Se encontraba en la calle, concretamente en una muy conocida para ella. Abbey Road estaba completamente desierta, las tiendas estaban cerradas y tampoco había coches. Ni una hoja en el suelo, ni un papel. No corría aire, pero tampoco hacía calor. Había una niebla demasiado blanca y brillante. Estaba vestida de la misma manera que la noche anterior. Se bajó de sus altos tacones y se recogió el molesto pelo suelto en una coleta con una de las pulseras de cuerda que adornaban su muñeca. Volvió a mirar a su alrededor. Ni un sólo sonido. Ni un sólo movimiento. Miró su cuerpo. Volvía a estar gorda. Pero volvía a darle igual. Tocó su costado y su cabeza. Nada. Ni rastro del dolor. Sentía su propio tacto frío y áspero. El alivió la inundó. Si volvía a estar gorda y volvía a estar en Londres, nada había ocurrido. Pero ¿por qué iba vestida así?
- "No pienso dejarla aquí sola, esto es por mi culpa."
¿Niall? Dio la vuelta sobre sí misma. Nada. Juraría que había oído a su amigo. Caminó hasta su portal extrañada de todo lo que fuera que estaba ocurriendo. Empujó el cristal y para su sorpresa, estaba abierto. Continuó andando hasta las escaleras y subió hasta el tercer piso. La puerta de su apartamento también estaba abierta. Caminó con cuidado y sigilo hasta su salón. Suspiró. Por lo menos todo seguía igual. Un ruido la asustó. Se había enfundado en el silencio, pero ahora, el sonido hacía eco en sus oídos. Se levantó y se dirigió al lugar de donde provenía el ruido. Su habitación. Se asomó por la puerta y descubrió que estaba prácticamente a oscuras. Pudo distinguir una silueta de pie, no sabía si de espaldas o mirándola.
- ¿Qué haces aquí? -espetó.
Su voz estaba mucho más grave y ronca, pero aún así pudo distinguirla.
- ¡Helen!
Abrió sus brazos y se dirigió corriendo a ella para abrazarla, pero ésta, sin embargo, le dio un empujón tan fuerte, que chocó contra la pared del pasillo, tirando algunos de los cuadros colgados. Dirigió una mirada asustada y sorprendida hacia su amiga, la cual ya no estaba en la oscuridad, sino en el pasillo, junto a ella, agarrándola de los hombros. Estaba muy pálida, los ojos inyectados en sangre y el pelo negro y enmarañado. Era Helen, de eso estaba segura, pero, ¿qué le había ocurrido?
- Lárgate, niña mimada. Ya me dejaste tirada hace diez años, no sé que haces aquí.
- Diez ¿qué?
Quería preguntarle, quería exigirle explicaciones, pero todo comenzaba a tornarse de negro. Todo comenzaba a desaparecer. Miró a Helen por última vez, sus pupilas transmitían odio pero también nostalgia. Cerró los ojos cuándo sintió que todo se desvanecía, hasta que de nuevo, aquel pitido, le obligó a abrirlos.
La habitación. Otra vez.
Así que, realmente había ocurrido. No sabía si alegrarse por el hecho de saber, que Helen seguro que estaba bien o llorar, por todo lo ocurrido en las últimas ¿horas? Ni si quiera sabía qué día era.
Inspeccionó la habitación y se encontró a su madre, llorando. A su padre abrazándola.
Ni rastro de Niall.
- ¡Elisabeth! - dijo Clara con alivió al ver de nuevo sus ojos verdes.
- ¡Ha despertado! - anunció su padre saliendo por el pasillo.

viernes, 13 de septiembre de 2013

Capítulo 29.

El frío aire invernal se hacía notar cada vez más en aquel solitario Noviembre. Había pasado un mes desde la noche en que Elisabeth había hecho un juramento consigo misma y las cosas no iban a mejor en ninguno de los dos países.
La música hacía que apenas escuchase sus propios pensamientos. Sabía que aquel no era su ambiente, que aquellos no eran sus amigos y que ese chico sólo la quería para un rollo de una noche. Pero había cambiado. La parte inocente de su mente se había quedado en un baúl cada vez más polvoriento. Movía sus caderas al ritmo de la música, podía sentir las manos del chico que acababa de sonreírle agarrándola fuerte. El calor sofocante no descendía pese a aquel diminuto vestido que llevaba. Se separó un poco, con los pies doloridos y se dirigió hacia la barra para beber algo.
- ¿Qué quieres, preciosa? -preguntó el camarero guiñándole el ojo derecho.
Elisabeth pensó. La verdad es que no había bebido nunca, bueno, excepto las anteriores veces que se había ido de discotecas con los amigos de Lucas, pero siempre pedían por ella. El camarero al ver su cara de confusión sonrió. Iba a abrir la boca para sugerirle algo cuando una mano se posó en su hombro. Un chico alto, de pelo corto y ojos azules le hizo un gesto para que se retirase y se apoyó en la barra para acercarse a Elisabeth.
- ¿Cómo te llamas, cielo? - preguntó con una dulzura espeluznante.
- Beth.
- Hmmm... Beth. Te apetece quizás... ¿Un vodka negro con lima?
Asintió amablemente y se sentó en el taburete a esperar que aquel chico le trajese su bebida. Apenas sentía los pies gracias aquellos altísimos y brillantes zapatos. Había decidido ir a dar una vuelta con Sandra, la amiga con "derecho a roce" (término que ellos mismos habían establecido) de Lucas, con tal de salir y no seguir escuchando a sus padres obligándole a comer. Se sentía muy bien con su cuerpo, aunque durante un mes debería haber perdido más de 5 kilos y medio. Clara, su madre, la había encerrado en una habitación con llave con el pretexto de que hasta que la bandeja repleta de comida estuviese vacía, no abriría la puerta. Aún no entendía como su estómago había soportado tanto alimento de pronto, pero lo había hecho.
Contempló como el chico de ojos azules salía de la barra y se sentaba a su lado con lo que parecía ser sus respectivas bebidas.
- ¿Cuánto te debo? - preguntó Elisabeth hurgando en el bolso para encontrar el dinero.
El desconocido soltó una carcajada. Recobró la compostura y miró fijamente a aquellos ojos verdes. Con tranquilidad se acercó hasta su oído.
- Creo que a mi no me puedes pagar con dinero, preciosa. - murmuró en su oído. Inspiró el aroma de su champú y comenzó a mordisquearle el lóbulo de la oreja.
Elisabeth estaba paralizada. De acuerdo, llevaba un mes yendo a discotecas y, de acuerdo, no era la primera vez que se le insinuaban pero, nunca habían llegado a sus condiciones actuales. Agarró el vaso de tubo en el que se encontraba su bebida y la bebió de un trago. Cerró los ojos con fuerza dejando que el alcohol atravesase ásperamente su garganta. Apartó con fuerza al camarero y salió de aquel sitio lo más rápido que pudo. Su casa estaba a un par de calles de distancia, si se daba prisa llegaría sin caídas hasta allí.
- ¡Eh! ¡Oye!
Caminó aún más rápido. Miró a su alrededor, no tenía ni idea de dónde se encontraba, todo daba vueltas. ¿Qué llevaba esa bebida? De repente notó una fuerte sacudida en brazo izquierdo. Miró hacia atrás y se topó con las fuertes manos de aquel chico de ojos azulados. Tiró con todas sus energías intentando zafarse pero era imposible.
- ¿A dónde crees que vas, cariño? -preguntó colocando sus grandes manos alrededor de su cintura.
La vista de Elisabeth se nublaba cada vez más y más. Abrió la boca para gritar pero los labios del desconocido se lo impidieron. Sentía cómo él la arrastraba sin que pudiera hacer nada para evitarlo. Las pequeñas manos de la chica hacían fuerza contra aquel pecho tan trabajado pero él ni se inmutaba. Dejó salir una lágrima de dolor cuando notó que su espalda chocaba contra la pared de un edificio con tanta fuerza que creyó notar un crujido en sus vértebras. Las manos de aquel extraño apretaban sus costillas con fuerza, asegurándose de que si no conseguía su propósito, unos hematomas se encargarían de recordarle a Elisabeth por todo lo que estaba pasando en esos momentos. Los labios del español se dirigieron a su cuello, donde comenzó a mordisquear la suave piel de su víctima. Fue entonces cuando ella encontró la oportunidad para gritar tanto como sus pulmones le permitieron. El chico rió y levantó la cabeza, mantuvo su mirada en la oscuridad y continuó dejando marcas por su clavícula tras darle a la pequeña una bofetada tan fuerte que su cabeza chocó contra la pared. Podía notar algo humedecerse en el lugar en el que había recibido el golpe del cemento. Abrió los ojos de nuevo pero apenas veía nada. Estaban en un lugar muy oscuro, sus lágrimas le nublaban la vista y sentía un aturdimiento muy extraño. Quizás fuera el alcohol, o quizás fuera el golpe. Intentó gritar de nuevo, pero nada salía de sus labios más que respiraciones fuertes y asustadas. Las manos del camarero estaban explorando cada rincón de su cuerpo, en zonas dónde nadie se había acercado nunca.

***

El timbre hizo que Helen se levantase de la cama. Llevaba varios días sin dormir bien y eso hacía sus ojeras mucho más notables. Sus ojos color miel no tenían apenas brillo y su bronceada piel propia de su país natal ahora tenía un tono muchísimo mas claro.
- Buenos días Helen, te traigo el desayuno. - dijo Harry con una pequeña sonrisa tras besarle la mejilla.
La italiana se hizo a un lado en la puerta para que su amigo pudiera pasar mientras ponía especial interés en frotarse el ojo derecho lleno de legañas. Le siguió sorprendida hasta el salón dónde el inglés dejó la bolsa de la panadería.
- ¿Te he despertado? No era mi intención.
La sonrisa seguía presente en el rostro de Harry creando así sus profundos hoyuelos. Llevaba por lo menos un mes sin pisar su piso. En realidad, ninguno de los chicos había estado allí desde que Niall discutió con los managers. De vez en cuando le mandaban algún WhatsApp o le llamaban, pero nunca iban a verla. A partir de la segunda semana, Helen dejó de responder a las continuas interacciones. Estaba claramente molesta. Sentía que desde que su amiga se fue, aquellos chicos ya no tenían intención de mantener la amistad.
-¿Quieres algo? Elisabeth se fue a España, si quieres verla deberías ir al aeropuerto, no aquí. - dijo de la forma más seca posible intentando ocultar el escozor que comenzaba a crearse en sus grandes ojos.
La sonrisa de Harry desapareció y fue reemplazada por su ceño fruncido. La confusión se podía ver en sus ojos esmeraldas a kilómetros de distancia.
- Vengo a verte a ti.
El silenció inundó la estancia. La tensión era palpable e incluso visible. Helen no quería visitas. No quería verle. No quería hablarle. Ni si quiera sabía por qué había abierto.
Se dirigió hacia el recibidor y giró el pomo. Abrió la puerta bajo la atenta mirada de Harry y le señaló a este el frío pasillo que conectaba el piso con el ascensor.
- Vete, por favor.
El gesto de la italiana hizo que Harry abriese la boca con sorpresa. ¿Qué estaba pasando? ¿Dónde estaba la sonrisa de su amiga? ¿Dónde estaba el brillo de sus preciosos y grandes ojos? Y ¿Sus uñas de colores? Incluso su cabello parecía más descuidado ¿Dónde estaba Helen?
- ¿Qué te ocu...?
- Nada. -interrumpió evitando escuchar el resto de la pregunta.
Las piernas del chico por fin decidieron moverse pero no para salir. Se colocó delante de su amiga, quitó sus manos de la puerta con mucha delicadeza y la cerró sin apartar el contacto de su fría piel. La arrastró con cuidado hasta el salón y la ayudó a sentarse sin apartar la mirada de sus ojos. Helen continuaba en silencio, con las lágrimas recorriendo sus mejillas y las manos temblorosas. Llevaba un mes odiando a esos chicos por no preocuparse por ella. Llevaba un mes saliendo de casa sólo para ir al instituto y comprar comida. Llevaba un mes sin salir de fiesta como solía hacer los fines de semana. Llevaba un mes intentando contactar con su mejor amiga, sin embargo, ésta no respondía ni a las llamadas ni a los mensajes. No tenía a nadie. Incluso llevaba un mes planteándose volver a Italia.
Harry se sentó a su lado y acunó a su amiga entre sus brazos, escuchando como sollozaba. No entendía nada, pero allí estaba. Intentando que se diese cuenta de que él estaría a su lado.
Pasó una hora hasta que Helen se calmó. El chico bajó su mirada y contempló como ella tenía los ojos hinchados y la mejilla y la punta de la nariz sonrosados.
- Es la primera vez que un chico me abraza mientras lloro. -comentó apartándose las lágrimas.
Harry mostró una gran sonrisa.
- ¿Qué te pasa?
La sonrisa que anteriormente se le había contagiado, se le borró al escuchar esa pregunta.
- Desde que Beth se fue, nadie se preocupa por mí. - respondió tras un largo silencio encogiéndose de hombros intentando transmitir una seguridad en sí misma inexistente.
Harry se separó con cuidado para mirarla a los ojos con más facilidad. ¿De verdad era eso lo que pensaba?
- Escucha Helen, el día 3 de Diciembre, actuaremos en el Madison Square Garden. Hemos estado todo el mes de ensayos y preparativos. Pretendía venir antes pero no he podido. Queremos que vengas a ese concierto con nosotros.
Los ojos de la chica se abrieron tanto que parecía que se iban a salir de sus órbitas. ¿Ella? ¿Nueva York? ¿Harry? ¿Los chicos? ¿Concierto?
- Hmm... Agradezco la oferta pero prefiero quedarme aquí. Hmmm, ya sabes, estudios y... eso.
Harry suspiró.
- Mira, vente con nosotros el domingo y el lunes 3, te vuelves de madrugada cuándo terminemos. Sólo perderás un día.
La cabeza de Helen daba vueltas y más vueltas. No quería ir pero no sabía que excusa poner. No quería estar con los chicos. No quería pasar tiempo con Harry. Lo único que quería era olvidarse de todo. Olvidarse de que quizás, esos elefantes que en esos momentos estaban bailando sobre su estómago, significasen que se empezaba a sentir atraída.
- Hay diferencia horaria, aquí amanece cinco horas antes. No llegaría a las clases del martes... Lo siento.
Harry estaba muy confundido. Estaba sorprendido. ¡Le estaba ofreciendo un concierto en el mejor estadio del mundo! Decidió que lo único que podía hacer era marcharse y dejar a su amiga reflexionar un poco. Se sentía abatido y decepcionado. Realmente él deseaba que Helen fuese a ese concierto. Que le viese llegar a la cima del mundo de la misma manera que lo harían su familia y sus fans.

-------------
Antes de cerrar este capítulo, aunque sé que casi nadie va a leer esto, quiero daros las gracias por seguir apoyándome en esto, realmente siento que funciona, que lo hago bien. Ayudáis mucho. Y también gracias a mi @siemprelovg y a ese grupito de alcohólicas anónimas que tengo en WhatsApp, que andan por ahí emborrachándose y viviendo la vida loca.
También iba a decir que...
FELIZ CUMPLEAÑOS A NUESTRO NIALLER, QUE SE NOS HACE VIEJO YA. Por lo menos en la novela seguirá teniendo 19 porque están en Noviembre de 2012 JAJAJA. Es Forever Young.
Pues nada más. Gracias por leer. No os acostumbréis mucho a mis muestras afectivas que las reservo para ocasiones especiales ¡OS QUIERO LECTORCILLOS!
Att- Colorida(:

miércoles, 28 de agosto de 2013

Capítulo 28.

Inspiró y exhaló con fuerza. Paciencia era lo que se pedía a sí misma. Acababan de llegar sus padres y, por tanto, Lucas ya se había marchado. Había sido un día demasiado largo. Se miró fijamente en el espejo del baño, subida a la balanza de peso con el ceño fruncido. Aquello marcaba 53kg. Era imposible que pesase menos pero continuara estando así de... gorda. Ahora entendía por qué no le gustaba a Niall. Dirigió la mirada hacia su antebrazo, donde el hueso de la muñeca ahora era más notable.
Durante toda la noche se había dedicado a ignorar los gritos silenciosos de su estómago exigiendo algo para digerir. Había intentado disimular los mareos que le daban cada vez que se levantaba o hacía movimientos bruscos. Lucas parecía no haberse dado cuenta de nada. Había cenado y se había dedicado a ver la televisión mientras soltaba alguna que otra mirada hacia Elisabeth.
Caminó hacia su habitación pesadamente. Iba a meterse entre las sábanas cuándo vio algo que le llamó la atención junto a su armario. Se había olvidado de su guitarra. Se acercó hacia el instrumento y se sentó en la cama con él, tras sacarlo de su funda. La observó con mucha cautela hasta que se topó con una inscripción bajo la sexta cuerda. Una inscripción que traía consigo un recuerdo.
"- Oye Beth, te aseguro que lo que decíamos en la canción iba completamente en serio. Volveremos... - dudó unos segundos - Volverá a por ti. Ese rubio que está ahí fuera intentando retener las lágrimas irá a buscarte a España.Y si no lo hace, le obligaré yo.
El mayor de los chicos consiguió arrancar una sonrisa en el rostro de Elisabeth. Ésta cerró la caja de la mudanza tras meter la foto y se dirigió al salón junto a Louis, donde se encontraban los demás. Niall, sentado en un sofá para dos, con una guitarra entre las manos, le hizo una señal a la chica para que se sentase con él. Ella obedeció.
- ¿Y esta guitarra? - preguntó contemplando la cinta de color azul celeste que se agarraba a la guitarra.
Ese no era el instrumento de Niall pues el del chico tenía la cinta negra.
- Es tuya."
Colocó los dedos correctamente sobre las cuerdas del mástil de la guitarra y rasgó provocando que el sonido inundase la habitación mientras las lágrimas recorrían su rostro.
"I will always find you".
Tras unas horas en silencio, con el único sonido del gotear de sus lágrimas, dejó el instrumento sobre su cama y se dirigió al piso de abajo. Sus padres se habían acostado, por lo que todas las luces estaban apagadas. Caminó hasta el salón y se sentó en el sillón en el que anteriormente un descarado chico había estado observándola. El mueble todavía desprendía el olor de Lucas. Le costaba reconocerlo pero era un perfume agradable. Llevó la mano a su vientre cuando su estómago emitió un largo quejido. Pero sus pensamientos seguían rondando sobre la imagen de un español de ojos oscuros. Pese a lo maleducado que era, muy en el fondo de su mente debía reconocer que le atraía. Pero no, ella no caería en sus redes, no era tan tonta.
En el suelo, algo llamó su atención. Alargó el brazo para coger con mucho cuidado aquello que había captado el interés de todos sus sentidos. Una cajeta de cigarrillos. Sus padres no fumaban por lo que a la única persona a la que le podía pertenecer era a Lucas. Elisabeth abrió la caja con curiosidad y sacó uno. ¿No se suponía que los cigarrillos quitaban el estrés y también el hambre? Por un momento, el cáncer de pulmón le pareció un problema secundario a aquella chica, hasta que el sentido común le golpeó con fuerza. ¿Cómo iba a fumar alguien como ella? Nunca se metía en problemas, siempre estudiaba, sacaba buenas notas, no bebía, no iba a fiestas. Pero por otro lado, esa era su vida en Londres. Ahora estaba en España, siendo arrastrada por sus padres a juntarse con quien no quería y a alejarse de su felicidad. Ellos habían causado todos sus problemas desde que había llegado a Málaga. Así que, agarró con fuerza la caja y la guardó en la sudadera que solía ponerse por encima del pijama, cogió la caja de cerillas que había en la estantería y salió al jardín.
El frío le azotó con fuerza haciendo que su melena volase tras sus hombros dejando su cara desprotegida. Se sentó en los escalones del porche y abrió el pequeño cajoncito con cerillas. Sus manos que temblaban por el frío y el vaho que provocaba su respiración entrecortada impedían que pudiese encender la cerilla correctamente. Suspiró. La curiosidad, el estrés y el hambre habían conseguido convencer a Elisabeth de que quizás fumar era una buena idea, pero a lo mejor aquello era una señal de lo contrario.
- ¿Quieres fuego?
Frunció el ceño. Aquella voz de nuevo. Serían las dos de la madrugada y sin embargo, allí estaba, parado frente a ella.
- Venía a por eso, pero creo que tú lo necesitas más que yo. -señaló su caja de cigarrillos.
Agarró el que la chica tenía en la mano y lo puso entre sus labios ante su atenta mirada. Sacó un mechero del bolsillo y, tras encenderlo y darle una larga calada, se lo devolvió. Ella lo cogió con cuidado, intentando parecer segura pero sin conseguirlo. Se lo llevó a la boca aunque hubiese estado en los labios de Lucas con anterioridad. Inspiró con fuerza hasta que el tabaco llegó a sus pulmones, los cuales lo rechazaron rápidamente provocando su tos. Lucas rió mientras se sentaba a su lado.
- No esperaba que fueses a convertir en fumadora.
Esperó a recuperarse y dio otra calada.
Durante un largo silencio, ambos miraban la calle que tenían en frente, las farolas iluminando el vacío y el silencio que reinaba en ella. Se intercambiaron el cigarro hasta que se consumió y Lucas repitió su acción anterior encendiendo otro.
- ¿Siempre eres tan gilipollas con las chicas? -se atrevió a preguntar Elisabeth.
El español se asombró de la dureza con la que pronunció aquellas palabras. Se asombró de que por fin decidiera comportarse como una verdadera chica de dieciséis años y no como una adulta responsable de veintidós. Pero aquello no iba a cambiar su actitud.
-Sólo con las que quiero conocer a fondo. -levantó las cejas dando a entender así el doble sentido de la frase.
Los ojos de ella se abrieron como platos. ¿Quería tener algo con ella? ¡Pero si estaba gorda y era fea!
- Y tú ¿siempre eres una niña buena?
Elisabeth dirigió todos sus pensamientos hacia la respuesta de esa pregunta.
Sí.
Siempre lo era. Le habían educado así ¿Qué podía hacer? Provenía de un país donde los modales y la educación siempre iban por delante. Nunca había hecho ninguna locura. Nunca se había escapado de casa. Nunca había suspendido. Nunca había ido de fiestas. Y hasta hacía prácticamente una hora, nunca había fumado. Pero estaba harta. Estaba harta de ser la persona que sus padres querían que fuera. A partir de ese momento, las cosas iban a cambiar para Elisabeth Black.
- No, ya no.
Y así, sin más, se levantó con la caja de cigarrillos y la de cerillas en sus bolsillos aún, y se marchó a su habitación., haciendo, sin darse cuenta, un juramento.

jueves, 15 de agosto de 2013

Capítulo 27.

Había pasado dos horas hablando con Niall por teléfono y ya eran las nueve de la noche. En su interior se notaba la tranquilidad que no tenía desde que había vuelto de Londres. Se había dado una ducha, lo que había contribuido a olvidar los malos acontecimientos de la tarde. Apenas se dirigía la palabra con sus padres y sentía que era lo mejor pues, no sería capaz de mantener una conversación con ellos sin echarles en cara haberla arrastrado hasta su país natal.  En el piso de abajo no se oía absolutamente nada, lo cual era extraño. A esas horas, su madre solía estar terminando de preparar la cena. Elisabeth salió de su habitación despacio. Iba a comenzar a bajar las escaleras cuando vio algo que le llamó la atención. Retrocedió dos pasos y miro fijamente hacia la pared. Con cautela, contempló fijamente el rostro de una chica muy parecida a ella, con su misma ropa, el mismo pelo. La diferencia era que esa chica tenía el rostro mucho más pálido y grandes ojeras bajo los ojos. Se atrevió a bajar la mirada por su cuerpo. Vaya, estaba mucho más gorda que ella. Levantó el brazo para tocar el cuadro, pero entonces, la imagen se movió. De hecho, imitó el gesto. Elisabeth dió un paso atrás. No era un cuadro, era un espejo. ¿Realmente era ella así? ¿Tanto le había afectado el cambio? Sacudió la cabeza y bajó las escaleras mientras miraba a su alrededor en busca de algún movimiento que delatase dónde se encontraban sus padres. Se asomó por todas las habitaciones hasta que llegó a la cocina. Sobre la mesa había una nota.
"Nos hemos ido a cenar, coge algo del frigorífico. -Mamá"
Se dirigió hacia el electrodoméstico y, cuando lo iba a abrir, retiró el brazo rápidamente, recordando su imagen en el espejo. No podía permitir que la gente viese su cuerpo de aquella manera. El timbre sonó mientras iba a beberse un vaso de agua para llenar su estómago. Se dirigió hacia la puerta en silencio, ella no esperaba ninguna visita. Se puso de puntillas y miró por la mirilla. ¡Otra vez él! ¿Qué hacía en su casa? Se deslizó hacia el suelo en silencio deseando que no supiera que ella estaba allí.
- ¿Elisabeth? Te he oído caminar hacia la puerta. ¿Estás disfrutando las vistas por la mirilla? - se burló con esa actitud tan estúpida de nuevo.
Suspiró y se levantó para abrir.
- ¿Qué quieres tú ahora?
Lucas la miró de arriba a abajo como hizo cuando ella fue a su casa. En ese momento no sintió asco por él, sintió verdadera vergüenza de que estuviese contemplando un cuerpo como el suyo. Se escondió tras la puerta. El chico frunció el ceño un segundo, pero más tarde se convirtió en una sonrisa burlona.
- Si la montaña no va a Mahoma, Mahoma va a la montaña.
¿Con montaña se refería a que estaba gorda?
- ¿Qué? - preguntó confundida.
- He traído comida china.
Lucas pasó por el lado de Elisabeth con una sonrisa, adentrándose en la casa sin el permiso de nadie. Ella contemplaba como se dirigía a la cocina e iba sacando platos y cubiertos con tanta soltura que cualquiera pensaría que estaba en su propia casa.
- Nadie te ha invitado y yo estoy enferma, no voy a cenar. Fuera de mi casa. - Habría deseado que su voz saliese con más firmeza, pero ya no podía echarse atrás.
El español caminó hacia ella con esa sonrisa que no parecía desaparecer. Sus caras estaban a muy escasos centímetros. La distancia iba acortándose mientras Lucas acercaba sus labios a los de Elisabeth con rapidez. Ella sin embargo, dio varios pasos hacia atrás mirándole con el ceño fruncido profundamente. Se podían ver destellos de rabia en sus grandes esmeraldas.
- ¿Qué haces? ¿Te crees que puedes llegar aquí e intentar besarme porque a ti te da la gana? Yo no soy tan estúpida como para caer en tus trampas.
Elisabeth pensaba que con eso le quedaría claro y que le afectaría. Nada más lejos de la realidad, pues él comenzó a reír a carcajadas. Ella tenía los ojos tan abiertos que parecía que saldrían de sus órbitas. Pero ¿¡De qué narices se estaba riendo!? Se cruzó de brazos y se apoyó contra la pared esperando pacientemente a que terminase de reírse de ella o de lo que se estuviese riendo.
Las sonoras carcajadas que retumbaban en las paredes comenzaron a cesar y el chico inspiró profundamente antes de mirarla a los ojos.
- Perdona, es que me han dicho eso tantas veces que no las puedo ni contar. Y te diré algo -avanzó un paso hacia donde ella se encontraba-; todas acaban cayendo. ¿Por qué estás tan segura de que tú serás diferente?
Porque yo estoy enamorándome de un chico que no eres tú. 
- Porque no soy tonta. - optó por responder mientras se dirigía a la puerta y la abría. - ¿Te puedes ir?
De nuevo, el rió.
- Tus padres me han pedido que venga. Si tú no vas a cenar, cenaré yo, pero no me pienso ir. - afirmó rotundamente marchándose hacia la cocina.
Elisabeth continuaba perpleja. ¿Qué les pasaba a sus padres? ¿Qué problema tenían con su vida social? ¿Quienes se creían que eran? Si pensaban que ella iba a cambiar a Niall por Lucas iban por mal camino.

***

- Lo siento Niall. No puedes viajar en estas fechas. Os necesitamos a todos en Londres durante estos dos meses. Y tampoco podemos permitir que se te vea por las calles de Málaga como si nada y todos aquí trabajando. No estás de vacaciones. Las reglas son las reglas. - comunicó Tom seriamente.
El rubio le miró frustrado. ¡Sólo estaba pidiendo un día! ¡Un puto día! Nunca podían hacerles un favor a ninguno de los chicos y siempre eran muy egoístas. Entendía que fuera su trabajo pero... pero...
- ¡Agh! - gritó mientras salía de la estancia.
Ya le habían dicho sus cuatro amigos que era muy probable que no le dejasen ir a España pero no entendía el porqué. ¿En dos meses no podría ir a ver a Elisabeth? ¿Y sus vacaciones de Navidad? ¿No les iban a dejar tiempo para relajarse? No podía estar más enfadado. Todo su plan se había ido a la mierda y ahora seguro que su amiga se olvidaría de él y de su vida en Londres. Una parte egoísta de sí mismo deseaba que ella no estuviese cómoda en el lugar dónde estaba para que desease volver. Pero su parte dulce siempre sacudía ese deseo, a sabiendas de que él lo único que haría junto ella, sería hacerle daño y provocar peleas de sus padres. Sin darse cuenta había llegado a Abbey Road.

- ¡Hola Niall! - saludó la italiana con sorpresa mientras dejaba paso para que él entrase.
- Hola Helen.
Ambos se dirigieron al salón donde ella se estaba preparando para cenar. Sonrojada caminó hacia la cocina y preparó un filete de pollo para su invitado mientras éste le contaba lo ocurrido. Helen escuchaba con atención. La verdad era que le asombraba que él creyese que Elisabeth estaba a gusto en España.Y mucho más que creyese que se olvidaría de su vida en tierras británicas. Ella tenía algo muy claro; Niall no se daba cuenta de nada.

martes, 13 de agosto de 2013

Capítulo 26.

- Hola Beth. - dijo una voz cálida en cuanto descolgó el teléfono.
La voz que Elisabeth más añoraba, la que más deseaba escuchar. El corazón comenzó a latirle con tanta fuerza que ella pensaba que haría un agujero en el pecho y saldría dando saltos de emoción.
- Hola.
Aceleró el paso hacia casa para poder hablar en la tranquila privacidad de su habitación o de la buhardilla. Todavía notaba como algunas chicas se giraban para mirarla. El estrés que Lucas había provocado se había esfumado. En esos momentos sólo sentía esa paz interior que podía disfrutar cada vez que hablaba con él.
- ¿Qué tal?
Interesante pregunta. 
¿Qué tal estaba? Podía decirle la verdad. Podía contarle que sus padres habían guardado revistas que hablaban sobre ellos y que, peor aún, habían creído todas las mentiras que aquellos papeles albergaban. Podía contarle que el vecino era un gilipollas que esperaba que ella se derritiese ante sus encantos y que conseguiría algo más que un beso suyo. Podía contarle que cada vez sus padres se cerraban más a la idea de dejarla volver a casa, a Londres. Podía contarle que las chicas de la calle la miraban como si ella hubiera hecho algo malo y con muchísimo odio. Podía contarle las ganas que tenía de que alguien se la llevase de allí. Pero en lugar de todo eso, se limitó a responder todo lo contrario.
- Estoy bien, Niall. ¿Cómo estás tú? ¿Qué has estado haciendo hoy?
Y sonrió ampliamente al saber que las cosas seguían tranquilas allí. Al saber cada una de las gamberradas que hacían como si tuviesen ocho años. También al saber que habían ido a ver a Helen y a entretenerla.

***

Llevaba dos horas hablando con ella y se sentía realmente feliz cada vez que la escuchaba soltar una carcajada. Toda la timidez que creó un muro entre ellos desde que se conocían había desaparecido. Aquello era tan reconfortante. Se alegraba mucho de que ella estuviera aparentemente bien, pero había un dolor punzante que le molestaba. ¿Acaso Elisabeth no le echaba de menos? ¿No quería volver a Londres? A lo mejor Beth ya se había acostumbrado a España. Si tres días habían bastado para que se sintiese cómoda allí, quizá dentro de una semana ya no se acordaría de que en Inglaterra le esperaba una vida... y un estúpido a punto de enamorarse.
- Hey, creo que debo colgar, aquí es la hora de cenar y a ti te va a salir carísima la llamada. Esta noche te mandaré un WhatsApp ¿vale?
- Claro. Adiós Beth. Te echo de menos.
Pero la llamada se había cortado impidiendo a la española escuchar las cuatro últimas palabras que llevaban dos horas intentando salir.
Aún recordaba el primer día que la vió. Con las mejillas sonrosadas.
Había cogido el autobús porque no tenía tiempo para que ningún guardaespaldas fuese a recogerle y varias chicas ya habían corrido el rumor de la zona en la que se encontraba. No las culpaba, sabía que sus fans sólo querían cumplir sus sueños. El autobús acababa de parar y fue lo único que se le ocurrió. Dejó unas libras frente a la ventana del conductor y se agarró a una barra del final del vehículo. Cruzó los dedos porque nadie se fijase en su presencia y así ocurrió. En la segunda parada del recorrido un grupo bastante grande de personas entró y se quedó estancado en medio del autobús. Podía oír una voz suave pidiendo disculpas por hacerse paso entre la gente. Intentando pasar entre dos señoras mayores y rechonchas apareció una figura pequeña, de movimientos torpes. Era una chica de grandes ojos verdes que hacían resaltar su pálida piel. Una nariz pequeña y unos labios finos y rosados. Las cejas cuidadosamente perfiladas y las mejillas llenas de pecas. Parecía tener unos años menos que él. Tenía el pelo casi rizado, muy largo, prácticamente un palmo por encima de su trasero y de un rubio oscuro. Le llamó la atención que no llevase nada de maquillaje, eso dejaba claro la sencillez de esa chica que había caminado hasta el final del autobús y se había agarrado a la misma barra que él. Algo en ella le llamaba la atención, algo especial hacía que no pudiera dejar de observarla. Tenía la sensación de haberla visto antes pero no sabía donde. Desde su lugar podía oler su aroma a vainilla. Era reconfortante y extrañamente familiar. Continuó contemplándola hasta que ella se bajo del bus, ajena a su mirada. 
Lo recordaba como si fuera ayer. Desde aquel día que había visto a Elisabeth no había podido olvidarla. Aún no sabía por qué le había resultado tan familiar, la verdad es que desde que tuvo la oportunidad de devolverle su teléfono y poder conocerla, no se lo había preguntado mucho. Ahora que ya no estaba, la pregunta volvió a rondar por su cabeza. Pero eso no era en lo que quería pensar en esos momentos. Quería pensar en la manera de volver a verla. Y la solución a aquello era muy sencilla. Se dirigió a su portátil con las intenciones claras, un viaje. Pero antes tenía que llamar a los chicos.

sábado, 13 de julio de 2013

Capítulo 25.

- Niall... Oye Niall, cálmate. Está en España, tan sólo lleva tres días allí. Estará adaptándose. Dale tiempo.
Zayn palmeaba cuidadosamente el hombro de su amigo intentando así tranquilizarle.
- No puedo estar tranquilo. Ella tendría que estar aquí. Si se ha ido ha sido por mi culpa. He perdido la oportunidad de...
Todo era tan confuso... El irlandés estaba inundado en frustración. Nada iba a hacerle sentir mejor. Nada excepto Beth. Aquella pequeña rubia de grandes ojos verdes le había calado muy hondo. Y sólo había conseguido alejarla de él. Seguro que en esos momentos estaba disfrutando de alguna fiesta con vistas a un español de grandes músculos y piel bronceada. Gente que no le arruinaría la vida. Gente que estaba seguro de que sus padres aceptarían como pareja de su hija.
- Sinceramente rubiales, no esperaba que fueses a olvidarme por una española, has caído muy bajo.- habló Louis con una mano en el corazón.
- Pero ¿Quién te va a querer a ti, Tommo? - esta vez fue Liam el que intervino con una sonrisa.
Y así fue como comenzaron una de sus más repetidas discusiones que no terminaban hasta que alguno de los cinco caía al suelo y todos reían sin pudor.

***

Los modales ingleses de Elisabeth le impedían poder decir claramente que ella no estaba interesada en mantener ningún tipo de contacto con ese engreído que pensaba que caería en sus garras con tan sólo una de sus groseras miradas. Por eso se recató con una sonrisa muy claramente forzada que lo único que consiguió fue aumentar las ganas de Lucas de tenerla entre sus piernas.
El chico moreno se acercó a ella con total confianza, provocando que ella retrocediera con miedo. El proceso se repitió dos o tres pasos más hasta que Elisabeth estuvo pegada a la puerta. ¿Pero este tipo de qué iba? Era inocente, pero no tonta.
- Te espero aquí esta noche, a las nueve. No faltes. - el susurro llegó con claridad hasta los oídos de la pequeña.
Ésta se removió incómoda. Comenzó a abrir la boca para decir que tenía otros planes (como por ejemplo, encerrarse en su habitación y no salir nunca más) cuándo su hermano pequeño apareció corriendo hacia ella.
- Beth por favor ¿Me puedo quedar un ratito más? Porfi porfi porfi porfi porfi... - suplicó agarrándose a su pierna cual koala.
- No, Chris, nos tenemos que ir. Además no queremos molestar a la familia de tu amigo Marcos ¿verdad?
El pequeño negó con la cabeza pero le dirigió una mirada a su compañero de guerras solicitando refuerzos con los ojos.
- No es molestia, se puede quedar a dormir si quiere. -añadió el más alto de todos los presentes.
Una batalla pareció estallar entre los dos adolescentes, los cuáles se contemplaban intentando sostenerse las miradas mutuamente. El verde de ella, contra el marrón de él. La timidez contra la confianza. El rubio contra el castaño.
El ceño fruncido de Elisabeth fue el que declaró que Lucas había ganado.
Ella hizo un gesto para mostrar que llamaría por teléfono y se dirigió hacia el porche de la casa. Marcó el número de su madre y esperó pacientemente a que contestara para explicar la petición de su hermano. A su espalda cruzaba los dedos deseando que Clara se negase y así ella no tendría que volver mañana. Pero siempre había sido muy liberal en estos temas y, para su desgracia, no opuso ninguna resistencia. Colgó el teléfono y soltó un suspiro de derrota. Tan sólo llevaba tres días en España y ya quería salir desesperadamente de allí y volver a Londres.
Entró de nuevo al recibidor dónde todos la esperaban expectantes. Asintió ligeramente con la cabeza y pudo percibir la sonrisa de satisfacción que Lucas había colocado en su cara. La chica se agachó hacia su hermano y le regaló un beso en la mejilla. Con cariño, revolvió el pelo del sonriente Marcos antes de que ambos salieran corriendo para jugar de nuevo.
- ¿Para mí no hay beso?
Elisabeth le fulminó con la mirada y se dio la vuelta para salir. Cerró la puerta y se dirigió de nuevo hacia su casa. Por el camino pudo notar el rubor de sus mejillas enfatizarse. ¡Qué chico más descarado! Se quedaría en su casa toda la noche y haría caso omiso de su estúpida cita.
La vibración en su bolsillo trasero del pantalón hizo que la hilera de sus pensamientos se rompiese rápidamente. Una sonrisa cruzó su rostro cuando vio el nombre de la persona que llamaba.

jueves, 23 de mayo de 2013

Capítulo 24.

- ¿Y si te pones a trabajar para conseguir dinero y poder volver? - preguntó Helen al otro lado de la línea.
- No sé... Puede que haga eso... Bueno, mañana hablamos, ya sabes que las llamadas internacionales son muy caras. Adiós.
- Adiós Beth.
Cansada de contemplar los grandes ventanales de la buhardilla, volvió la vista hacia el sofá de cuero que protagonizaba la habitación. Se acercó con cuidado al mueble pues, bajo éste sobresalía una esquina de un libro. Alargó el brazo mientras con la vista repasaba toda la habitación asegurándose de que nadie se daba cuenta de lo que hacía. De alguna forma, sentía que lo estaba haciendo mal. Tiró del libro lo suficiente como para darse cuenta de que no era uno, sino varios y de que no eran libros, sino revistas. Revistas para adolescentes. Frunció el ceño con curiosidad abriendo la primera de aquel bloque de encuadernaciones. Su expresión de confusión cambió a sorpresa cuando llegó a la quinta página. Una foto de su irlandés favorito y ella en la azotea, riendo. Pero el titular fue el que provocó la inundación de sus ojos.
¿Habrá encontrado nuestro príncipe a su princesa? ¡Cuidado Niall, las latinas tienen mucho carácter!
¿Y eso que significaba? O mejor, ¿Qué significaba que sus padres hubiesen comprado aquellas revistas? Su disgusto aumentaba conforme iba abriendo revistas y leyendo titulares. No se explicaba cómo su padre podía creer tanta basura sobre ella. Su postura no había cambiado, había empeorado. Pero había algo que sí había variado. Sus sentimientos hacia Niall cada vez eran más confusos. Cuando subió al avión tenía claro que quería que él fuera algo más que un amigo. ¿Ahora qué?
Las pisadas de alguien al subir las escaleras la hicieron reaccionar a tiempo para poder guardar todo y volver a su lugar inicial, junto al ventanal.
- Elisabeth cariño, ¿te importaría ir a recoger a tu hermano a la fiesta de su amigo Marcos? - cuestionó su madre cuando llegó a arriba.
- Hmmm no. ¿Es el chico de la calle de al lado?
Clara asintió satisfecha por el comportamiento de su hija. Le regaló un fuerte beso en la mejilla cuando ésta pasó por delante suya para dirigirse a la salida.

Elisabeth caminaba con la cara escondida en su pañuelo de lana blanco y su largo pelo rubio. Se sentía terriblemente observada. Pensó que tan sólo eran sensaciones suyas hasta que las voces de unas chicas demostraron lo contrario.
- ¿Has visto a esa? Es la zorra que ha dejado tirado a Niall...
- ¡Menuda puta! Seguro que se lo folló y volvió a España. Vaya imagen ha dejado de nosotras.
Sin ningún interés de seguir escuchando más, aceleró su paso hasta llegar a la casa de su vecino, también amigo de su hermano. La música y los gritos de los niños le confirmó que estaba en el lugar adecuado. Pulsó el timbre y esperó pacientemente a que alguien abriera. Volvió la vista atrás contemplando así a las chicas que antes tanto daño le habían hecho. Aparentaban unos trece o catorce años, sin embargo, a pesar de su corta edad, las miradas de odio hacia ella no cesaban.
- ¿Hola? - dijo alguien a su espalda.
Se dio  la vuelta para así poder contemplar a un chico más alto que ella, ojos oscuros, cabello castaño, delgado y superficialmente fuerte. También pudo notar como ese chico, pasaba descaradamente su mirada por todo su cuerpo con una sonrisa pícara.
- Hmm... Ho-hola, vengo a re...co-coger a mi hermano. - tartamudeó torpemente.
- Pasa, yo soy Lucas.
- Yo Beth.
Se adentró en la preciosa casa contemplándola con cautela. Con la impresión de que acababa de entrar en una trampa. Supo que fue así cuando Lucas pronunció aquellas palabras.
- Tus padres me han pedido que te ayude un poco a... acostumbrarte a España.
Su voz era burlona, lo cual fue un detalle que Elisabeth pudo percibir.

sábado, 6 de abril de 2013

Capítulo 23.

El aire español no tan frío como el de la que ella siempre llamaría Su Ciudad, la golpeó bruscamente en cuanto salió por la puerta de cristal. Malagueños hablando varios decibelios por encima de lo que ella solía escuchar, haciendo gestos exagerados con las manos y, mostrándose rematadamente afectivos. Miró a todas las direcciones con la esperanza de ver a su madre o a su hermano pero, como un castigo del destino, tan sólo pudo divisar el rostro sonriente de su padre, de quién no se alegraba en absoluto de ver. Se acercó con desgana hacia él, intentando mostrar su descontento por tener que aguantarle media hora en el coche y sencillamente, por alejarla de su verdadera vida. Cuando llegó a su altura pudo ver que el hombre abría los brazos para regalarle un abrazo a su hija. Elisabeth se alejó dos pasos ante el gesto de su padre, dando así a entender el mucho daño que él había causado en su interior. Sin mediar palabra se dirigieron al coche rojo de la familia. La chica se quedó paralizada al abrir la puerta de la izquierda y encontrarse con el asiento del conductor. Su padre reía entre dientes. España era tan diferente de Londres que en esas circunstancias tanta información la abrumaba. Dio la vuelta al coche y se sentó en el asiento del copiloto mientras el hombre metía las cosas en el maletero. El vehículo arrancó y durante la media hora de viaje, los intentos de Carlos de hacer sonreír a su hija fueron en vano. La situación era completamente distinta a cuando iba en verano pues, en esos meses tan calurosos deseaba estar con su familia, hacer planes y tomar el sol. Iba sabiendo lo que en España se encontraría. Sin embargo, en esos momentos no podía dejar de pensar en todo lo que estaba dejando atrás por culpa de los estúpidos rumores, el cambio esta vez sí estaba confundiendo a la joven.
El automóvil paró y Elisabeth no perdió el tiempo para salir y perder de vista al que la había llevado hasta su casa. Al pisar el césped que rodeaba su hogar, levantó la vista. Tal como la recordaba. Una casa realmente acogedora por fuera y, si no había cambiado, también lo era por dentro. Las paredes de madera con grandes ventanales. El jardín, seguramente cuidado por su madre, lucía preciosas flores a pesar de ser invierno. La española inhaló con fuerza el aire frío y caminó por el enladrillado.
Antes de que pudiera acercarse a la entrada, la puerta de madera se abrió, dejando salir a un niño rubio de pelo rizado y de ojos verdes grandes como los de su hermana.
- ¡Beth! ¡Beth! ¡Beth! - gritaba el pequeño mientras se acercaba corriendo a la chica.
La interpelada se puso en cuclillas y abrió los brazos para coger con fuerza a su ligero hermano y apretarlo contra su pecho mientras se ponía en pie. Las lágrimas salían de los ojos de la mayor mientras contemplaba el cambio de su hermano, con un diente menos que la última vez que lo vio pero mostrando una preciosa sonrisa sin importarle lo más mínimo.
- Hola enano.
Pudo diferenciar una figura sonriente en el marco de la puerta. Clara se secaba las manos con un trapo de cocina. La sonrisa de la mujer se borró al ver el rostro de frustración de su marido, quién acababa de cruzar el umbral de la puerta con las maletas de la chica. Elisabeth se acercó y le dio un suave beso en la mejilla. Aún con su hermano en brazos contándole todo lo que le habían regalado por su reciente cumpleaños se dirigieron hacia la habitación más grande, la cual, la madre de la joven había reformado una hora antes de que ésta llegara, cuando el camión de la mudanza había traído todas sus pertenencias.
- ¿Te gusta? Yo he ayudado a Mamá a ordenarla.
- Me encanta, gracias. - dijo ella agradecida, mientras dejaba a su hermano sobre la suave moqueta.
Mientras Elisabeth revisaba toda su habitación pudo escuchar a su madre acercarse a su hermano para decirle que fuese a lavarse las manos pues, pronto comerían.
- Elisabeth por favor, no seas tan dura con él. - habló la mujer con tranquilidad en su voz mientras su hija se daba la vuelta para mirarla a los ojos.
¿Acaso nadie se daba cuenta de que por culpa de su padre ahora ella estaba a un océano, miles de kilómetros y millones de lágrimas de su antigua vida?

miércoles, 27 de marzo de 2013

Capítulo 22.

Las lágrimas acariciaban su rostro sin parar. Sentada junto a la ventanilla del avión acariciaba el juego de llaves que no volvería a usar. Se desabrochó el cinturón al contemplar el océano atlántico que le separaría de su antigua vida. Elisabeth no podía dejar de pensar en todo lo ocurrido esa mañana.

Helen acababa de meter la última caja en el camión de la mudanza mientras era cuidadosamente observada por su amiga. Se dio la vuelta y la miró. Miró aquellas increíbles esmeraldas inundadas en un líquido transparente y salado.  Poco acostumbrada a que su amiga mostrase sus sentimientos se acercó para abrazarla y juntas cogieron un taxi para dirigirse al aeropuerto. Elisabeth miró por última vez el portal en el que esperaba a su amiga todas las mañanas después de comprar el periódico. Miró por última vez la ventana que daba a su salón. Miró por última vez la calle empedrada por la que caminaba todos los días para dirigirse al instituto. Miró el encapotado cielo londinense y se metió en el taxi que la esperaba. 
Las lágrimas ya no recorrían sus mejillas ni nublaban su vista. La nostalgia se encargó de distraerla durante todo el camino con recuerdos y sonrisas que había compartido junto a sus padres. Recordó cuando su hermano nació y ella, con tan sólo nueve años pudo ver como el pequeño con unos ojos tan verdes como los suyos, le sonreía. Había sido de Chris de quien más que le había costado despedirse y sería de él de quién más se alegraría al ver. 
El coche negro en el que montaban se paró. Elisabeth le tendió el dinero al taxista y salió junto a su amiga. Ambas se dirigieron hasta la puerta de embarque y se sentaron en las sillas que había junto al ventanal. Por megafonía acababan de dar el primer aviso para su vuelo cuando las dos amigas se miraron. Empezaban a estar impacientes, los chicos se retrasaban demasiado y, si no se daban prisa, en el siguiente aviso la española embarcaría y no se podría despedir de ellos. Tras diez minutos diciéndose lo mucho que se echarían de menos y hablando sobre en cuántas redes sociales se crearían perfiles para poder hablar gratuitamente, sonó el aviso que ninguna deseaba escuchar. Se miraron a los ojos, esta vez sólo los ojos castaños de la italiana tenían lágrimas. 
- Te quiero Helen. 
- Te quiero Beth, no me olvides. 
- No podré. - respondió la chica separándose del abrazo. 
Sacó el pasaporte, se dirigió a la puerta de embarque y se lo entregó a la azafata, quien lo revisó minuciosamente. 
- ¡Elisabeth! ¡Espera! - oyó una fuerte y conocida voz a sus espaldas. 
Ésta se dio la vuelta y contempló como un rubio seguido de cuatro chicos, corrían como si les fuera la vida en ello. Esperó con una sonrisa a que llegasen a su altura para entonces recibir un gran abrazo de grupo.
- Te llamaré todos los días. - habló el irlandés tras esperar a que todos sus amigos le regalaran un beso en la mejilla a la española.
Ninguno lloraba. Ninguno decía lo que realmente sentía.
- Señorita, debe embarcar o perderá el vuelo.
La aguda voz de la azafata hizo que los dos amigos volvieran a la realidad. Se miraron durante unos segundos a los ojos intentando transmitirse lo mucho que se echarían de menos el uno al otro. Elisabeth se acercó con cuidado y besó a su amigo cerca de la comisura de los labios.
- No me llames Elisabeth.
Y tras la mejor sonrisa que le pudo dedicar en esos momentos a Niall y el resto de sus acompañantes agarró el pasaporte que la amable muchacha le tendía y se marchó con su equipaje de mano sin mirar atrás.

La señora que se sentaba junto a ella la miraba fijamente con compasión. Sin decir una palabra,  le puso una mano en el hombro intentando mostrarle todo su apoyo consiguiendo así la sonrisa más sincera que la joven había mostrado en toda la mañana. 

domingo, 10 de marzo de 2013

The last moment.

Hola lectoras, personitas importantes que pasáis por aquí, Directioners, Beliebers o cualquier persona que ahora mismo desee regalarme una visita. Bueno, acabo de leer en un blog una entrada que me ha parecido demasiado emocionante como para que no sea distribuida por la fanbase así que, os voy a dejar el enlace de esta entrada. Directioners por favor, merece la pena leer. Si por algún casual no os carga el enlace o lo que sea os la voy a copiar al igual que ha hecho Erika, que es la chica que ha copiado la entrada en su blog. Disfrutadlo.
http://erihollywood.blogspot.com.es/2013/03/the-last-moment.html


Destruido. Así es como me siento. Destruido exactamente como un cristal hecho añicos, como un pie roto, pero ahora lo que tengo es un corazón roto, una mente destruida,un futuro destrozado.
Respiré hondo y di un paso dentro del gran escenario con mis cuatro hermanos, inhalando y exhalando el aire fresco. El público quedó en silencio en Moments y el foco nos iluminó, uno por uno. Tragué saliva y di un paso adelante. Esto es todo.

“Vosotros, chicos, vosotros sois la razón, sois la razón de todo esto” Dije, mis labios temblaban y mis ojos comenzaban a llenarse de lágrimas por todas las hermosas caras frente a mí.
“Desde el momento que sostuve este micrófono, y empecé a cantar hace cinco años, hasta este momento, jamás había estado más agradecido de llamaros mis hermanos”. Caminé en el escenario, tratando de ignorar que una lágrima caía de mis ojos.
Hoy es el día, donde todo se termina, donde mi vida y mi futuro básicamente terminan, me tomé un momento para mirar al público, dejando mis lágrimas escapar y con cada lágrima que se deslizaba, una pequeña parte de mi corazón se rompía aún más.
“Todo lo que pasó, cada memoria, cada sonrisa en nuestros labios, todas las palabras que os dijimos, todo… es ahora un recuerdo, nada más que un recuerdo.”
Antes de que pudiera terminar mi discurso, tragué saliva. De pronto, Niall se adelantó. Puso el micrófono en sus labios y desesperadamente habló.
“¡No!” Me gritó increíblemente. Sus ojos se abrumaron de miedo y sus labios mascullaban palabras que apenas lograba entender.
“No podemos hacer esto, no puedo hacerlo, no tengo a nadie, absolutamente a nadie, Harry” Dejó que su cara cayera en entre sus manos y se agachó, dejando escapar sus lágrimas.
Todos teníamos lágrimas en los ojos, pero no eran solo lágrimas. Eran lágrimas que contenían recuerdos, contenían sufrimiento, felicidad, locuras, emociones y corazones rotos.
Caminé hacia donde estaba Niall. El público estaba en shock, y en completo silencio. El único sonido que podía oír eran mis zapatos caminando hacia Niall, y su llanto.
Miré a mi hermano herido y me incliné junto a él “Es la hora, Niall” Le susurré al oído, gentilmente puse mi mano en su espalda. Él me miró con sus ojos azules, esos ojos azules que nunca mentirían.
Sus ojos se humedecieron más “por favor, quédate” me rogó, mordiendo sus labios.
Mi mente rechazaba todo pensamiento diciendo estar de acuerdo con él, deseando hacer esto esta noche. No podía ver a Niall llorando frente a mis ojos, y no podía hacer nada al respecto, no tenía poder alguno, ninguna elección.
Quité el ceño que se había formado en mi cara y me puse de pie, suspirando. Sentí como si mi corazón fuera a explotar en llanto, si eso fuera posible. Mis piernas no podían sostenerme por más tiempo y sentía como si no pudieran sostenerme del todo.
“Habéis estado ahí mucho tiempo, la primera vez que estuvimos en el escenario y la última.” El público jadeó. Sorbí mi nariz, deseando que algo viniera detenerme.
Pero nada me detuvo, y nunca había estado tan decepcionado en mi vida.
“Esta noche, terminamos esto en el mismo lugar donde lo empezamos.” Dije.
Mi micrófono cayó de mis temblorosas manos y me giré hacia Louis. Estaba en lágrimas, y también lo estaban los otros chicos, desde dentro y solo eso, me hizo sufrir más de lo suficiente.
Louis caminó hacia delante y vino al centro del escenario. Se limpió las lágrimas de la cara y puso una sonrisa en su rostro, “Recuerdo la primera vez que estuve en este escenario, estaba muy nervioso. Pensaba, wow, no tengo ninguna oportunidad, con toda esa gente ahí, mi sueño no se volvería realidad, yo creí que no iba a llegar a ningún lado. Y mirad adónde eso me llevó. La primera canción que cantamos juntos fue mágica, tal vez solo por unos minutos, pero fue definitivamente  mágica. Me paré ahí, orgulloso de llamar a esos maravillosos chicos mis hermanos. Estábamos felices y agradecidos, aún lo estamos. Pero sabéis lo que la gente dice ¿las cosas buenas no duran para siempre? No lo creía entonces, porque yo era feliz, estaba lleno de felicidad cada vez que escuchaba eso. Algunas personas están destinadas a ser separados después de una cierta cantidad de tiempo, para vivir sus vidas, enamorarse, casarse, vivir una vida normal y tener una familia, todos quieren eso, y no puedo mentir y decir que no quiero eso también. Vosotros, vosotros hicisteis que esto pasara, así que gracias. Jamás había estado tan agradecido en mi vida y siento decepcionaros, siento mucho decepcionaros.”
Él me miró, suspirando, tratando de contener sus lágrimas, pero no pudo hacerlo. Caminé apresuradamente hacia Louis, corrí dentro de sus brazos, sin preocuparme si alguien nos miraba, aún en shock y desilusión.
“Te quiero, Harry” Susurró en mi mejilla.
“También te quiero, Louis” Sorbí mi nariz, me apreté a su torso, acercándolo a mí. Estuvimos ahí un momento, analizando lo que había pasado.
De pronto, Liam tosió ligeramente en su micrófono. Dio un paso adelante, mientras Zayn iba a consolar a Niall, con su corazón destruido.
“Chicos, ¿recordáis los vídeo diarios?” La cara de Liam se iluminó, sonrió mientras decía esto. Una sonrisa que todos deseábamos permaneciera siempre en su cara.
Todos sonreímos, pensando en todos esos asombrosos y maravillosos momentos que habíamos tenido juntos. Tuvimos los más increíbles momentos.Nos dimos cuenta de que jamás volverían. Me volvía loco.
Nuestros rostros sonreían, recordando los viejos tiempos. Liam fue hacia el final de las escaleras y se sentó en un escalón. “¿Os gustaría uniros?” Nos preguntó Liam.
Caminamos hacia él, y nos sentamos en las escaleras. Louis y yo en el último escalón, Niall y Liam detrás de nosotros, y Zayn al final. Me sonreí a mí mismo pensando en lo cerca que estábamos, lo conectados que nos sentíamos, y lo felices que estabamos solo por sentarnos en la misma posición.
“Soy Louis” Empezó Lou, y me miró.
“Soy Harry” Lo miré, y tomé su mano.
“Soy Liam” Dijo Liam sonriendo.
“Soy Niall” Murmuró las palabras, apenas y podía hablar.
“Soy Zayn” Dijo Zayn al final.
“Y nosotros fuimos One Direction” Dijimos todos al mismo tiempo, casi susurrando en el eco de del lugar, considerando lo silencioso y triste que estaba, nuestras voces sonaron en sincronización por última vez.
Nos pusimos de pie y luchamos por estar en los brazos de cada uno, consolándonos los unos al los otros, haciendo que cada uno se sintiera amado.
El último abrazo de grupo, por siempre. Nunca quisimos que terminara, puedo decir, estuvimos ahí por un momento, absorbiendo los sentimientos.
“Nunca había había estado más orgulloso de llamaros mis hermanos” Louis miró sobre el abrazo y nos habló a todos nosotros.
“Os amo, chicos. Vosotros sois mi familia” Niall asintió y dejo ir un suspiró y formó una sonrisa. Una forzada.
Nos detuvimos, sin quitar los ojos de cada uno. “Esto es el final” Zayn nos miró a los cuatro, y se quitó su brazalete de “la primera canción”.
“Gracias, por todo” Lo lanzó a una chica suertuda en la multitud que lo atrapó, quedándose con todos los recuerdos en él.
Todos tomamos los nuestros, e hicimos lo mismo, nuestros corazones estaban tan doloridos que apenas podían hablar.
“Buenas noches a cada noche, y buenos día a cada día. Pero por ahora, yo soy Harry Styles y esto es la final, adiós.” Puse mi micrófono al centro del escenario y comencé a alejarme. Esto tenía que ser falso, necesitaba algo que me dijera que no era verdad. Esperé por alguien que me dijera que esto era un sueño, y esperaba despertar.
Pero no pasó.
“Para mi segunda familia, adiós. Soy Louis Tomlinson” él puso su micrófono junto al mío y fue a una diferente dirección que yo.
“Mi corazón os pertenece, mantenedlo a salvo, Soy Liam Payne, y os amo” Tres micrófonos estaban ahora en el piso.
“Soy Zayn Malik, y vosotros sois lo mejor que me ha pasado” Miró hacia abajo y empezó a llorar. Saber que una lagrima caía de sus ojos, hizo que una cascada cayera de los míos.
“Vosotros me hicisteis quien soy hoy, y jamás he estado más agradecido. Vosotros me hicisteis Niall Horan.” Niall puso su micrófono junto a los otros cuatro en el escenario y se fue por un camino diferente.
Y esa fue, esa fue la última vez que estuvimos en el escenario de The X Factor, y esa fue la última vez que nos vimos. Por su puesto, no hablábamos mucho después de la separación, pero teníamos esta silenciosa hermandad que nos mantenía más juntos que nunca.
Y ahora aquí estoy, diciéndoles la historia de cómo conocí a mis hermanos, mi segunda familia, y cómo algunas cosas en la vida, son muy importantes para romperse, solo así pueden reunirse una vez más.
Tomé un último respiro en cuando le dije a mi hija la historia, recostado en mi cama del hospital. Unos respiros más y voy, chicos. Pensé.
“Te amo” logré decirle a mi hermosa hija.
Aquí voy con vosotros, chicos, no vais a estar solos. Ya voy.
Tomé un profundo suspiro, sin saber que era el último, sonreí a Darcy y cerré mis ojos de una vez por todas.
Después de todo, la verdadera conexión nunca se puede romper, y la de nosotros nunca se rompió, solo se lastimó.
Y esta fue mi vida; One Direction.

Yo lo encontré aquí. Y no quise perderlo.

domingo, 3 de marzo de 2013

Capítulo 21.

Por la ventana de la habitación de su piso se podía ver como el sol se despedía inocentemente tras la línea del horizonte. Elisabeth se encontraba arrodillada frente a una caja de cartón. Con una foto enmarcada entre sus manos y lágrimas recorriendo sus mejillas con rapidez. Comenzó a sollozar cuando una de las pequeñas gotas de agua salada que brotaban de sus ojos, cayó sobre el cristal que protegía aquel papel. Sostenía uno de los mejores momentos que había pasado en Inglaterra. Su primer día de instituto junto a Helen. Las dos chicas, a los doce años, con una sonrisa despampanante cada una y ambas con el mismo recogido de pelo; dos coletas tras sus orejas. Irradiando felicidad por el simple hecho de estar juntas.
- Cierra el grifo ya. - dijo una voz a sus espaldas mientras pasaba un brazo sobre sus hombros.
Dirigió la vista hacia su acompañante y se encontró con unos preciosos ojos azules verdosos.
- Oye Beth, te aseguro que lo que decíamos en la canción iba completamente en serio. Volveremos... - dudó unos segundos - Volverá a por ti. Ese rubio que está ahí fuera intentando retener las lágrimas irá a buscarte a España.Y si no lo hace, le obligaré yo.
El mayor de los chicos consiguió arrancar una sonrisa en el rostro de Elisabeth. Ésta cerró la caja tras meter la foto y se dirigió al salón junto a Louis, donde se encontraban los demás. Niall, sentado en un sofá para dos, con una guitarra entre las manos, le hizo una señal a la chica para que se sentase junto a él. Ella obedeció.
- ¿Y esta guitarra? - preguntó contemplando la cinta de color azul celeste que se agarraba a la guitarra.
Ese no era el instrumento de Niall pues el del chico tenía la cinta negra.
- Es tuya.
Entonces Elisabeth levantó la vista hasta encontrarse con aquellos increíbles ojos azules que la contemplaban. Abrió la boca para replicar pero su amigo se le adelantó. Éste agarró la guitarra y la colocó sobre las piernas de la joven, mostrando así la inscripción que había bajo la sexta cuerda.
No pudo evitar que las lágrimas volviesen de nuevo a sus ojos al leer aquella frase.
"I will always find you"
Siempre te encontraré. Siempre te encontraré.
Siempre.
Te.
Encontraré.
La leía y releía. Cuánto más la miraba, más perfecta le parecía. Sin pensarlo, pasó sus brazos por detrás de la nuca de su amigo y apoyó la cabeza en su pecho, dejando que él la agarrase de la cintura mientras posaba su barbilla sobre la cabeza de ella. Ésta vez nadie lloraba.
Pasaron los minutos y la pareja no se había movido de su posición, ambos disfrutaban del aroma del contrario, del sonido de sus respiraciones, del movimiento de sus pechos subiendo y bajando regularmente como si se hubieran puesto de acuerdo para ir al compás. Los demás ya se habían ido, incluso Helen se había metido en la habitación para dejarles intimidad.
Elisabeth levantó la cabeza y le miró a los ojos. Sus rostros estaban a pocos centímetros. Centímetros que en menos de veinticuatro horas se convertirían en kilómetros que los separarían. Seguían abrazados, pero, esta vez contemplando sus ojos. Unos verdes y los otros azules. La chica posó sus labios sobre la pálida mejilla del chico, y la dejó ahí durante varios segundos, absorbiendo con ella la frescura del rostro del irlandés. Se separó con lentitud, quedando esta vez a menos distancia que antes. Con cuidado, ambos se levantaron, deseando no tener que separarse.
- Nos vemos mañana. - se despidió Niall, tras darle un fuerte beso en la cabeza.
Elisabeth contempló como su amigo se marchaba de su piso. Sabiendo que seguramente no volvería a pisar aquel apartamento con ella dentro.

sábado, 2 de febrero de 2013

Capítulo 20.

Elisabeth pugnaba por retener las lágrimas que pronto comenzarían a caer en forma de cascada sobre sus mejillas. Acababa de dejar atrás a su segunda madre. A la mujer que, desde la voz de la experiencia, siempre sabía que decir. A la anciana que cuidaba de ella y de su compañera, a quién trataba como si su propia nieta fuese. Un abrazo había sido el gesto que había puesto fin a sus encuentros semanales. Un simple abrazo. De esos que en España añoraría sin lugar a dudas.
Niall pulsó el botón que indicaba el número doce. Parecía nervioso pues, sus numerosas miradas con agobio  hacia su teléfono móvil, no cesaban. Y la chica rubia se había percatado de ello. 
- Eh Nialler. ¿Estás bien? - preguntó posando su mano dulcemente sobre la nuca del chico.
Éste la miró con asombro, no estaba acostumbrado a recibir tanto cariño por parte de la chica. Tartamudeó un 'sí' como respuesta mientras contemplaba como se abrían las puertas del ascensor. Ella sonrió y dio un paso para salir de aquel cubículo que ascendía o descendía mediante un mecanismo de poleas motorizadas.
Se oían voces en el piso del chico por lo que supuso que sus compañeros de banda estarían allí esperando. El irlandés giró la llave una vez dentro de la cerradura con lentitud, para más tarde dejar paso a su amiga. Ella caminaba en silencio con tranquilidad y tristeza. Intentando que cada detalle de aquel apartamento se quedara grabado en su memoria, pensando que cuando estuviese en su país natal podría recordarlo tal y como era.
Fue entonces cuando se percató de la presencia de cuatro personas. Pero no eran los chicos sino las novias de tres de ellos y Helen.
- Hola...- saludó tímidamente.
Las tres chicas se giraron hacia ella sonrientes, intercambiando miradas en silencio.
- ¡Beth! Ven, siéntate aquí con nosotras.
Elisabeth obedeció, con lentitud. Danielle y Perrie hicieron un hueco en el sofá en el que se encontraban dando a entender que sentase en aquel lugar.  En silencio, escuchaba la conversación que aquellas chicas mantenían, intentando memorizar también lo que decían y archivarlo en el cajón de su cerebro que en España siempre mantendría abierto. Miró a su alrededor, buscando con la mirada al chico rubio que la había llevado hasta allí. Buscando su tierna sonrisa, sus increíbles ojos azul mar, su pelo rubio con la parte delantera hacia arriba. Sus acompañantes parecieron darse cuenta pues se quedaron en silencio. Un silencio que en seguida se rompió. Una suave melodía comenzó a sonar, haciendo que las notas musicales rebotasen en las paredes del salón llegando como música a sus oídos. Sin mediar palabra, la chica que se encontraba a la izquierda de Elisabeth, que en ese momento era una de las cantantes de un cuarteto británico, agarró la mano de la española y tiró de ella, haciéndola subir por las escaleras a riesgo de caerse. Sus amigas las seguían de cerca a paso rápido, esperando ver la reacción de la homenajeada cuando abriese la puerta. Se pararon frente a la sala de música. Aquella mágica sala. Elisabeth agarró el pomo dorado con cuidado, como si éste fuera a romperse y abrió.
Cinco adolescentes con micrófonos entre las manos, esperándola para comenzar a cantar.
Whenever I close my eyes
I picture you there
Comenzó Liam.
I'm looking you at the crowd
You're everywhere
En ese momento, Elisabeth reconoció la canción que su compañera le había obligado a escuchar. En ese momento, la letra tenía más sentido que nunca. Escuchó con atención cada palabra que, con talento, los labios de aquellos chicos escupían.
Los ojos se le inundaron de lágrimas. ¿Cómo era posible que en tan sólo cuatro días se hubiese encariñado tanto de ellos? ¡Cuatro días! Cualquiera lo diría. Aquello era demasiado para ella. No se quería ir. Quería quedarse y disfrutar de su adolescencia como nunca lo había hecho. Era en ese momento en el que se arrepentía de haber tenido la cabeza sobre los hombros desde su niñez. Era cuando se odiaba a sí misma por no haber gastado bromas pesadas. Por no haberse escapado nunca del instituto. Por no haber fingido estar enferma para no ir a clases. Por no haber desobedecido a sus padres. Pero lo que más le dolía, de lo que más se arrepentía era de no haberse acercado antes a hablar con aquel chico rubio del autobús que en esos momentos le cantaba una canción con sus compañeros. Se arrepentía de no haberle conocido antes.
Apoyó la espalda contra la pared que había frente a los micrófonos y se dejó caer al suelo, quedando sus rodillas a la altura de su cabeza, la cual enterró entre éstas. Tan sólo oía la música de fondo, en esos momentos escuchaba sus sollozos fuertemente en su cabeza. ¿Acaso había hecho ella algo malo? ¿Y Helen? ¿Qué haría Helen?
En cuanto esa pregunta se cruzó en sus pensamientos, unos brazos rodearon sus hombros fuertemente. Pero no era la italiana. Para su asombro era la pareja del mayor de sus amigos, Eleanor. Sonreía dulcemente. Las chicas restantes de la sala se sentaron de la misma forma que Elisabeth, quedando todas frente a los cantantes.
So I'm coming back for you,back for you, back for you, you. 
Terminó la canción.
Todos se quedaron en silencio contemplando a la chica rubia, dejando que tan sólo el gotear de sus lágrimas  provocase sonido en la habitación.
- Muchas gracias, por todo.

miércoles, 30 de enero de 2013

Capítulo 19.

Aquella frase arrancó una sonrisa en el rostro de Elisabeth.
Caminaban por el pasillo con tan solo el sonido de las pisadas de Niall, pues la chica seguía descalza.
- Te he traído el desayuno. - dijo el rubio irlandés mientras entraban en la cocina.
Sobre la mesa descansaban platos a rebosar de comida. Todo tipo de dulces y bollos. Pero lo que más llamó la atención de Elisabeth fue uno de los desayunos más típicos de España. En una fuente se encontraban humeantes, los llamados "Churros en lazo" , junto a dos tazas de chocolate caliente. Recordaba en las vacaciones de verano, cuando cada año que volvía a su país, todas las mañanas su madre le llevaba bolsas llenas de aquella comida más conocida en los países hispanos que, consistía básicamente en harina, sal, azúcar y agua.
Dirigió una mirada de incredulidad a su acompañante.
- ¿De dónde los has sacado?
- Tengo contactos. - dijo sonriente.
- ¿Has desayunado?
Tras una leve negación de cabeza por parte del chico los dos se sentaron en la mesa.
Mientras daba un sorbo a su taza de chocolate caliente, contemplaba los ojos melancólicos de su amiga, que le contaba una de sus aventuras en las vacaciones en su país. Siempre había pensado que no era necesario esperar años para poder forjar una gran amistad. Y ella era un claro ejemplo de ello. Nunca se arrepentiría de haber recogido aquel teléfono móvil a sus pies cuando estaba en el autobús. Nunca se arrepentiría de haber cogido el autobús durante tanto tiempo por sólo verla a ella. Los chicos siempre le decían que si cogía el transporte público la gente le reconocería y no le dejarían tranquilo, que era mejor que le pidiese a Alfred que le recogiese o que le pidiera a Paul que cualquier guardaespaldas le llevase, pero él, se limitaba a ignorarles. Decía que la atención de las Directioners era mejor que nada, pero el verdadero motivo por el que siempre iba en autobús era por ella.
- Gracias. - dijo Elisabeth con la mirada fija en su taza de chocolate.
- ¿Por qué?
- Por todo.
Por fin levantó la cabeza para contemplar aquellos preciosos ojos azules que la miraban interrogantes. Ambos sonrieron y continuaron desayunando.
- ¿Te importa si vamos al piso de mi abuela? Me gustaría despedirme de ella. - dijo dándole el último sorbo a su taza de chocolate.
- Claro que no. Tú ve a vestirte y yo mientras recojo esto.
Elisabeth hizo caso y salió de la cocina para dirigirse a su habitación y escoger la ropa, no sin antes darle un sonoro beso en la mejilla a aquel chico que estaba haciendo tanto por ella. Caminó hasta el baño que compartía con su compañera de piso y se permitió el lujo de estar más de quince minutos bajo el agua.
La decisión que su padre había tomado era drástica. Podría haberla obligado a vivir con su abuela y no salir de su piso. Podrían haberse quedado ellos en Londres y haber rechazado el traslado. Pero no, su padre la obligaba a cambiarse de país, de un día para otro. Pretendiendo que olvidase todos esos momentos que había vivido allí, todas esas personas que había conocido, todos sus amigos.
Tras haberse secado, vestido y más tarde, cepillado su rubia melena ondulada, se dirigió a la cocina donde Niall había recogido absolutamente todo.
- ¿Vamos? - preguntó éste.
Después de un asentimiento por parte de Elisabeth, se dirigieron entre risas y tonterías hasta el piso de su abuela. Durante todo el camino, ambos hablaban y reían pero ninguno decía realmente lo que sentía. Lo mucho que se echarían de menos mutuamente a pesar de tan sólo haber pasado cuatro días juntos. A pesar de las palabras de la chica cuando se despertó, Niall continuaba sintiéndose culpable.
- Abuela... Hola.
La anciana abrió los ojos con sorpresa al ver a su nieta frente a la puerta, sin su habitual sonrisa y acompañada de un chico. Volvió la mirada a la joven y contempló sus ojos con cautela. Aquellos ojos que se parecían tanto a los de su hijo en los que expresaba dolor y tristeza, mucha tristeza.
- Pasad. ¿Queréis algo?
- No gracias Abuela, acabamos de desayunar. - habló educadamente.
- Pues antes de explicarme a qué se debe tu visita, ¿Por qué no me presentas a este muchacho tan guapo?
- Claro. Abuela éste es mi amigo Niall, Niall ésta es mi abuela.
Tras el cruce de miradas y sonrisas, un abrazo por parte de la anciana y el chico, caminaron hasta el salón. Una habitación con las paredes color crema, el suelo cubierto por una moqueta de un marrón de tono oscuro. Parecido al parqué. Muebles barnizados del mismo color que la moqueta. Una mesa redonda colocada en el centro de la habitación, junto a un sofá, dos sillones y frente a la televisión. La mujer mayor dejó a los invitados sentarse en el sofá, colocándose ella en uno de los sillones, a la derecha de Elisabeth. Quien no tardó en explicarle que había ido a verla para despedirse de ella. Ya que como mucho la vería una vez al año.
- No me gusta la decisión que ha tomado tu padre, pequeña. Debería saber que la prensa cobra por inventar historias.
- ¿No puedes convencerlo?
- Cariño, tu padre siempre ha sido muy cabezota. Y como figura paterna, debe cometer errores, yo no puedo entrometerme en sus decisiones, él está a cargo de tu educación por delante de mí. Ya se dará cuenta de que es un error y seguro que pronto podrás volver. - dijo la mujer dándole un beso en la frente a su nieta y sonriendo al amigo de ésta.

domingo, 6 de enero de 2013

Capítulo 18.

- ¿Tu padre?
Asintió.
- Vale Beth, no te preocupes. Irás a España pero podrás volver. Sólo tienes que demostrarle a tu padre que sigues siendo esa chica tranquila y centrada que ellos recuerdan. Pasa con ellos las Navidades e intenta convencerlos para que puedas volver cuando vaya a empezar el curso.
Elisabeth continuaba en silencio derrochando lágrimas. Cuando mejor estaba, cuando mejor le iba en los estudios, cuando su compañera más la necesitaba llegó su padre y lo fastidió. No podía sentirse más frustrada. Había tantas cosas que la retenían en Londres que despedirse de aquella ciudad sería difícil. Muy difícil.
Pasada una hora, el cielo comenzaba a oscurecer tornándose de un azul más oscuro. Las dos chicas se levantaron y se dirigieron hacia su piso. Aún era temprano para dormir por lo que prepararon la cena  y se sentaron en el salón a tomar las ensaladas que tenían ante ellas.
- No quiero que se lo digas a nadie.
- Pero...¿Nadie? ¿Cuándo se lo dirás a los chicos? ¿A Anna y Greg? ¿A tu propia abuela? El avión sale el lunes y mañana ya es domingo.
- Helen, no quiero despedidas. A mi abuela iré a verla mañana pero no se lo diré a nadie más.
La italiana soltó un profundo suspiro mientras pinchaba las hojas de lechuga con el tenedor. No comprendía la actitud de su amiga. Sabía que en el fondo, aunque no quisiera mostrarlo era muy sensible pero ese no era motivo para no despedirse de los que siempre habían sido sus amigos y del chico que durante tanto tiempo había observado en el autobús. Además no quería imaginar lo mal que se sentirían todos cuando supieran que se había marchado con la posibilidad de no volver sin despedirse de nadie. Eso no era justo.
- Como quieras, pero es injusto Elisabeth, y lo sabes. - dijo con tristeza mientras se levantaba para fregar su plato en la cocina.
Había perdido el apetito al igual que iba a perder a su mejor amiga. En esos momentos en los que más la necesitaba. ¿Qué haría ella sola en aquel apartamento? Con tantos recuerdos de las dos juntas. Con tanto silencio como el que en ese momento inundaba el piso. Con lo despistada que solía ser. ¿Acaso los padres de Elisabeth no habían pensado en ella? ¿Se quedaría allí sola?
Un nudo en la garganta la impidió respirar durante unos segundos. Sentía angustia con tan sólo pensar que todo podría acabar. Se dirigió hacia el baño, cerró la puerta y se miró detenidamente en el espejo. Algo había cambiado en ella. Su larguísimo pelo rizado seguía llegándole a la altura de la cintura, el color de su piel continuaba siendo muy claro, sus labios continuaban siendo finos, su nariz pequeña y sus ojos... Los ojos expresaban con total claridad lo mal que se sentía en aquellos momentos.
Abrió el grifo y  se mojó la cara con agua fría. Tenía que animar a su compañera, ella lo estaría pasando peor.
- Beth. - dijo una vez fuera del baño dirigiéndose hacia ella que fregaba su plato con el rostro empapado de lágrimas. - Beth. - No la miraba. - ¡Beth! - esta vez le arrebató el plato de las manos y ella no tuvo más remedio que mirarla.
- ¿Qué? - con un hilo de voz consiguió pronunciar aquella palabra.
- Vamos a la cama, mañana será un día muy largo.
Sin oponer ninguna resistencia se dejó empujar por Helen hasta el dormitorio, donde se cambió y acostó. En apenas dos minutos consiguió caer en un profundo sueño. Su compañera espero hasta ver que estaba dormida para levantarse y dirigirse hacia el salón donde se encontraba su teléfono móvil.

La luz se filtraba por los agujeros de la persiana pero Elisabeth continuaba profundamente dormida. El chico se sentó a los pies de su cama, agarró el mango de la guitarra con su mano izquierda y con la derecha, comenzó a hacer vibrar las cuerdas provocando que la música inundase la estancia. La chica comenzó a moverse con pesadez y lentitud. Los pies, las rodillas, la cintura, los hombros, los codos, las muñecas, los dedos y el cuello, hasta que por fin decidió abrir los ojos con cuidado.
Ya había amanecido y su amigo se encontraba a los pies de su cama con el instrumento de madera y cuerda entre las manos. Tocando una canción que ella desconocía. Por unos momentos creyó que nada había ocurrido, que no debía volver a su país natal, pero la sonrisa forzada que el chico rubio le dedicó le hizo darse cuenta de que no era así.
- ¿Qué haces aquí?
- Todo es culpa mía. - dejó la guitarra a un lado y mantuvo la mirada en el suelo.
La recién despertada se incorporó con cuidado e intentando controlar un leve mareo, se sentó junto a él apoyando su espalda en la pared. Niall se levantó bajo la atenta mirada de la chica, se dirigió a la cama vacía de Helen y se sentó de la misma manera que Elisabeth quedando frente a ella, con su guitarra a su lado.
- Por mi culpa vuelves a España.
Ella suspiró.
- No. Si debo volver a España es por culpa de mi padre y mía. Haberte conocido no es culpa de nadie y que las fotos lleguen a él tampoco es culpa de nadie. No va a entrar en razón, Niall. Yo debería haber sido más sensata y haberle hablado con más tranquilidad.
- Beth. Te echaré de menos.
Ambos se levantaron con rapidez y se fundieron en un largo abrazo.
- ¿A quién más le ha dicho Helen que me voy?
- A nadie. Me ha obligado a pasar el resto del día contigo así que ya puedes decidir que quieres que hagamos.


sábado, 5 de enero de 2013

Capítulo 17.

- Bueno chicos, pues tenemos una hora de descanso. - dijo Liam una vez que habían terminado de ensayar el repertorio completo de canciones.
- Podemos ir a dar un paseo. - propuso la chica de pelo morado. 
Todos los presentes dialogaban con tranquilidad excepto Elisabeth que se mantenía sumida en sus pensamientos. Por unos días estaba pudiendo notar como su vida dejaba de lado la monótona rutina. El tiempo comenzaba a volar y lo que en realidad eran cuatro días ella sentía que eran unas horas. Sin embargo pensaba que lo estaba haciendo mal. Que estaba cometiendo errores. En el fondo sabía de qué se trataba, pero siempre acababa engañando a su propia mente con escusas. No era tonta, sabía perfectamente dónde estaba el motivo de su preocupación pero, por una vez en su vida, no quería hacer caso a la sensatez. 
Miró a su alrededor. ¿Dónde estaban todos? ¿Habrían decidido a dónde ir y se habrían olvidado de ella? Perdida y tonta. Así se veía en esos momentos. Nunca creyó que alguien se pudiera enfrascar tanto en sus pensamientos como para perder la noción del tiempo y no darse cuenta de lo que sucedía en su cercanía. 
- Eh Beth. ¿Qué haces aquí? - dijo una voz grave a su espalda. 
Se giró y pudo vez al chico del pelo rizado y los ojos verdes, mirándola con media sonrisa.
- Pues... No lo sé. No me había dado cuenta de que os habíais ido... - dijo tímida. 
- Están fuera. Creo que nadie se ha dado cuenta de que no estás porque si no más de uno habría llamado. - comentó más para sí mismo que para la chica. 
- Harry. ¿Cómo te has dado cuenta de que faltaba yo? Sois un grupo de gente bastante grande...
- Bueno en realidad, yo he ido a hablar por teléfono y cuando he vuelto ellos no estaban y te he encontrado aquí. - de nuevo aquella sonrisa tan adorable. - ¿Cómo es que tú no te has dado cuenta de cuándo se han ido? 
- Estaba... pensando. 
- ¿Puedo saber en qué? 
- En todo. En vosotros, en Helen, en Niall, en...
Ambos guardaron silencio y la chica bajo la mirada. Harry comprendió en ese momento que aquella no era una de esas personas que necesitan hablar para desahogarse. Simplemente se guardan todo para sus adentros. Los pensamientos en su lugar, la cabeza. Él le pasó el brazo por los hombros dándole a entender que le apoyaba. Una sensación reconfortante recorrió el cuerpo de Elisabeth que no pudo evitar regalarle una sonrisa a uno de sus nuevos amigos. 
Aún medio abrazados salieron por la puerta trasera donde todos conversaban animadamente. 
- Eh chicos. - dijo Harry a modo de saludo. 
No hicieron falta más que aquellas palabras para que todos se giraran para mirarlos con asombro. 
- ¿De dónde venís? - preguntó la bailarina de pelo rizado. 
- De dentro. Podríais haberme esperado. - continuó Harry.
Elisabeth mantenía la mirada fija en el suelo con ¿Vergüenza? 
- Hemos decidido irnos al parque ese que hay unas calles más abajo. 
- Está bien. - él seguía hablando como portavoz de ambos durante aquellos momentos en los que Elisabeth  mantenía una actitud extraña e indescifrable. 
En grupo, caminaban por la calle casi vacía, cada uno hablando sobre su tema. 
- Eh, Beth. ¿Qué te ocurre? - preguntó Niall colocándose a la altura de su amiga que iba más apartada del grupo. 
Ésta tardó unos segundos en reaccionar. 
- Desde el ensayo estás callada. Más de lo habitual. 
- Bueno es que... no sé. Sólo estoy pensativa. No te preocupes. 
Una melodía pegadiza que ambos conocían intervino en la conversación haciendo que los dos dirigieran la mirada a la chaqueta gris de la chica. 
- Discúlpame un momento. - Niall se limitó a mostrarle una tierna sonrisa y se alejó un poco para dejar intimidad a su amiga. - ¿Si? ¿Quién es? - Hablaba en inglés haciendo como si no supiera quien era la persona que se encontraba al otro lado del teléfono. Hasta que su conciencia pudo con ella. - Ah hola Papá. ¿Qué ocurre? No, estoy en el piso - mintió.
Tras dejar hablar a su padre un minuto, se comenzó a alterar.
- Ya te he dicho que sólo son rumores. Qué vas a hacer ¿Encerrarme en un convento? - preguntó retoricamente. 
Después de varios minutos más escuchando gritar al emisor de la llamada, colgó la BlackBerry que su amiga le había tenido que prestar por culpa de uno de sus momentos de ira, la tiró hacia el suelo que pisaba que, en ese momento se encontraba cubierto de césped y salió corriendo sin rumbo. 
El grupo de chicos que hasta ese momento habían estado observando todo, se quedó en completo silencio cruzando miradas sin saber qué hacer. Helen agarró el teléfono que reposaba sobre la hierba y corrió tras su amiga. 
- ¡Suerte en el concierto! - gritó antes de que se le dejase de ver por culpa de la lejanía. 

Helen que había seguido a Elisabeth hasta una plaza, buscó a su amiga con la mirada. Sabía que en aquellos momentos no querría estar rodeada de gente por lo que dió vueltas hasta encontrarse con el banco mas apartado de todos. Junto a un árbol de hoja perenne que le daba sombra en los días soleados como ese. Allí se encontraba su amiga abrazada a sus rodillas contemplando el suelo con lágrimas en los ojos. 
- Eh Rubia. ¿Qué ha ocurrido? - preguntó con dulzura mientras se sentaba junto a ella
Ésta levanto la mirada y le dedicó la mirada más triste y desoladora que podría tener. Apoyó la cabeza en el hombro de la italiana y mantuvieron el silencio durante más de una hora. Hasta que la chica de ojos verdes lo rompió.
- El lunes vuelvo a España. Para no volver.