sábado, 6 de abril de 2013

Capítulo 23.

El aire español no tan frío como el de la que ella siempre llamaría Su Ciudad, la golpeó bruscamente en cuanto salió por la puerta de cristal. Malagueños hablando varios decibelios por encima de lo que ella solía escuchar, haciendo gestos exagerados con las manos y, mostrándose rematadamente afectivos. Miró a todas las direcciones con la esperanza de ver a su madre o a su hermano pero, como un castigo del destino, tan sólo pudo divisar el rostro sonriente de su padre, de quién no se alegraba en absoluto de ver. Se acercó con desgana hacia él, intentando mostrar su descontento por tener que aguantarle media hora en el coche y sencillamente, por alejarla de su verdadera vida. Cuando llegó a su altura pudo ver que el hombre abría los brazos para regalarle un abrazo a su hija. Elisabeth se alejó dos pasos ante el gesto de su padre, dando así a entender el mucho daño que él había causado en su interior. Sin mediar palabra se dirigieron al coche rojo de la familia. La chica se quedó paralizada al abrir la puerta de la izquierda y encontrarse con el asiento del conductor. Su padre reía entre dientes. España era tan diferente de Londres que en esas circunstancias tanta información la abrumaba. Dio la vuelta al coche y se sentó en el asiento del copiloto mientras el hombre metía las cosas en el maletero. El vehículo arrancó y durante la media hora de viaje, los intentos de Carlos de hacer sonreír a su hija fueron en vano. La situación era completamente distinta a cuando iba en verano pues, en esos meses tan calurosos deseaba estar con su familia, hacer planes y tomar el sol. Iba sabiendo lo que en España se encontraría. Sin embargo, en esos momentos no podía dejar de pensar en todo lo que estaba dejando atrás por culpa de los estúpidos rumores, el cambio esta vez sí estaba confundiendo a la joven.
El automóvil paró y Elisabeth no perdió el tiempo para salir y perder de vista al que la había llevado hasta su casa. Al pisar el césped que rodeaba su hogar, levantó la vista. Tal como la recordaba. Una casa realmente acogedora por fuera y, si no había cambiado, también lo era por dentro. Las paredes de madera con grandes ventanales. El jardín, seguramente cuidado por su madre, lucía preciosas flores a pesar de ser invierno. La española inhaló con fuerza el aire frío y caminó por el enladrillado.
Antes de que pudiera acercarse a la entrada, la puerta de madera se abrió, dejando salir a un niño rubio de pelo rizado y de ojos verdes grandes como los de su hermana.
- ¡Beth! ¡Beth! ¡Beth! - gritaba el pequeño mientras se acercaba corriendo a la chica.
La interpelada se puso en cuclillas y abrió los brazos para coger con fuerza a su ligero hermano y apretarlo contra su pecho mientras se ponía en pie. Las lágrimas salían de los ojos de la mayor mientras contemplaba el cambio de su hermano, con un diente menos que la última vez que lo vio pero mostrando una preciosa sonrisa sin importarle lo más mínimo.
- Hola enano.
Pudo diferenciar una figura sonriente en el marco de la puerta. Clara se secaba las manos con un trapo de cocina. La sonrisa de la mujer se borró al ver el rostro de frustración de su marido, quién acababa de cruzar el umbral de la puerta con las maletas de la chica. Elisabeth se acercó y le dio un suave beso en la mejilla. Aún con su hermano en brazos contándole todo lo que le habían regalado por su reciente cumpleaños se dirigieron hacia la habitación más grande, la cual, la madre de la joven había reformado una hora antes de que ésta llegara, cuando el camión de la mudanza había traído todas sus pertenencias.
- ¿Te gusta? Yo he ayudado a Mamá a ordenarla.
- Me encanta, gracias. - dijo ella agradecida, mientras dejaba a su hermano sobre la suave moqueta.
Mientras Elisabeth revisaba toda su habitación pudo escuchar a su madre acercarse a su hermano para decirle que fuese a lavarse las manos pues, pronto comerían.
- Elisabeth por favor, no seas tan dura con él. - habló la mujer con tranquilidad en su voz mientras su hija se daba la vuelta para mirarla a los ojos.
¿Acaso nadie se daba cuenta de que por culpa de su padre ahora ella estaba a un océano, miles de kilómetros y millones de lágrimas de su antigua vida?