sábado, 19 de octubre de 2013

Capítulo 30.

Todo estaba oscuro. Oía voces muy lejanas. Una oleada de imágenes llegaron de pronto como si alguien las hubiese metido a presión en su cabeza.
Recordaba la discoteca. El alcohol. El chico... Y el callejón. La última imagen que podía asignar a los acontecimientos ocurridos era la de aquel desconocido intentando subirle la falda de su vestido. 
La oscuridad seguía sumiéndola en los recuerdos. España, Londres, el tabaco, Lucas, Niall, Helen. La anorexia. La guitarra, las lágrimas. 
Los sentimientos. Todos los sentimientos que habían estado confundiéndole durante tanto tiempo. El fuerte amor que sentía hacia el irlandés provocó un pitido más repetido que el que, sin darse cuenta, había estado escuchando desde que volvió a tener consciencia. ¿Qué era ese pitido? 
De pronto, notó algo moverse. De pronto, pudo sentir. Todo el dolor hizo acto de presencia tan rápido como sintió que sus párpados podían moverse y abrirse poco a poco. La luz evitó que no viese con nitidez lo poco que sus ojos le permitiesen. Su corazón seguía latiendo con rapidez. Por fin había aclarado su mente. Por fin lo había admitido. Se estaba enamorando de Niall. 
Sus ojos consiguieron abrirse por completo inspeccionando el lugar donde se encontraba. Una habitación blanca, con una televisión en la pared. Un sofá marrón a su derecha junto a... ¿Una bolsa de suero? Y el aparato que causaba aquel ruido tan molesto, el que controlaba sus constantes vitales. Dirigió la mirada hacia el movimiento que la había despertado. Entonces se topó con aquellos ojos. Más azules que el mar, más bonitos que el cielo. Aquella sonrisa que pese a unas cuerdas que intentaban alinearla, le parecía la más bonita que jamás había visto. Iba a sonreír cuando el dolor más fuerte que jamás había sentido, retumbó en su cabeza haciendo que cerrase los ojos. Esperó unos segundos para volverlos a abrir. Inspeccionó de nuevo aquel lugar en busca de la imagen que había hecho a todos sus sentidos palpitar. No estaba. Volvió a cerrarlos.
Por supuesto. ¿Cómo iba Niall a estar en España? ¿Por qué iba a ir a verla a ella? Aún estando en el hospital, sin saber cómo había llegado allí y qué había ocurrido, el irlandés protagonizaba todos sus pensamientos. 
Oyó cómo se abría la puerta.
- Hola Elisabeth. -dijo una voz femenina con dulzura. 
Abrió los ojos con rapidez y se topó con una chica joven, rubia y de pelo rizado bien recogido en su coleta alta, vestida con una bata blanca sobre un uniforme azul. Con cautela abrió la boca para articular.
- ¿Qué ha ocurrido? 
Intentó incorporarse cuando un dolor en su cabeza y en el costado provocó que gimiera del auténtico sufrimiento. ¿Qué estaba pasando?
- Creo que no soy la más indicada para explicártelo todo. Hay alguien que quiere verte. Luego vendré a revisarte. 
Y tras un guiño de ojo, salió de la habitación. De nuevo, escuchó cómo la puerta se abría. Un rostro serio, preocupado y pálido la observaba. Su corazón se aceleró cómo momentos antes y, la máquina emitió aquellos molestos pitidos que la delataban. Niall se dio cuenta, dirigió una fugaz mirada al aparato y, menos de un segundo después, hacia su amiga. 
- ¿Se puede saber en qué coño estás pensando, Beth? -espetó. 
Elisabeth frunció el ceño y pudo notar como sus ojos se cristalizaban y el dolor aparecía de nuevo. 
- ¿Qué...?
- ¿Qué te has hecho Elisabeth Black? Me has decepcionado de la manera que nunca pensé que tú lo harías.
Aquello le dolió. ¿Decepcionar? Él no tenía ni idea de lo que estaba sufriendo en España. Ni si quiera ella misma sabe qué mierda hace en el hospital. La ira llenó todo su interior a la par que sus lágrimas hacían carreras por sus mejillas con auténtica rapidez.¿Dónde estaban sus padres?
- ¿Qué haces a...?
- ¿Aquí? No respondes a las llamadas de tu mejor amiga, a las mías, a las de los chicos, pero te vas de discotecas y bebes lo que un extraño te pone por delante. Anoche me llamaron a las cuatro de la madrugada porque mi número era el único que tenías guardado. Me empezaron a hablar en español, entendí poco, pero entendí. Salí corriendo de allí y tuve que pedir el próximo vuelo que hubiese, que era a las seis de la mañana. Llego aquí lo más rápido que puedo, me encuentro que tus padres no saben nada, que tienes que prestar declaración porque casi te violan, que te han pegado, que te diste un golpe tan fuerte en la cabeza que perdiste la conciencia y que de no ser por una señora que vivía cerca de allí y oyó un grito, tu podrías haberte desangrado y estar muerta en un puto callejón. ¡¿SE PUEDE SABER EN QUÉ ESTÁS PENSANDO?! Por no hablar de que tienes ¿cuántos? ¿diez kilos menos? ¡Joder!
Las lágrimas no dejaban de caer, le daba igual todo el dolor. No era nada comparado con lo que los trozos de su corazón estaban provocando en su interior, desgarrando lo poco que quedaba limpio y puro.
El pitido de aquel molesto aparato comenzó a aumentar al igual que el corazón de Elisabeth. Niall la miraba con decepción, pero también con ira. Nunca le había visto así. La respiración comenzó a faltarle, el aire de aquella habitación le parecía insuficiente. Abrió la boca y comenzó a inspirar, pero seguía sin el oxígeno necesario para los pulmones. Los ojos del irlandés se tornaron preocupados y salió de la habitación corriendo, trayendo con su vuelta una larga fila de médicos. Los ojos de la chica se cerraron con fuerza cuando alguien apretó una mascarilla de oxígeno contra su nariz y boca, al mismo tiempo que sentía un fuerte pinchazo en el brazo y que la vista se nublaba.
Una sola frase flotaba en su mente. "Te quiero." Pero no era su voz la que la recitaba, sino una voz masculina, desconocida para ella. ¿Qué estaba pasando? ¿Dónde se encontraba? Abrió los ojos y miró a su alrededor. Se encontraba en la calle, concretamente en una muy conocida para ella. Abbey Road estaba completamente desierta, las tiendas estaban cerradas y tampoco había coches. Ni una hoja en el suelo, ni un papel. No corría aire, pero tampoco hacía calor. Había una niebla demasiado blanca y brillante. Estaba vestida de la misma manera que la noche anterior. Se bajó de sus altos tacones y se recogió el molesto pelo suelto en una coleta con una de las pulseras de cuerda que adornaban su muñeca. Volvió a mirar a su alrededor. Ni un sólo sonido. Ni un sólo movimiento. Miró su cuerpo. Volvía a estar gorda. Pero volvía a darle igual. Tocó su costado y su cabeza. Nada. Ni rastro del dolor. Sentía su propio tacto frío y áspero. El alivió la inundó. Si volvía a estar gorda y volvía a estar en Londres, nada había ocurrido. Pero ¿por qué iba vestida así?
- "No pienso dejarla aquí sola, esto es por mi culpa."
¿Niall? Dio la vuelta sobre sí misma. Nada. Juraría que había oído a su amigo. Caminó hasta su portal extrañada de todo lo que fuera que estaba ocurriendo. Empujó el cristal y para su sorpresa, estaba abierto. Continuó andando hasta las escaleras y subió hasta el tercer piso. La puerta de su apartamento también estaba abierta. Caminó con cuidado y sigilo hasta su salón. Suspiró. Por lo menos todo seguía igual. Un ruido la asustó. Se había enfundado en el silencio, pero ahora, el sonido hacía eco en sus oídos. Se levantó y se dirigió al lugar de donde provenía el ruido. Su habitación. Se asomó por la puerta y descubrió que estaba prácticamente a oscuras. Pudo distinguir una silueta de pie, no sabía si de espaldas o mirándola.
- ¿Qué haces aquí? -espetó.
Su voz estaba mucho más grave y ronca, pero aún así pudo distinguirla.
- ¡Helen!
Abrió sus brazos y se dirigió corriendo a ella para abrazarla, pero ésta, sin embargo, le dio un empujón tan fuerte, que chocó contra la pared del pasillo, tirando algunos de los cuadros colgados. Dirigió una mirada asustada y sorprendida hacia su amiga, la cual ya no estaba en la oscuridad, sino en el pasillo, junto a ella, agarrándola de los hombros. Estaba muy pálida, los ojos inyectados en sangre y el pelo negro y enmarañado. Era Helen, de eso estaba segura, pero, ¿qué le había ocurrido?
- Lárgate, niña mimada. Ya me dejaste tirada hace diez años, no sé que haces aquí.
- Diez ¿qué?
Quería preguntarle, quería exigirle explicaciones, pero todo comenzaba a tornarse de negro. Todo comenzaba a desaparecer. Miró a Helen por última vez, sus pupilas transmitían odio pero también nostalgia. Cerró los ojos cuándo sintió que todo se desvanecía, hasta que de nuevo, aquel pitido, le obligó a abrirlos.
La habitación. Otra vez.
Así que, realmente había ocurrido. No sabía si alegrarse por el hecho de saber, que Helen seguro que estaba bien o llorar, por todo lo ocurrido en las últimas ¿horas? Ni si quiera sabía qué día era.
Inspeccionó la habitación y se encontró a su madre, llorando. A su padre abrazándola.
Ni rastro de Niall.
- ¡Elisabeth! - dijo Clara con alivió al ver de nuevo sus ojos verdes.
- ¡Ha despertado! - anunció su padre saliendo por el pasillo.