miércoles, 6 de agosto de 2014

Capítulo 33.

Nueve días.
Estaba sentada en su cama con sus manos agarrando fuertemente la guitarra. Se sentía muy incapaz de tocarla. Había atravesado un argumento de telenovela sin tomar cuenta de ello. Pero se había prometido a sí misma que en esos nueve días tenía que enmendar todo lo que había hecho mal en esas últimas semanas. O por lo menos intentarlo.
Ahora que las cosas iban bien con sus padres, estar en casa se hacía mucho más fácil. Intentaba estar todo el tiempo posible con su hermano, aprovechando que eran vacaciones y estaba apunto de llegar la mejor época del año. Sin embargo, cuando el pequeño estaba ocupado en casa de su mejor amigo -también hermano de Lucas- ella trataba de hacer las tareas que su madre solía hacer; cocinar, tender, limpiar. De hecho, se había aficionado un poco a la hostelería. No se cansaba de hacer magdalenas y galletas, las cuales a veces decidía repartir entre sus vecinos, entre los cuales estaba Lucas, que aunque siempre dijera que eran un asco, se las acababa comiendo con gusto. Pero después del beso de la noche anterior, no se atrevía a coger sus llamadas.
- He oído que tu novio actuará en el Madison Square Garden. -habló el chico. 
- No es mi novio. - había respondido ella.
- Entonces, ¿Por qué no me das lo que me debes, preciosa? 
- Si te refieres a ese beso que llevas esperando desde que me conociste, ni en tus sueños, guapo. 
- ¡Te gusta! - contraatacó de nuevo él.
- No me gusta. 
- Demuéstralo. 
Y se besaron. ¡Cómo se había podido dejar besar! Se llevó las manos a la cabeza y siguió recordando lo ocurrido.
Poco a poco se separaron y Lucas miró fijamente al ceño fruncido de Elisabeth. Acercó sus dedos hacía él y tensó su piel para deshacerlo. Sabía lo que significaba y no quería oírlo. 
Y no lo hizo, porque ella, como una estúpida, salió corriendo de allí. ¿Se sentía mal? Por supuesto, pero no se sentía capaz de afrontar el rostro burlón de su amigo al haber conseguido su objetivo. Y de todos modos, estaba casi segura de que si iba a hablar con él, ya estaría con otra chica, mucho más guapa, más lista, más divertida y con un cuerpo mucho más bonito que el suyo. Se acercó al espejo y se observó; no estaba gorda pero no tenía unas piernas despampanantes y unos pechos grandes como todos los chicos desean.
Suspiró. No estaba segura de qué quería hacer. Lucas le atraía bastante a pesar de todo. Pero ella a él no. Y luego estaba Niall. Le gustaba muchísimo el irlandés, pero él estaba enfadado con ella. Aún no había sido capaz de abrir la carta que dejó para ella en el hospital.
Inspiró con fuerza, buscando algo de ánimo en el aire. Pero lo único que percibió era un olor a quemado... ¡Sus magdalenas! Bajó corriendo las escaleras sin importarle lo que se llevara a su paso, que en ese caso sería su madre y fue a la cocina. A la velocidad de la luz se puso unas manoplas y sacó su bandeja del horno. Estaban...
- Lo que yo decía, un asco. -dijo una voz tras ella.
Cerró los ojos con fuerza deseando que no fuera él, pero estaba muy claro. Dio media vuelta y lo vio apoyado en el marco de la puerta. Con un poco de timidez se acercó hasta ponerse delante de él.
- ¿Qué haces aquí? -preguntó un poco azorada.
- Pues la verdad, venía a merendar pero... se me han quitado las ganas -respondió dirigiendo una rápida mirada a las magdalenas quemadas con su sonrisa de siempre.
Elisabeth tuvo la impresión de que había olvidado lo ocurrido, lo cual la habría aliviado de no ser por el hecho de que sabía que eso no pasaría. Lucas, al sentir su silencio iba a hablar, pero Clara apareció por el pasillo y le miró extrañada.
- Lucas, ¿cómo has entrado? ¿Vienes a por Chris?
Éste apartó la intensa mirada de las mejillas sonrosadas de su amiga y la dirigió hacia su vecina.
- Entré por la ventana del salón, estaba abierta -se encogió de hombros como si fuera algo normal-. En realidad sí, pero también esperaba que se pudiera venir Beth, que me aburro un poco cuidando de los dos alborotadores.
Y sonrió. Joder, que si sonrió. Era de esas sonrisas que tanto le gustaban a la chica que tenía en frente. De esas que decían "soy un poco travieso, pero lo hago con la mejor intención". Una sonrisa con la que cualquier chica se desmayaría y con la que Elisabeth sintió una solitaria mariposa dando vueltas por su estómago.
La mujer le devolvió una amable sonrisa y añadió una mirada inquisidora hacia su hija, que se mantenía al margen de la conversación. Cuando ésta comenzó a hablar, agarró con fuerza el cesto de la ropa y subió los escalones llamando a voces a su hijo menor.
- Ehmm... Sí... Yo... n-no tengo otra cosa que hacer.
Su acompañante levantó la ceja con burla ante su nerviosismo, a lo que Elisabeth respondió encogiéndose de hombros.
- Deberías cambiarte de zapatos.-comentó al ver sus zapatillas de elefantes para andar por casa.
Ella asintió y señaló con la cabeza las escaleras para que la acompañara a su habitación y no se quedara allí sólo. Ambos atravesaron el umbral y mientras la chica abría el armario y sacaba las botas que más abrigaran, Lucas caminó lentamente observando cada detalle. En la estantería, una foto de su amiga en Londres con otra chica rubia sonriendo; en el corcho, el horario de lo que asumió que sería su instituto en Inglaterra pues todo estaba en inglés. Se detuvo junto a la cama, al ver una guitarra entre los cojines. La agarró para colocarla bien y leyó la pequeña inscripción que había bajo las cuerdas: I will always find you. Pese haber cateado inglés varios cursos, entendía lo que ponía. No le hizo falta pensarlo mucho para saber quién había escrito eso.
Elisabeth percibió enseguida el silenció y se dio la vuelta para ver qué hacía Lucas. El miedo a que se fuera de allí enfadado por haber visto la frase de Niall escrita en su guitarra le invadió. Pero al segundo se le pasó pues ella no era nada para él. O al menos no alguien tan importante como para que se viera afectado por saber que ella guardaba esa guitarra.
Posó su mano en el antebrazo de Lucas y tiró de él para que salieran de allí.

Se encontraban sentados en el césped del parque contemplando a sus respectivos hermanos jugar en los columpios. Hacía muchísimo frío en la calle, pero no corría demasiado viento. Conversaban animadamente como si nada hubiera pasado pero Lucas se calló de pronto.
- Tenemos que hablar. -susurró ella.
El español levantó la vista y miró aquellos grandes ojos verdes, sorprendido de que fuera ella quien iniciara la conversación. Pero él no quería estropear la tarde escuchándola decir que estaba enamorada de otro chico. Alguien que, en realidad, era inalcanzable para él.
- No debí besarte. Fui un estúpido. Sé que te gusta el chaval ese inglés. El que te regaló la guitarra. Y bueno, lo entiendo, yo no soy nada comparado con él. Da igual, tengo a miles de chicas a mis pi...
Pero no pudo terminar la frase porque una valiente Beth había juntado sus bocas sin previo aviso. Pero ella misma se separó rápidamente al darse cuenta de lo último que iba a decir Lucas. Se levantó y comenzó a andar lejos de allí pero hablando lo suficientemente alto como para que él la escuchara
- Es cierto, tienes a miles de chicas a tus pies. Yo soy una más. En realidad, no sé qué hago aquí. Debería haberme quedado en casa, seguro que dentro de cinco minutos tú estás en la cama con alguien mejor qu...
- ¿Qué? ¿Eso es lo que crees? -preguntó mientras la seguía rápidamente.
Pero ella no respondía. Seguía andando cada vez más rápido demasiado enfadada consigo misma por tener razón al pensar que ella no era más que cualquier otra chica. Los dos pequeños, al verlos irse, corrieron hasta Lucas para no quedarse allí solos, mientras miraban asustados la discusión de sus hermanos.
- Eso no es así... Beth... Espera... - cada vez caminaban más rápido y se estaba quedando sin aliento. Agarraba con fuera la mano de los dos amigos para que no se quedaran sin vigilancia y prácticamente tiraba de ellos, ya que los pobres no podían seguir el ritmo que llevaba la mayor.
Lucas trataba de correr pero Elisabeth estaba demasiado alejada de ellos y él no tenía fuerzas para seguirla. Miró a los dos niños y decidió acompañarlos a su casa y decirle a Clara que Chris se quedaría allí a dormir, cuando pasara para buscar a su amiga o lo que en esos momentos fuera.
Como siempre sus padres no estaban, pero se sentía mucho más seguro si los dejaba en un espacio cerrado. Lucas caminó hacia la puerta de su vecina de al lado y le explicó con muchas prisas y pocos detalles que los niños se encontraban solos y que necesitaba que se pasara de vez en cuando, puesto que era una urgencia y él no sabía cuanto iba a tardar. La vecina, una chica más o menos de su edad, que coqueteaba con él cada vez que le veía desde que estaban allí, asintió guiñándole un ojos y observó como salía corriendo.
Quizás Beth tenía razón y no se tomaba en serio lo de tener relaciones, pero había visto a muchos de sus amigos jodidos por mujeres y él no iba a ser lo mismo. Después de confirmar su teoría de que su "amiga" no estaba en su casa y avisar a su madre que sus dos hijos dormirían en su casa, continuó caminando calle por calle, sin tener la más remota idea de donde podía estar. Llevaba dos horas buscándola y ya se había adentrado en la noche. La oscuridad cubría los recovecos que las farolas no conseguían alumbrar y la temperatura seguía bajando. Temblaba cada vez que el viento se colaba entre los huecos que su fina y rota chaqueta dejaba expuestos y, para mejorar su situación, comenzó a llover como si un ser superior estuviera terriblemente enfurecido. No podía más, pero no se quería rendir. Dio la tercera vuelta a la manzana y llegó hasta el parque en el que comenzó todo aquel desastre. Se adentró en él sólo para reflexionar un poco antes de que su cabeza explotara. No había dejado de gritar el nombre de la chica en esas dos horas y ahora la garganta le castigaba. Se dio por vencido y se sintió lo suficientemente estúpido y frustrado como para comenzar a llorar. Tiraba de su pelo mojado hacia arriba, estresado y frustrado. Una vez más, gritó:
- ¡¡ELISABETH!! Joder, por favor, vuelve. -iba bajando el tono de voz mientras que sus sollozos insonorizados por la lluvia tomaban control de él.
- Odio que me llamen por mi nombre completo, pero cómo lo vas a saber si te intereso lo mismo que cualquier otro rollo tuyo.
Se limpió las lágrimas e intentó buscar a la dueña de esa voz entre la oscuridad. Y allí estaba, sentada en el mismo sitio donde él la había cagado. Corrió hacia ella y la abrazó con tanta fuerza que la levantó del suelo, a lo que ella respondió con un grito de sorpresa.
- ¿Se puede saber qué haces, imbécil?
Pero aunque se hiciera la dura, sabía que aquello le había sorprendido tanto como alegrado.
- Sólo te permitiré que me insultes porque me lo merezco, pero no te acostumbres, preciosa.
Ella estaba bastante más seca y con la piel caliente, como si hubiera estado todo el tiempo metida en algún sitio.
- Estás tiritando, Lucas. Vamos a mi casa y te preparo algo calentito...
- Le dije a tu madre que dormiríais en mi casa.
Ella frunció los labios, pero sintiéndose culpable al verle calado hasta los huesos y helado de frío, asintió. Separados y avergonzados caminaron hasta casa de Lucas sin cruzar palabra.

Elisabeth estaba muy preocupada. Habían llegado a casa, ambos se habían duchado y cambiado, pero a pesar de todo, Lucas no dejaba de dar tiritones. Sus labios estaban morados y su piel demasiado fría. Pero insistía en que estaba bien. Se tomó la libertad de preparar la cena para todos, incluso dejando un poco para los padres de su amigo en un recipiente. Unos filetes de pechuga de pollo y un poco de caldo. Puso la mesa para los pequeños, pero dejó la parte de Lucas en una bandeja en su habitación.
- Vamos, tu cena está arriba y Chris y Marcos están ya cenando.
Sorprendentemente no puso ninguna queja y subió con ella a su habitación. La luz de su mesita estaba encendida y su cama estaba preparada para que él se metiera en ella. Elisabeth se sentó a su lado y le entregó la bandeja, observando en silencio como se tomaba el caldo.
- Lo siento. -susurró ella.
- No, fui yo el que dijo lo que no tenía que decir. Pensa-pensaba q-que yo... Bueno que y-yo no te gustaba y... Y... -suspiró y se quedó en silencio.
- ¡No! Yo no debería haberte besado, sé que no te gusta estar en relaciones con chicas y yo pensé que era diferente. Ahora mismo no tengo nada claro lo que siento por ti, ni por Niall.
El rostro de Lucas se entristeció notablemente al oír aquello y Elisabeth comenzó a sentirse mal.
- Creo que... Debo irme, tienes que descansar.
Hubo un silencio hasta que ella se levantó y se dirigió hasta la puerta. Pero desde la cama, él le detuvo.
- Entonces... ¿Vas a dejar que me muera del aburrimiento? No tengo nada de sueño...
Ella rió y se sentó a su lado mientras hablaban como si nada hubiera ocurrido. De nuevo.
Pero le miraba y no podía evitar querer sentir sus labios unidos de nuevo, aunque estuviera hecha un lío. Sus ojos se cerraban cada vez más y estuvo a punto de levantarse e irse al sofá.
- Puedes dormir aquí conmigo.
Elisabeth levantó las cejas en un gesto significativo.
- Lucas...
Él lo entendió enseguida y levantó las manos con inocencia.
- ¡Vamos! ¿Crees que después del día de hoy haría... eso... contigo? Que no es que no quiera pero...
- ¡Vale! No quiero oír más. De todos modos no tengo pijama.
Lucas puso los ojos en blanco y se levantó a pesar del escalofrío que le recorrió al salir del calor de entre sus sábanas. Caminó hasta su armario y sacó una sudadera y unos pantalones de chándal que le estaban pequeños.
- Te estarán grandes pero son muy cómodos.
Elisabeth asintió y caminó hasta el baño. Después de cambiarse, bajó al comedor y recogió lo que los pequeños habían dejado. Ambos estaban dormidos en el sofá con el televisor encendido. Agarró el mando a distancia y lo apagó. Después los cogió uno por uno y los acostó en las dos camas que había en la habitación de Marcos. Estaba terminando de ordenar la planta de abajo un poco cuando oyó llegar a los padres de Lucas.
- ¡Beth! Qué sorpresa. ¿Qué haces aquí? -dijo la madre de su amigo contemplando la ropa de su hijo que ella llevaba puesta.
Brevemente explicó que se les había hecho tarde en el parque y encima les había llovido, sin dar muchos más detalles. También les explicó que les había dejado algo de la cena en la cocina y que Lucas también se había ido a dormir porque se encontraba mal.
- ¿Y dónde dormirás? -preguntó el padre con una sonrisa.
- Bueno... Ehmm... Si no les importa, Lucas me dijo q-que podía...
- Seguro que a él no le importará que duermas a su lado. -apoyó la mujer con su sonrisa más amable.
Elisabeth lo agradeció un poco avergonzada. Caminó hasta la habitación después de despedirse y se encontró a su amigo adorablemente dormido, con el único sonido que sus leves ronquidos. Se dirigió hacia el lado de la cama que él no estaba ocupando y se sentó con el máximo cuidado de no despertarle. Le miró con dulzura y le quitó su enredado pelo de la frente con una caricia, dejado su mano sobre su mejilla. Todo su rostro era paz, pero su piel estaba muy fría. Suspiró preocupada sin mover su mano. Los ojos de Lucas se abrieron lentamente. Elisabeth retiró rápidamente su mano pero él la agarró de nuevo sonriendo y la dejó donde estaba anteriormente. Ella se tumbó del todo quedando cara a cara con el, apoyada sobre la almohada.
- Buenas noches Beth.
- Buenas noches Lucas.
Y con un dulce beso en la mejilla de la chica, y la mano de ésta reposando en la mejilla del chico, ambos quedaron profundamente dormidos.





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